Poesía, literatura, pintura, viajes, historia del arte, medicina, política... Un poco de todo y un poco de nada.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Cine, el 7º arte

Vivir una historia de película siempre es sólo eso, ficción. Que por mucho que se quiera, en la vida real nadie cogerá un avión para buscarte en el rincón más alejado del planeta. Nadie piensa en tí cada décima de segundo, se levanta y se acuesta con tu efigie en la mente. En la vida real el taxi nunca llega a tiempo, o nunca pasa en el momento justo, o no espera a que termines de despedirte de él (o ella). En la vida real, la ciudad por la que paseas solo no es tan bohemia, ni tan luminosa (u oscura), las calles no son suficientemente intrincadas, y nunca empieza a nevar justo cuando te sientas en el banco de forja del parque. En la vida real, no cruzarás miradas con un apuesto desconocido que te seguirá a casa, te mandará ramos de rosas blancas y terminará haciéndote sentir la reina de Saba. Nadie ama de verdad, nadie sabe dar el alma, la vida y la sangre por otra persona. Nadie ama tan intensamente como en las películas.

En la vida real, no se puede ser nunca Pretty Woman, no hay historias como las de Love Actually, no existen los flechazos a lo Titanic ni el empeño y la persistencia de Manecq y Matilde en Largo Domingo de Noviazgo.
En la vida real, nadie está a Tres Metros sobre el Cielo sino con los pies en la tierra; y, muchas veces, hundidos en la mierda hasta la barbilla.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Componiendo canciones para un loco

Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese... ¿qué sé yo?. ¿Viste? Salís de tu casa por Arenales; lo de siempre, en la calle y en vos. . . Cuando, de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus. Medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre levantada en cada mano. ¿Te reís? Pero sólo vos me ves; porque los maniquíes me guiñan; los semáforos me dan tres luces celestes, y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares. ¡Vení!, que así, medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita, y te digo...



Una balada para un loco, del ilustrísimo Sr. Piazzolla. Esta canción sólo puede ser cantada por un argentino. Viva el tango.



La canción original:

domingo, 12 de diciembre de 2010

Cumplir los puntos del orden del día

· Los sueños de toda su vida eran dos: quería ser cantante de rock y hacer giras por el mundo, drogarse y fumar cualquier cosa que se pusiera en su camino y levantarse los domingos a las cuatro de la tarde con resaca. Quería ser decadente, no tener ilusión por vivir y necesitar una raya de cocaína para ponerse eufórica y salir a darlo todo en el escenario. Quería poder apartar a manotazos a sus fans enardecidos, nerviosos, deseosos por conseguir aunque fuera un insulto suyo. Quería follar todas las noches, varias veces, con un chaval distinto, lo más borracho posible para que no la viera llorar cuando estaban a punto de terminar. Quería ser un despojo que ganara millones con sus canciones desgarradas y rápidas, de letras terribles. Quería destrozar su cuerpo, morir joven y dejar un cadáver bonito. Quería ser como Kurt Cobain, como Sid Vicious... pensaba que esa era la única forma de disfrutar de la vida. ·

· El otro sueño es más fácil de conseguir, y resuena en su cabeza todos los días: huesos. Quería ser una de esas chicas jovencísimas que salen en esas fotos traviesas, llevando botas militares y gafas Ray-Ban, con los labios pintados de rojo sin ninguna delicadeza y cortísimas faldas de cuadros o camisetas largas en las que pudiera leerse "FUCK ME, I'M FAMOUS". Quería poner esas caras de hastío o esas sonrisas falsísimas y forzadas que ponían esas chicas, ese aire travieso y rebelde que tanto la atraía. Pero, sobre todo, quería tener sus piernas. Esas piernas huesudas, con esas rodillas horriblemente prominentes y casi cinco centímetros de separación entre los muslos. Quería poder marcarse con un rotulador las crestas ilíacas y las costillas, los hombros y las clavículas. Quería ser Vinila Von Bismarck, Dita Von Teese, Stoya, Annie Lennox, Kate Moss. Quería poner su cuerpo al límite, ayunar durante semanas, adelgazar, adelgazar y adelgazar por el camino fácil, hasta marearse y tener que ir al hospital, hasta que se le cayeran los dientes, hasta ser parte de ese asqueroso río de zorras aborregadas, delgadas y preciosas, felices y rebeldes, bonitas, atractivas y de piernas kilométricas. Estaba un poco hastiada de no mirarse en el espejo cuando salía de la ducha. Un poco harta de andar siempre perdiendo oportunidades, de ser siempre rechazada. ·







En realidad no, su sueño es ser médico y ayudar a la gente a ser más feliz o sencillamente a vivir un poco más y un poco mejor.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Sabotaje.

Os contaré un pequeño cuento.

Son las 13.09 de la tarde del 3 de diciembre. En en centro de control aéreo de Torrejón de Ardoz, en Madrid, (uno de los dos centros neurálgicos del control del espacio aéreo junto con Mallorca), el controlador aéreo Pedro López García levanta los ojos de la pantalla y recuerda el día en el que lo que en ese momento iba a pasar se acordó. Traga saliva, se levanta y pone su mejor cara de enfermo. Va al supervisor: Jefe, no me encuentro muy bien... - enmudece y corre hacia el baño haciendo aspavientos. Hace como que vomita y, al salir del baño, el supervisor le permite volver a casa a recuperarse de la indisposición.

Escenas como esta se repiten a lo largo y ancho de todo el país. Los controladores se levantan de sus sillas y se marchan a sus casas. Algunos controladores algo más sensatos llaman al orden a sus compañeros, pero no surte efecto.



Mario está en el aeropuerto de Málaga, con su pequeña maleta. Está nervioso, deseando subirse al avión y llegar a Londres, donde sabe que sus dos hijas (Marta y Ana) le están esperando. Ayer habló con Ana, la pequeña, de sólo 4 años, y le dijo que su número favorito es el 0. "¿Por qué, cielo?" dice Mario. "Porque faltan 0 días para que vengas, papi". Mario sonríe y ocupa su sitio en el avión.
Ha pasado media hora, y el avión no despega. ¿Qué está pasando? La gente, dentro de ese cilindro metálico, empieza a ponerse nerviosa. La azafata pide tranquilidad, y su maquilladísimo ceño empieza a fruncirse. Mario se revuelve en el sillón; no sabe que, dentro de cinco horas, estará tirado en un hotel de Málaga, solo, echando de menos a sus pequeñas.

[esto último es un caso verídico y cercano]

Martina está en Barajas. Ha conseguido llegar a la terminal después de sortear miles de colas y grupúsculos de personas con su silla de ruedas motorizada, siempre tan trastornante. Busca a una amable chica vestida con un chaleco reflectante, del servicio de ayuda a discapacitados, para moverse a una silla de ruedas del aeropuerto y facturar su "Vespa", como ella la llama. La nueva silla es más incómoda, no tiene motor y le da frío en los riñones, pero no le importa. Está feliz porque podrá ver, por fin, a su madre; tras cuatro horas de avión, pero la verá. Ya ha facturado su maleta y se dirige a la puerta de embarque. Pasan tres cuartos de hora, ¿qué ocurre? la gente está agitada. Busca a una de esas chicas tan amables, pero no puede encontrarla. Está en medio de la T4 de Barajas, sin sus analgésicos y sin su Vespa, y sola.





Supongo que a estas alturas ya sabréis de lo que os hablo. Ayer, 3 de diciembre, los controladores aéreos españoles abandonaron sus puestos de trabajo. Dejaron los cielos españoles vacíos, justo al empezar un puente de 5 días (como mínimo), y a 300.000 personas abandonadas y desamparadas en los aeropuertos españoles. Todo ello, ¿porqué? supuestamente, en protesta al nuevo modelo de gestión aeroportuaria del gobierno. Es decir, que hace unos meses les bajaron el sueldo y les aumentaron un poco las horas de trabajo. Y diréis: ¡coño! ¡que hagan huelga entonces! Pues no. De media, ganan 30.000 euros AL MES y trabajan 7h A LA SEMANA.

La consecuencia principal de esto, dejando aparte la gente afectada, es que el espacio aéreo se ha militarizado. Ahora, los controladores están bajo las órdenes del mando militar. Esto implica que las consecuencias del absentismo laboral serán muchísimo más duras. Y en esta guerra, son siempre los ciudadanos los que pierden.

Os emplazo a que leáis la noticia por ahí; mis fuentes hasta ahora son la cadena SER, el canal 24h noticias de la 1 y la CNN.

Indignante. Un grupo de privilegiados han tomado el control de la vida de más de un cuarto de millón de ciudadanos. Una puta verguenza.

Y encima, en Londres están a -7ºC, con otros muchos vuelos cancelados por la intensa nevada que azota el país desde hace un par de días.


Opiniones? Aunque creo que en esto estamos todos de acuerdo xD


Os dejo algunas noticias, ahora a las 1.18 del 4 de diciembre.


http://www.cincodias.com/articulo/empresas/Gobierno-envia-militares-controlar-aeropuertos/20101203cdscdsemp_11/


http://www.elmundo.es/elmundo/2010/12/03/madrid/1291414186.html

lunes, 22 de noviembre de 2010

Electricity

-¿Porqué lloras?
-Porque me duele...
-¿Estás triste?
-No, porque estoy contigo.






Ya pensé que había olvidado lo que se siente cuando se ama. Puede que me mates, sí, pero no cambiaría por nada la descarga eléctrica que me provocas cada vez que me rozas sin querer. Haces que cada toquecito, roce, cada palabra, cada risa que compartimos sea un orgasmo cósmico enorme. Y eso me ecanta. Y te quiero, porqué no decirlo (¿decírtelo? no, todavía no. Me moriría si dejases de tocarme sin querer. Y si dejases de darme por saco en clase, también me moriría).

sábado, 6 de noviembre de 2010

Trenes

Los frutos de llegar a la estación media hora antes:



Las estaciones de tren son lugares harto extraños, sin duda. Como en todas partes, hay de todo. Como siempre, hay mucho ruido. Como es normal, hay un gran gentío. Entonces, me dirás, ¿dónde está la extrañeza de las estaciones de tren?
Una estación de tren es el único sitio en el que se puede imaginar sin que te oigan. Es el único lugar en el que un infernal chirrido como el frenazo de los trenes al llegar y salir de la estación puede sonar como música. Es el único lugar en el que puedo sentarme frente a un chico que parece interesante, intentando averiguar qué libro está leyendo, y luego levantarme asustada por su escuálida cara de psicópata, recordando a aquel hombre que perseguía a Julia en aquella película. Es el único sitio en el que sentarse a mirar, sin leer ni oír música, hace que el tiempo se pase aún más deprisa.
He viajado mucho en tren, muchísimo para mis escasos diecisiete días de vida. Siempre, o casi siempre, el mismo trayecto perfecto; ni muy corto, ni muy largo. Siempre ha habido una sorpresa – el tren es una sorpresa con ruedas. El tren es el único lugar en el que, cada día tengo una sorpresa nueva. Aquel día una bolsita de gominolas increíblemente deliciosa, tantísimos días de risas, algunos de estudio, aquella mañana criminal en la que casi vimos amanecer en el tren, todas las veces en las que, milagrosamente, he encontrado un compañero de viaje una vez montada en la lanzadera, el día en el que decidieron que se acabaron los trenes viejos y renqueantes (con su cierto encanto, claro) y los desguazaron todos (y con ellos, los recuerdos), dejando paso a esas balas blancas y limpias, con asientos más duros, pero con enchufes. ¡Enchufes! Desde entonces escribo en el tren siempre que puedo, abro el portátil y suelto cualquier cosa en la pantalla. Antes, leía siempre. Releí la Historia de Lisey por tercera o cuarta vez en el tren, y Apocalipsis; me encantaba sacar esos libros gordísimos y meter la nariz en ellos. Los trenes son magia. Chirrían, renquean, hay algunos revisores más agrios que una nube de vinagre, son más caros conforme más bonitos se hacen, pero siguen siendo magia. Siempre magia, magia sobre un sinfín de ruedas.






[Totally unrelated] una pequeña fábula, 10 titulares que leeremos en Noviembre:

http://cronicasdeungalenonovato.blogspot.com/2010/11/10-titulares-de-noviembre.html

domingo, 24 de octubre de 2010

Besos, besos de esos...

No sé de dónde viene la sagre que encontré en mis labios anoche. Quizás me la pasaste tú cuando nos besamos.

¿Tienes alguna enfermedad infectocontagiosa? Porque si es así, yo también quiero tenerla.

sábado, 23 de octubre de 2010

Tú.

Escribiremos una historia, un cuento para niños que tratará de una habitación de hotel en la que la realidad no exista. Hablaremos de gente que no existe, pintaremos hologramas. En la historia habrá libros, muchos libros para mí y pintura de colores para ti. Y para los dos habrá música. Y construiremos un palacio, y en él guardaremos los tótems de nuestros sueños, esos a los que nos agarraremos cuando veamos nuestros pies despegar del suelo. En el palacio estará mi tótem, un cascabel, y el tuyo, otro cascabel.
Escribiremos una historia, un cuento para niños lleno de faltas de ortografía y de pequeños dibujos. Quiero pedirte que vengas a mi lado y lo escribamos juntos en mi fea y oxidada máquina de escribir. Quiero pedirte tantas cosas…

domingo, 17 de octubre de 2010

Las modas de los que no seguimos la moda

Vivir con arreglo a un puñado de ideas o principios es útil, desde luego. Si eres un ser cuadriculado y fácilmente confundible como yo, suele ayudar a no perder la cabeza. Pero el problema viene en cuáles son esos principios.

Aunque no lo creas, existen modas dentro de la periferia del sistema.
Vive cada día como si fuera el último.
Disfruta del ahora, el futuro es demasiado incierto.
No hagas planes.
No sigas las normas (¿qué normas? No me engañes dándome una norma que me dice que no siga las normas).
Sé distinto (¿distinto a quién?)
Acuéstate cada noche sin haberte dejado nada en el tintero.
La época de universitario es la mejor; no estudies, fuma porros en clase y falta siempre los viernes.

Y así podríamos seguir con un largo etcétera, elaborando algo que podríamos llamar "La Biblia de los Ateos". Lo siento, pero no estoy de acuerdo con casi nada. ¿Porqué luchamos contra los cánones y dejamos que nos invadan por la puerta de atrás? No hablo ya de la ropa; uno puede llevar un palestino porque le abrigue o porque lo lleven todos los demás. Hablo de la vida en general, del día a día. De decidir.


Lo siento, pero no me dejaré llevar por estas cosas. En ninguna ley está escrito que haya que salir todos los jueves y ponerse hasta el culo, potarlo todo y hale, qué buenos somos. Cuando voy por el tuenti y veo a esos supuestos "alternativos", "diferentes", en fotos haciendo botellón (eso sí, con chapitas en los vaqueros), pienso ¿no sois iguales que la masa?. Me diréis: esos no son alternativos, son flipados. El problema es que no es así, son gente buena que escribe bien y tiene una opinión formada sobre el mundo. ¿Porqué joderlo todo, entonces, siendo como los canis a los que tanto criticamos?


Yo sólo digo que poca gente podrá experimentar el placer que siento yo una noche cualquiera en el colegio mayor, los pasillos en silencio porque todo el mundo está de fiesta, y yo me dedico a jugar al ordenador en la cama de alguna gemela. O intentando poner una peli en la tele del Anzur. O desayunando con los ojos pegados cinco minutos antes de que cierren. Y, el placer más absoluto, lo siento por los que se rían de esta frase, en clase. Aprendiendo. Formándome, para ser un médico de provecho en un futuro, para poder ir a África y curar a unas pocas decenas de niños. Lo siento, pero yo sí que me preocupo de mi futuro. No consiento que me metan en la generación NI-NI , porque no lo soy. Si a alguien le parece que esto es una pijada, que estoy desperdiciando mis años de estudiante, que le follen. La felicidad es hacer lo que te guste y hacerlo porque te gusta.


Estoy harta de clichés.

domingo, 3 de octubre de 2010

Charlas IIX

Una nueva conversación, esta vez va coja. A ver qué os parece. Esta vez con música y todo, hoygan!





- ¡Ya estoy en casa! – dijo ella alegremente mientras atravesaba el umbral de la puerta del piso. Se quedó de pie, esperando una respuesta, y dejó caer la mochila a su lado. Él asomó la cabeza por un lado y sonrió:
- ¿qué tal el viaje? – preguntó mientras se levantaba, dejando a un señor trajeado que aparecía en la televisión diciendo: “esto va a ser legendario”.
- Demasiado largo, desde luego. – dijo ella mientras se quitaba la boina y la colgaba del perchero - ¿sabes qué? Creo que era yo la única española del autobús. Me ha encantado, porque detrás de mí había cinco o seis negros hablando en un francés graciosísimo, y a mi lado había por lo menos quince ingleses.
- Qué mona – dijo él plácidamente. Ella fue hacia el sofá y se sentó en un gran cojín redondo que había en el suelo junto a él. Se inclinó hacia atrás y suspiró, cansada del viaje.
- ¿Quieres algo de beber? – preguntó él, solícito. Ella le sonrió: lo de siempre. – él, devolviéndole una fugaz sonrisa, se levantó y fue hacia la cocina.
Mientras le observaba andar, ella se acordó de algo y corrió hacia la entrada para sacar su pequeño mp3 de la mochila. Volvió al cojín y comenzó a buscar una canción. Entretanto, él volvió de la cocina con un vaso ancho en la mano y se lo tendió:
- ¿medio vaso de zumo de naranja, dos dedos de zumo de lima y dos dedos de vodka? – preguntó ella mientras olía el vaso sin levantar los ojos del mp3.
- Justo - contestó él, y volvió a dejarse caer en el mullido sofá - ¿qué buscas?
- Quiero que escuches algo – dijo ella - ¡Aquí está! – exclamó para sí, y luego levantó los ojos hacia él – no sabes lo que me ha pasado en el autobús.
- Sorpréndeme.
- Iba pensando … - dudó un momento – ya sabes, dándole vueltas a la cabeza y bastante turbada. – él asintió, mostrando que sabía a lo que ella se estaba refiriendo - la verdad es que tenía muchísimas ganas de llorar, me sentía bastante mal – él suspiró, pero ella interrumpió el suspiro, entusiasmada: no te compadezcas, porque en ese momento ha sonado esto en el mp3; ya sabes que yo siempre lo llevo configurado para que se reproduzcan las canciones en orden aleatorio – él asintió y se puso el auricular que ella le tendía.




La canción comenzaba con unos golpes de violín, muy rítmicos, y el fondo siempre marcado por una magistral batería. Enseguida, un magistral Johnny Burnette empezaba a cantar a una chica de dieciséis años que era bonita y además era suya. Él sonrió mientras sonaba la canción y tarareó el estribillo :
- You’re sixteen, you’re beautiful and you’re mine… - ella sonrió y continuó:
- Esa canción, aunque te parezca una estupidez, me ha sacado una sonrisa enorme en cuanto ha sonado, y me he pasado toda la canción con la sonrisa de oreja a oreja.
- Es la magia de la música – dijo él con una sonrisa complacida. – me alegro de que haya sonado esto y no… no sé, lonely day de SOAD – soltó una risita.
- Y tanto – dijo ella – pero espera, que eso no es todo. Mira cuál es la siguiente canción.


Él miró el mp3 y pasó de canción, y al momento se le dibujó una sonrisa en la cara de nuevo. Sonaba una alegre canción con aires mediterráneos, como de fiesta gitana o árabe, que contaba una historia mucho más hermosa que el nombre de la propia canción.





- Ésta es… ¿cómo se llamaba? – dijo él, y miró al techo - ¿Dame un cigarrito, o algo por el estilo?
- Justo – contestó ella – Dame un cigarrito a ver qué tal. - Él soltó una risita.
- Me encanta ese nombre, es… atípico – ella asintió.
- El caso es que me ha alegrado el viaje, aunque parezca una estupidez. – reflexionó ella.
- No es ninguna estupidez, ¿sabes? La música amansa a las fieras, y hace llorar a las estatuas. La música es el mejor calmante natural.
- Yo lo he comprobado hoy, sin duda – dijo ella sonriendo, y dio un largo trago al vaso. Tras esto, se levantó y bostezó sonoramente mientras se estiraba. – voy a darme una ducha, ¿sí? Tardo un minuto.
Él la miró de reojo mientras se alejaba por el pasillo, y en cuanto oyó cerrarse la puerta del baño, corrió a la cocina. Allí, en una mesita baja, estaba el equipo de música. Habían instalado un altavoz en todas las estancias, con lo que en cualquier parte de la casa podía estar escuchándose música. Se puso en cuclillas delante del equipo y conectó el mp3 de ella. Subió el volumen y esbozó una sonrisa.
Ella se miró al espejo un momento, se lavó los dientes y se quitó el vestido por los pies. Ya totalmente desnuda, entró en la ducha y abrió el agua caliente. Justo cuando el último centímetro cuadrado de su piel estuvo mojado y el cabello se le pegó a las mejillas, cálido, una voz inundó la ducha. Los primeros acordes de “Your’e sixteen, you’re beautiful and you’re mine” le hicieron esbozar de nuevo una gran sonrisa.

martes, 28 de septiembre de 2010

[...]





Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar.
Pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.

jueves, 23 de septiembre de 2010

A hostias por la vida.

Con el aire en la cara, fresco, todo está bien.
Aún de día, contando las horas, matando el tiempo.
Se fue la mano, con tontería, como siempre.
Se quedó quieta, muy quieta, y todo fluye.

Hay sangre en los espejos retrovisores.
Corro en círculos por la carretera.
Pasan mil años, y nadie se para.
Nadie frena.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Untitled

Cuando el total sea mayor que la suma de las partes,
cuando el local, los juegos, los calores, cada beso,
las cartas sobre la mesa, la risa y la despensa;
mejor no desesperar.

Cuando un perfil difuso y bañado en cerveza
me haga sentirte sentado a mi lado,
sabré, sin duda, sabré,
Que sigues subido en el estrado, el único acusado.

Experimentar el espíritu de la escalera,
l'espirit de l'ècalier,
casi tres años después,
pero como siempre, sin valor para vencer.


{When people run in circles, it's a very very mad world}




domingo, 12 de septiembre de 2010

Charlas VII

¡Dichosos los ojos! Dos nuevas conversaciones.


La Entrevista

- Siéntese, por favor, señor. – dijo ella esbozando una gran sonrisa e indicándole una mullida silla. Luego, se sentó frente a él. Sólo una mesa redonda de madera oscura, un magnetófono y dos tazas de café, un capuccino y uno solo, los separaban.
- Gracias, querida – respondió él con una media sonrisa. – Comencemos, ¿quiere?
- Tutéame – dijo ella, espontánea, y al momento se arrepintió - ¿puedo tutearle yo a usted? – preguntó preocupada. Él sacudió la cabeza en señal de asentimiento.
- Bueno – titubeó ella y comenzó a ponerse nerviosa. –
Encendió el magnetófono con un movimiento torpe, releyó la lista de preguntas y carraspeó.
- Hablemos de tu libro, que se titula: “ El Amor y otros Monstruos de ojos verdes”. Cuéntame cómo nació la idea de esta especie de ensayo filosófico y social.
- Bien … Fue, como muchas otras de mis obras, fruto de una experiencia personal. Tuve una historia amorosa y salí escaldado, nada más. – soltó una risita que luego se oiría clara y sincera en la grabación. – Entonces, por la confusión y la falta de ideas, quise escribir un relato corto o una colección de ellos, pero no pude. Me quedé bloqueado en la narrativa, totalmente atascado. Así que me pasé a género ensayístico.
- Qué curioso – dijo ella, sin parar de pensar que él no la creería cuando le contara que había conseguido una entrevista con su escritor favorito. – y cuéntame, una duda que corroe a muchos de nuestros oyentes: ¿el escritor nace o se hace?
- Por supuesto, se hace. Sin duda. Escribir es como cualquier otra cosa, como arreglar tuberías o como diseñar edificios. Cualquiera puede hacerlo, pero es necesaria una preparación previa y entrenamiento. Un buen escritor se forma por tres cosas: leer muchísimo, casi compulsivamente, escribir mucho, compulsivamente, y buscar ideas e inspiración hasta debajo de las piedras.
- Un buen consejo para nuestros oyentes, desde luego – él sonrio y ella hizo lo mismo. – Dime, ¿qué crees que puede encontrar cualquier lector en tu libro? ¿apoyo moral, entretenimiento?
- Nada de eso. Cualquier lector que coja “El amor y otros monstruos de ojos verdes” encontrará una crónica en prosa de cómo evoluciona la mente humana tras una ruptura, todas esas fases. De hecho, las fases de la ruptura sentimental se parecen bastante a las fases de la muerte: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación. “El amor…” es una especie de guía para navegantes.
- Excelente – dijo ella mientras sonreía – ya, por último, una pregunta general: ¿es más fácil hacer reír o hacer llorar utilizando las palabras?
- Pues… - meditó la respuesta, y mientras pensaba, pareció percatarse de que el café seguía allí y sorbió media taza de una sola sentada. – es tan difícil hacer una cosa como la otra. Lo más complicado es combinar, quiero decir, hacer un libro dramático, una novela con una trama terrible, e introducir tintes cómicos para que el lector sonría de vez en cuando. Todos sabemos contar chistes, y también hablar de la muerte y la soledad.
- Bien. Gracias, muchísimas gracias por tu atención. Ha sido un auténtico placer poder entrevistarte hoy. Espero que tu libro tenga mucho éxito. – dijo ella sonriendo – muchas gracias.
- Gracias a ti, querida. Ha sido un placer para mí. – se levantó en silencio, dejó dos euros sobre la mesa y salió de la cafetería despidiéndose con un gesto de prisa.
Ella apagó el magnetófono, y se quedó mirando la taza tibia de café con una gran sonrisa. Sólo podía pensar en una frase: “él no se lo va a creer cuando se lo cuente, no se lo va a creer en absoluto”.


Danza

- No sé… no termina de convencerme, ¿sabes?
- Pero si no conoces… - replicó ella, pero él la interrumpió algo enervado.
- Ya sé, ya sé, que nunca he ido a ver un ballet ni un espectáculo de danza. Es porque no me inspira nada, ¿tan malo soy?
- No he dicho nada de eso, sólo que… - ella dudó – para mí la danza es algo más. No estoy segura de cómo explicarlo, ¿vale?, pero bailar… Es como hablar con los movimientos.
Ambos se sumieron en un silencio ligero. Los murmullos de la gente que merendaba en la cafetería inundaron el aire que había sobre la mesa de ambos, y cayeron sobre sus cafés. Ella levantó el suyo, un capuccino con una enorme trufa asomando entre la crema, y le dio un sorbo.
- Bah, ni siquiera ésa es una buena metáfora. El habla es un acto tan sencillo que no está a la altura. – ella suspiró y bajó los ojos mientras decía esto. Él la miró de reojo, deseando que no se diese cuenta de que estaba exprimiendo su cerebro con ganas para comprenderla.
Ella desvió la mirada un momento, se estremeció y volvió a mirarle, esta vez con una sonrisa en los labios y los ojos vidriosos:
- Ya lo tengo – sentenció.
Se dobló en la silla, escondiendo la cabeza por debajo de la mesa, y volvió a asomar dos segundos después con su mochila en la mano; era de cuero oscuro, llena de chapas y cascabeles. La abrió y sacó un portátil diminuto, del tamaño de una libreta. Lo abrió sobre la mesa y comenzó a teclear y a mover el cursor de forma frenética. Finalmente, pareció encontrar lo que buscaba y giró el aparato para que él pudiera ver la pantalla.
- Quizás puedas entenderlo si lees esto. – dijo ella. Él se inclinó sobre la pantalla y comenzó a leer en voz alta:
- “El silencio se hizo en el salón cuando empezaron a flotar las primeras notas musicales. La oscuridad se cernió sobre el público y sobre la pasarela, cuando una sombra comenzó a andar por ella, hacia la gente. Todas las miradas estaban puestas en Miyuko. La luz tétrica y tenue que la iluminaba dejaba ver tan sólo su espectacular vestido, de seda color rojo sangre, y bordado con flores doradas, y las facciones de su rostro suavemente pinceladas. Se movía al son de la música, trazando arcos suaves y pequeños con los brazos y las piernas. Sus cabellos, lisos y brillantes, negros como el ébano más puro, oscilaban con ella al son de la canción, que ganaba velocidad por momentos. Su danza destilaba sentimiento en cada movimiento y en cada fugaz mirada dirigida al público. Cuando del techo comenzaron a llover suaves copos blancos, la luz se acentuó en la sala. El rostro de Miyuko quedó iluminado, y todo el público ahogó un gemido. Sus ojos, enormes y almendrados, eran grises como el acero. Sus labios parecían una herida sangrante rompiendo la paz de la tez blanquísima, enmarcada por dos cortinas de cabello negro. El rostro de la muchacha temblaba, goteaba cansancio y hastío por los cuatro costados, y su belleza fría y cruel provocó en sus espectadores respeto, casi miedo. Conforme la canción avanzaba, Miyuko aumentaba la amplitud de sus movimientos y la emoción de su danza. Cuando ésta llegó a su punto culminante, los brazos de Miyuko, temblorosos, se alzaron hacia el techo de la sala, y en ese momento, sólo su rostro quedó iluminado. Lloraba. Parecía estar a punto de consumirse como un trozo de plástico en una hogera. Con la última nota de la canción, Miyuko se dejó caer al suelo de la pasarela sin apenas causar ruido, temblorosa, y la oscuridad volvió a cernirse sobre la sala, que guardó un silencio vacío justo antes de explotar en aplausos. “
- ¿Y bien? – dijo ella con tono esperanzado. Él guardó un silencio sepulcral con los ojos fijos en la pantalla del portátil. La luz azul daba a su cara una apariencia brumosa.
- Como siempre, tengo que darte la razón – dijo él. La sonrisa que esbozó en ese momento hizo que las dos lágrimas que le surcaban las mejillas resbalaran hasta su barbilla, quedando allí colgadas y brillantes como dos pendientes de diamantes.

martes, 7 de septiembre de 2010

Fall Creek Manor

Juntos en el tren, uno al lado del otro.
Hay sexo en el ambiente.
Se miran de reojo. No se dicen un te quiero.
Sigue habiendo sexo en el ambiente.
Ella dice: en otoño, los colores se hacen más intensos.
Luego, ella abre los ojos.

Tiene un maniquí durmiendo a su lado en la cama,
de madera oscura.
No tiene cara, se pregunta
¿quién puede ser?.
Lo observa y está ardiendo. Hay poco más que decir.

domingo, 5 de septiembre de 2010

[...]

¿Llorar o morderse el piercing? A lo mejor todo se resume en esa frase, ser o no ser un ser visceral. ¿Ser o no ser un ser visceral?Quizá mejor ser tan normal, y equivocarse, y darse de morros. Y llorar. ¿O mejor morderse el piercing?

¿No saber amar hasta la extenuación, o dejarse cada centímetro de piel para arropar a aquel con quien compartimos la carga del vivir durante un tiempo finito? ¿cuáles son las opciones?; estar cabreado con el mundo, no mover un párpado ni ante la muerte de mamá, no entregarse, temer desconfiar; u obedecer los dictados del caballo salvaje que tenemos por músculo cardíaco, siempre, tratándolo como el sumo administrador de nuestros actos, le pese a quien le pese, se pise a quien se pise y enarbolando siempre que el fin justifica los medios.

Empatía, raciocinio, detenimiento, tranquilidad, sentido común. Impulsividad, naturalidad, ninfomanía, pasión, caradura, desinhibición. ¿Hay que estar siempre a un lado o al otro del signo de puntuación?


Yo HE elegido ser quien soy, eso lo tengo claro. No diré que soy así porque la vida me ha tratado mal, porque la sociedad es una mierda superficial y porque los políticos son deshonestos. Soy quien soy, soltera, algo fría, difícil de enamorar, porque me da la gana y porque es más cómodo el no tener que dar explicaciones, el poder moverse con libertad y no depender de una segunda persona. ¿Significa eso que estoy muerta?





{If I touch a burning candle, I can feel no pain.
If you cut me with a knife, it's still the same.
But I know my heart is beating, though I know that I am dead, but the pain I'm feeling here... Try and tell me it's not real; so, it seems that I still have a tear to shed.
If I touch a burning candle, I can feel no pain.
In the ice or in the sun, it's still the same.
Yet I feel my heart is aching.
Though it doesn't beat, it's breaking.
And the pain I'm feeling here... try and tell me it's not real.
Though I know that I am dead, it seems that I still have some tears to shed. }







martes, 31 de agosto de 2010

Suerte

Por haber nacido en una sala estéril, porque las matronas que asistieron a mi madre llevaban guantes de látex y a mí me cubrieron con mantas limpias nada más salir de la placidez del útero materno. Porque, gracias al horrible sistema capitalista, mi madre pudo comprarme ropa cada seis meses (porque crecí deprisa, ya que estaba bien nutrida).


Porque, cuando cumplí tres años, entré en el enorme (jodidamente larguísimo) camino de la enseñanza y las escuelas. Porque conocí a chicos y chicas que, como yo, habían tenido una vida normal. Porque, gracias a los impuestos, tuve profesores y profesoras que tenían una cierta vocación de servicio. Porque aprendí a leer, a escribir, a sumar y restar, a contar hasta cien y a comprender (aunque no demasiado) las matemáticas.


Porque tuve acceso a libros, folios y lápices de colores.Porque pude hacer miles de dibujos muy coloridos y con no demasiada calidad, que luego mis padres guardaron amorosamente en una suerte de síndrome de Diógenes. Porque crecí aprendiendo, estudiando.


Porque nunca tuve que trabajar bajo el sol ni faltar a clase. Porque siempre pude ir al colegio con la ropa limpia y el pelo peinado, con mis libros forrados y cuidados y una mochila nueva cada año. Porque llegaba a casa y la comida estaba ya hecha. Porque la nevera se llenaba sola, por arte de magia. Porque nunca, nunca, nunca tenía que preocuparme de nada.


Porque crecí y cada vez sabía más. Porque comprendí que la nevera no se llenaba sola, por arte de magia, y siempre iba a comprar con mis padres para ayudar. Porque seguía pudiendo ir al instituto con la ropa limpia. Porque empecé a salir, a conocer gente maravillosa. Porque experimenté, me equivoqué y me pasé de largo, pero siempre (o casi siempre) tuve la cabeza para no hacer nada irreversible. Porque conocí gente de todos los colores, de todos los tipos, con todo tipo de ideas. Porque me alejé a tiempo de ellos, y me acerqué a tiempo a otros. Porque encontré a mis amigos.


Porque supe desde el principio cuál sería mi futuro. Porque mis padres han podido, no sin esfuerzo pero con muchas ganas, costearme ese futuro. Porque, aún sin la mayoría de edad, he podido salir de mi ciudad y entrar en un ambiente nuevo, con gente nueva y maravillosa. Porque mis padres han podido comprarme los libros, algo de ropa nueva y también han comprado para mí nueve meses en una habitación compartida, con mi baño, con mis pósters, con mi guitarra. Porque he podido estudiar lo que quiero, lo que amo, lo que me apasiona, a la vez que he conocido personas diferentes con mucho que ofrecer.


Porque, durante todo ese tiempo, nunca ha faltado un plato de comida en mi mesa ni una pila de ropa nueva a los dos o tres días de echar la sucia a lavar.


Por haberme equivocado, lo que me ha ayudado a no equivocarme muchas veces más acerca de las mismas cosas.


[Porque hemos sufrido mucho estos meses, pero con ello somos mejores personas y más amigos. Porque sé que estáis ahí, y eso no se paga con dinero. ]


{Por muchas otras pequeñas cosas; si empezara a enumerar, no acabaría nunca}





Por todo ello, hoy me siento afortunada. Así, es difícil tener un mal día.





Sobre la foto: la ví y me encantó. Refleja algo que debería ser una máxima de vida valiosa: muchas veces, las cosas no tienen el valor intrínseco de ser buenas o malas, o lo que sea, sino que tienen la cualidad que uno mismo quiera darles. El gafotas de la foto elegirá un camino u otro y eso condicionará como será su vida. La variable es el cartel que elegimos, no lo que encontremos por el camino.

lunes, 30 de agosto de 2010

"Qué mala compañía eres, rubia"

Otro poema que data del 5/mayo/2009. Es uno de mis favoritos, la verdad.





Me da vértigo el fondo cóncavo,
o convexo,
de la botella,
y mi cara en el espejo.

Que comer un coño no es muestra de amor
y los dos lo sabemos
¿o no?

Tienes una forma rara de llorar
y yo ya sí que no entiendo nada de nada ...

Y emborracharme para ahogarte en la cerveza
después de tantos años.

Es absurdo pensar en el regreso
sin saber si nos hemos ido ya.

Quizás lo mejor sea olvidarlo todo
y esperarte sentada entre las vías.

Quizás lo mejor sea olvidarlo todo

y cruzar la calle hacia la ciudad contigua.

Bq

Una estupidez que escribí hace ¿tres años? para alguien especial. Recurro a esto ya que estoy en medio de una enorme isla en el mar de las ideas. ¡Vivan los bloqueos creativos! Tengo a los pobres Jan y Anne un poco abandonados; pero le pondré remedio, lo prometo.



Sobre la piedra
descansa un cuaderno abierto.

El viento juega con sus hojas, inclemente.
Y el silencio es simple y duro.
El blanco de las nubes, manchado de tí.
Las líneas de simpleza nada más...
Bailando ante los ojos,
que se nublan,
que se cierran,
que se apagan...
Que te añoran.



Y termina la jornada
soñando con tu boca...
Pensándote sin ropa...
Sintiéndote a mi lado...

domingo, 22 de agosto de 2010

Cabaret VIII

Y seguimos



VIII
Sara no apareció por la habitación en todo el día. Eran ya las once de la noche cuando Jan salió de la ducha. Alex había salido a comprar un refresco a las máquinas de la cafetería, y Anne estaba tumbada en la cama, leyendo un libro de pastas rojas.
Jan la observó durante unos segundos hasta que ella alzó la vista.
- ¿Qué lees, Anne? – preguntó Jan. Ella sonrió.
- Las Flores del Mal, de un tal Baudelaire. ¿Lo conoces?
- Me suena, pero nada más – contestó Jan, y se volvió hacia su mesita de noche.
No podía creerlo; abrió el primer cajón y sacó un libro delgado encuadernado en piel. Quiso comprobarlo, aunque estaba seguro de que así era. En efecto, en la primera página de su libro se leía: “Les fleurs du Mal – Charles Baudelaire”.
- ¿Y tú, que lees? – preguntó ella a espaldas de Jan.
- ¿Quién se ha llevado mi queso? – dijo, sonriéndole. Ella soltó una risita.
- Vaya basura. ¿Qué tiene para que quieras leerlo?
- Me siento menos tonto a medida que avanza el libro; no porque vaya aprendiendo, sino por pura comparación.
Ambos rieron y Jan se tumbó en la cama con una extraña sensación en el cuerpo.

Cabaret VII

A new one,



VII
Sonaron cinco golpes firmes y fuertes en la puerta, a eso de las ocho y media. Anne estaba en el baño, peinándose, y Jan se dedicaba a observar la puerta del baño imaginándola transparente. Alex dormitaba en su cama, jugando con un cubo de Rubick con movimientos pausados.
Jan se levantó, descalzo, y abrió la puerta. Las gemelas entraron como un huracán, casi sin saludar, hablando y riendo. Tras ellas estaba Lucy con una cómica expresión de aturdimiento. Llevaba una camisa negra sencilla y unos pantalones rojos. Jan la miró y le sonrió, invitándola a pasar. La chica se sonrojó y bajó los ojos. Llevaba en la nariz un diminuto piercing con forma de pie plateado.
Anne salió del baño y alzó una ceja al ver la habitación tan llena de gente. Jan se encogió de hombros, mirándola, mientras las gemelas lo toqueteaban todo y Alex intentaba despertarse todo lo rápido que podía.
- ¡Eh! ¡EH! – exclamó Anne a las gemelas – vosotras, las de los pelos de colores, no destruyáis la habitación.
- Oh… eres una maleducada, María – dijo Lara a su hermana - ¿crees que esto está bonito?
- Que te den – contestó María. - ¿Nos vamos a cenar?
Los seis recorrieron los pasillos del Campus casi en completo silencio hasta llegar a la planta baja, en cuyo ala central estaba ubicado el comedor. Era una sala muy amplia, cuadrada, con capacidad para unas quinientas personas. Las paredes norte y este estaban cubiertas de mesas y mostradores a los que había que acudir a por la comida. El resto del comedor estaba lleno de mesas para doce personas.
A esa hora, recién abierto el comedor, apenas un tercio de las mesas estaban ocupadas. Lucy señaló una distante, pegada a los mostradores de la pared frontal, en la que había un chico cenando solo. Los seis se acercaron y se sentaron a su alrededor. El chico no pareció reparar en ellos hasta que Anne no le saludó:
- Hola, chaval. ¿Cómo te llamas?
- ¿Eh? Hola – el chico no levantó los ojos del plato de ensalada – Soy Sam.
Las gemelas se miraron, se encogieron de hombros y se sentaron cada a una a un lado de Sam. Anne se sentó frente a él, Jan junto a Anne y Alex junto a María, con Lucy en el extremo.
- Bueno, Sam – empezó Jan - ¿sabías que te llamas como el bedel del Campus?
- ¿Ah, sí? – espetó Sam sin mucho interés – Qué buena noticia.
- ¿Qué estudias, chico? – preguntó Lara con una mirada maliciosa.
Sam alzó los ojos hacia Lara y por fin pudieron ver sus facciones. Era un chico delgado, con gafas y el pelo color castaño claro, fino y casi transparente, largo hasta los hombros. Tenía una nariz ganchuda y una sonrisa amplia y sincera. Sus ojos eran dos ranuras que estudiaban a los seis desconocidos que habían venido a turbar su tranquilidad. Llevaba un extraño colgante en el cuello: un pequeño ídolo de madera algo gastada. Se atusó la media melena y, finalmente, enarboló una sonrisa sincera.
- Historia del Arte. – contestó - ¿y vosotros? ¿todos médicos?
- ¿cómo lo has sabido? – respondió Lucy, divertida.
- Lo lleváis escrito en la cara, chicos.
Todos rieron, y tras las presentaciones de rigor y unos segundos de silencio, Sam preguntó:
- ¿Por qué medicina? Con lo difícil que dicen que es, ¿por qué?
- Por conocer el cuerpo humano y sus mecanismos, para no estar perdida cuando tenga un pequeño dolor de cabeza y saber lo que está ocurriéndome. – contestó Lara, al momento. María asintió, respaldando las palabras de su hermana.
- Por ayudar a los demás, sin duda. Para poder ir a algún país pobre y echar una mano, por pequeña que sea, con mis conocimientos, por pequeños que sean. – dijo Lucy.
- Porque mi padre es médico – dijo Alex, y soltó una carcajada nerviosa.
- Por curiosidad, más que nada. Porque creo que no hay nada más noble y más merecedor de ser conocido que el propio cuerpo humano. No hay nada más perfecto y a la vez más imperfecto. – dijo Jan.
Anne permanecía callada. Todos la miraron y ella, nerviosa, contestó:
- No lo sé, si os digo la verdad. Quizá lo descubra a lo largo de este año. O quizá no.

sábado, 21 de agosto de 2010

Cabaret VI

comenzamos con el capítulo 2, a ver qué tal. Quiero críticas, coñe >.<






Capítulo 2: Arranque

VI

Alex y Jan estaban sentados uno al lado del otro en el enorme auditorio del Hospital Santa Rosa, que se alzaba contra el cielo estival justo frente a la facultad. El auditorio tenía capacidad para trescientas personas, apretujadas en los cómodos sillones color vino.
Un hombre no demasiado alto aunque bien formado, enfundado en un traje color azul marino, apareció en la tarima del auditorio desde una puerta lateral oculta en el revestimiento de madera. Se atusó la corbata, tragó saliva, tembló ligeramente y se acercó al estrado. Se aclaró la garganta y comenzó:
- Bienvenidos, señores y señoritas, al primer día del resto de sus vidas. A partir de este momento son ustedes médicos. - Alex y Jan se miraron emocionados. Unas filas más adelante, una conocida melena oscura osciló y su dueña se volvió para buscar a Jan con los ojos; desistió tras unos segundos en los que Jan pudo mirarla sin miedo. – Para ustedes, la carrera de medicina no será sólo una montaña de créditos que conseguir ni algo con lo que llenar el tiempo. La medicina es una forma de vida, una vocación que les absorberá. Habrá días en los que querrán abandonarla, en los que se arrepentirán de haberla escogido, en los que desearán tener al menos cinco minutos libres. Pero siempre volverán; esta carrera les reportará enormes satisfacciones y una felicidad que les costará identificar, pero a la que se volverán adictos.
El Vicedecano de Relaciones Internacionales continuó su charla de presentación hablando sobre las estadísticas, bastante impresionantes, del Hospital Santa Rosa. Jan dejó de escuchar, ya que las palabras con las que había empezado el vicedecano su conferencia flotaban en su cabeza y le hacían estremecerse. La conferencia terminó, y los centenares de alumnos emocionados e impresionados se precipitaron hacia la salida.
Alex y Jan siguieron a la masa, que cruzó la calle desde el Hospital hasta el recinto del Campus Universitario, anexo a la Facultad de Medicina. El resto de Facultades estaban repartidas por toda la ciudad, con lo que en el Campus había alumnos de todas las carreras.
Jan vio a Anne un poco más adelante, rodeada de su grupo de amigas. Guiñó un ojo a Alex y se adelantó. Posó su mano suavemente sobre el hombro de Anne, que se volvió despacio, y enarboló su mejor sonrisa.
- Ah… eres tú – ella tragó saliva - ¡Hola!
- ¿Qué te ha parecido la charla, Anne? – replicó Jan.
- Pues… muy inspiradora, desde luego. Aunque no creo que ninguno de los energúmenos que estamos aquí seamos doctores ya, ni mucho menos.
- Yo tampoco lo creo; somos como un público estúpido en un show estúpido. La tarea del Vicedecano hoy era animarnos y hacernos sentir importantes. – Anne le dedicó una sonrisa cálida.
- Eh, voy a presentarte a unas amigas – dijo ella. – ¡Te encantarán!

Anne se separó un poco del grupo y se perdió entre la gente. En ese momento, Alex se acercó a Jan por detrás y se puso a su lado con una sonrisa pícara. Hubo unos instantes de silencio, con las amigas de Anne escudriñando a los dos chicos, hasta que ésta volvió.
- Éstas son las gemelas, Jan. Chicas, éstos son Jan y Alex.

Las mencionadas eran dos chicas bajitas y delgadas, sobrecogedoramente iguales entre sí. Ambas vestían de negro y llevaban mochilas cuajadas de chapas. La única diferencia visible que Jan pudo descubrir era el color de su pelo; Una de ellas lo llevaba tintado de color azul eléctrico, algo deslucido, mientras que la otra lo llevaba de color rojo.
- Ella es Lara – dijo la del pelo rojo.
- Y ella, María – dijo la del pelo azul.
Jan tuvo que hacer un esfuerzo consciente y físico para reprimir una carcajada; las dos chicas le recordaban a los gemelos de Alicia en el País de las Maravillas. Les estrechó la mano y ellas le devolvieron el gesto. En ese momento, ya cerca de la verja del Campus, otra chica apareció de entre la marabunta de estudiantes, buscando a alguien con los ojos. Cuando encontró a las gemelas, suspiró aliviada:
- ¡Eh! Os estaba buscando, ¿dónde os habíais metido? – dijo
- Anne nos estaba presentando a unos amigos suyos, Lucy. El rarito es Jan, y el pecoso es Alex. – dijo Lara.
Jan le dedicó una mirada fulminante con una media sonrisa en los labios, y observó a la recién llegada, que había palidecido. Era una chica más alta y más morena, con una melena negra leonina. Llevaba varios piercings en la cara y las orejas, los ojos levemente sombreados de negro y también vestía de negro. Llevaba una mochila pequeña de rayas rojas y negras, en la cual se marcaba el contorno de un cuaderno pequeño. Miraba a Jan casi con pánico. Le estrechó la mano con firmeza, de arriba abajo.
- Estrechas la mano con seguridad – le dijo Jan, sonriendo, y recordando que su madre le había enseñado que toda mujer que estrechara la mano de arriba abajo era peligrosamente fuerte – eso denota fuerza.
- Gracias, chico. – contestó Lucy. Tenía un voz extraña, profunda y a la vez aguda.
Anne carraspeó; Jan miró en derredor y reparó en que la masa de estudiantes había entrado en el Campus, y que ellos estaban parados en medio del jardín frontal. Alex soltó una risita y echó a andar hacia la puerta, seguido de cerca por María. Lara y Lucy se quedaron algo retrasadas, hablando, y Jan y Anne flanqueaban a Alex y María.
Los seis entraron juntos en el Campus, y el fresco de su espaciosa entrada les hizo estremecerse. Se miraron, dudosos, hasta que Lara dijo:
- Vosotros, el trío, estáis en la 1325, ¿no?
- Exacto – aseveró Anne – vosotras en la 1100, creo. – María asintió.
- La mía es la 1267 – dijo Lucy.
- Pues iremos a por vosotros a la 1325 a la hora de cenar. Más os vale estar presentables – dijo María con aire sombrío. – Vamos, morena – instó a Lucy, y las tres se alejaron hacia la escalera lateral.
Anne, Jan y Alex se miraron y echaron a andar hacia su habitación. A medio camino, Alex volvió la cabeza y dijo:
- Esa rubia de ahí… - sonrió de oreja a oreja – creo que es amiga de un amigo del ex novio de una prima de mi hermana… - vaciló – o algo por el estilo. Soltó una risita y se alejó de Anne y Jan.
Éstos se miraron, divertidos, y siguieron andando en silencio. La gente iba y venía por los pasillos del edificio; había un gran barullo aquella mañana, gente que subía y bajaba escaleras con prisa.
Finalmente, llegaron a la habitación. Jan observó la placa durante unos segundos; aquel trozo de bronce ejercía una extraña atracción sobre él. Anne lo miraba divertido. Jan sacudió la cabeza y sonrió a la chica con las mejillas enrojecidas, sacó su tarjeta magnética y la introdujo en la ranura de la cerradura. Con un movimiento cortés del brazo, sentenció:
- Las señoritas, primero.

viernes, 20 de agosto de 2010

Cabaret V

Y la parte V! con esto acaba el primer capítulo.




V
La habitación era espaciosa, rectangular y muy luminosa. En las paredes laterales había cuatro camas con sus respectivas mesitas de noche. En la pared frontal había dos escritorios que enmarcaban la única ventana de la habitación, grande y sin rejas. Los otros dos escritorios enmarcaban un enorme armario empotrado que estaba junto a la puerta. Una pequeña puertecita blanca, junto a uno de los escritorios de la pared frontal, daba al cuarto de baño.
Jan dio un paso hacia delante, maravillado, cuando reparó en que tres de las cuatro camas estaban ocupadas por montañas de maletas y bártulos. En la cama que estaba justo a su izquierda había sentado un chico alto y desgarbado, pelirrojo y de nariz ganchuda y pecosa. Tras él estaban, supuso Jan, sus padres: una mujer canosa y regordeta de mejillas arreboladas y un hombre que se parecía más a un poste de teléfonos que a cualquier otra cosa que Jan pudiera imaginar.
En la cama de la derecha había una chica rubia y esbelta, convencionalmente bonita y sonriente. Estaba deshaciendo su enorme maleta rosa y sonreía; los bucles de cabello rubio le caían como cascadas por delante de sus blancos hombros. Llevaba una camisa blanca levemente transparente, y el botón superior esta desabrochado. Jan apartó la vista.
La cama de la esquina derecha de la habitación, junto a la de la chica rubia, estaba ocupada por tres maletas color marrón oscuro y una mochila roja, pero la dueña de aquellos efectos no estaba por ninguna parte. En el baño se oyó el ruido del agua y la puerta se abrió. En efecto, era ella. Anne salió del baño atusándose la larga melena negra y miró a Jan con una expresión que nunca olvidaría. Intentó sonreír, pero no pudo; su sonrisa se transformó en una extraña mueca. Se quedó muy quieta en la puerta del baño.
Jan tuvo tiempo de pensar muchas cosas antes de que el chico pecoso reparara en su presencia y lo atosigara a preguntas: Anne estaba especialmente bonita. Llevaba el pelo suelto y echado suavemente hacia atrás, con lo que una amplia onda nacía en su frente y terminaba en un suave tirabuzón alrededor de la mitad de su espalda. Llevaba una camiseta de tirantes roja, con no demasiado escote, y un pequeño colgante plateado con forma de lagartija. Sus vaqueros, ajustados en la cintura y algo más sueltos por debajo de la rodilla, eran oscuros y estaban levemente desgastados. Llevaba unas sencillas zapatillas de deporte negras. Y el nomeolvides blanco, ¿dónde estaba? Los ojos de Jan fueron, al instante, a parar a las pequeñas y perfectas orejas de Anne. Allí estaba la flor, arropada por una traviesa onda de su pelo.
- ¡EH! – la magia se rompió - ¿Y tú quien eres? – dijo el pecoso. – Yo me llamo Alex. ¡Parece que vamos a ser compañeros de habitación! Qué cosas, chico. ¿De dónde vienes? ¿También vas a medicina? ¡Espero que sí, porque tienes pinta de listo! Y yo, sinceramente, voy a necesitar muchísima ayuda este año – soltó una risotada estridente que hizo chirriar los tímpanos de Jan.
El pecoso se levantó de la cama y se acercó a Jan con la mano extendida. Jan se volvió y se la estrechó, exhibiendo una sonrisa amplia y afable, tal y como su madre le había enseñado siempre.
- Encantado de conocerte, Alex. Soy Jan. – bajó los ojos levemente y luego sonrió aún más - ¿Podrías repetirme las preguntas?
- ¿Qué? – Alex soltó una estentórea carcajada - ¡Vaya tío! Me caes bien, chaval. – se volvió y siguió con sus quehaceres.
Jan no tuvo tiempo de volver los ojos hacia Anne cuando la rubia se le acercó y le plantó dos sonoros besos en las mejillas con una sonrisa prefabricada. Cuando la pudo ver de cerca, toda impresión de belleza se borró de la mente de Jan. La chica tenía unos ojos marron chocolate demasiado separados, y sus labios eran demasiado finos. Tenía una cara larga y huesuda, y pudo ver que, probablemente, aquella chica tuviese el pelo castaño y liso como una tabla; las raíces de su melena la delataban. Estaba excesivamente delgada; sus crestas ilíacas asomaban bajo su camisa blanca.
- Soy Sara – dijo, con una insoportable voz atiplada y nasal - ¿Y tú que, guapo? ¿De dónde vienes?
- Esto… - Jan tragó saliva, casi ahogado por el perfume recargado dulzón de Sara – soy de un pueblo de por aquí. Trató de sonreírle y se dirigió a su cama, junto a la de Alex y frente a la de Anne.
Anne seguía parada frente a la puerta del cuarto de baño, con el hombro y la cadera derecha apoyadas contra el quicio de la puerta. Miraba a Jan con una media sonrisa, que él le devolvió hábilmente. Cuando el chico fue a dejar su austera maleta sobre la cama, Anne sacudió ligeramente la cabeza y salió de la habitación, no sin antes desprenderse del nomeolvides y soltarlo, abandonado, sobre la cama.
Jan la observó salir y suspiró, tratando después de disimular cuando vio que Sara y Alex lo miraban con aire inquisitivo.
- ¿Qué le has hecho ya, chaval? – dijo Alex medio riendo. Jan le devolvió una sonrisa con los ojos llenos de lágrimas.

Cabaret IV

Vamos con la parte IV


IV

El Señor S. explicó a Jan que el primer número, el 1, indicaba que su habitación era de residencia permanente, y no estudio o aula; el segundo número, el 3, decía la planta en la que estaba la habitación. “Así cualquiera la encuentra”, pensó Jan. Mientras bajaban juntos por las amplias y luminosas escaleras, el señor S. suspiraba en cada escalón mientras contaba a Jan mil anécdotas del Campus. Le explicó que el edificio tenía forma de U de esquinas aplanadas, y que el acceso a los pisos superiores estaba restringido.
Jan no pudo reprimir una estúpida expresión de sorpresa cuando el señor S. le preguntó si quería saber más sobre su historia. El chico asintió, embobado.
- Estudié medicina, aunque no lo creas. Lo mismo que vas a hacer tú. – miró a Jan de reojo y se concentró de nuevo en las puntas de sus zapatos. – Cuando terminé la carrera, todo empezó a ir cuesta abajo y sin frenos. Mis padres venían desde mi ciudad de origen hasta aquí, a mi ceremonia de fin de carrera, cuando tuvieron un accidente de tráfico y murieron los dos.
- ¿Qué…? – Jan no podía creerlo. Sintió una oleada enorme de pena hacia el señor S.
- No me compadezcas, chico. No pude pagarme la residencia, así que empecé a vagar de aquí para allá, de trabajo temporal en trabajo temporal. La verdad es que me arruiné por una estupidez. Conocí a una chica maravillosa, Ana se llamaba, y me enamoré de ella en cuanto la vi. Nunca olvidaré la primera noche que pasamos juntos en mi diminuto y mugriento piso, lo máximo que podía pagarme con el dinero que ganaba. Le hice el amor como si no hubiera mañana; efectivamente, no hubo mañana
- ¿Qué quieres decir?
- Me robó – sentenció el señor S. – se lo llevó todo, la muy zorra. El poco dinero que guardaba, mi única tarjeta de crédito, mis carnets, las escrituras de la casa… Todo. Cuando fui a denunciar, me tomaron por un loco y no me quedó más remedio que abandonar el trabajo, ya que no me quedaba ni un céntimo para desplazarme hasta allí, y tampoco podía presentarme con la ropa sin lavar. Así que acabé, con apenas treinta años, vagabundeando en la calle. Así pasé la mayor parte de mi vida, hasta que mis pasos me devolvieron aquí. Llegué una noche otoñal, hace unos seis años. Sólo esperaba poder dormir un rato bajo techo, pero ocurrió algo más. El Doctor Darrel volvió al campus tarde esa noche, y…
- ¿Quién es el Doctor Darrel? – preguntó Jan, interesado.
- El jefe del departamento de anatomía. Le conocerás muy pronto, te lo aseguro. – sonrió el señor S. – el caso es que el doctor tropezó conmigo, que estaba durmiendo frente al portón. Me reconoció, y me dejó pasar a su habitación. Le conté mi historia, y pareció conmoverle, ya que al día siguiente estaba trabajando aquí como bedel. – terminó S., sonriente. – Hemos llegado, chico.

Una placa de bronce rezaba “1325”. Jan la observó durante unos veinte segundos sin pestañear, así que estuvo a punto de caerse de espaldas cuando un fuerte bastonazo en las costillas le sacó de su ensimismamiento. Se quedó mirando al señor S., intentando recordar si llevaba ese bastón curvado y nudoso cuando lo vio por primera vez. S. Tenía una media sonrisa y lo miraba con aires de superioridad:
- ¿Estás ensimismado? ¡Entra de una vez! – se volvió con dificultad y echó a andar pasillo arriba, murmurando.
Jan tragó saliva y siguió con los ojos al señor S. hasta que hubo desaparecido. Miró una vez más la placa de la habitación y entró.

jueves, 19 de agosto de 2010

Iraq

http://www.google.com/hostednews/afp/article/ALeqM5iBuYudtiF2OAgdcwb2TUk4ugGb5w



Hoy, unos días antes de lo previsto, las últimas tropas estadounidenses han salido de Iraq.

Independientemente de la decepción Obamaística que la mayoría de la gente sufre, está dando pasitos pequeños para que este mundo sea cada día una milésima más democrático y justo.

No merece el Nobel de la paz, ni es el salvador del mundo, ni predica siempre con el ejemplo, pero ha cerrado Guantánamo y ha sacado a las tropas de Iraq. Gracias, Mr. Obama.


:)

Cabaret III

Otro más ^^ :


III
Jan nunca habría imaginado que en un lugar podía haber tantos pasillos, todos tan parecidos entre sí y tan amplios. Llevaba en la mano su ficha identificadora, que sólo contenía cuatro números de información potencialmente útil, y no los entendía. Supuestamente, su habitación era la 1325. Parecía fácil encontrarla, pero él llevaba tres cuartos de hora buscando por aquellos pasillos clónicos sin ningún fruto. Se sentó en medio del pasillo, frente a la 1689, y suspiró, mirando su ficha con rabia.
- Esto no podría ir peor – dijo en voz alta.
Enterró la cara entre las manos y se frotó los ojos cerrados, intentando relajarse y centrarse. Un momento después, oyó una voz ronca a su lado:
- ¿Puedo ayudarte en algo?
Jan levantó los ojos y se encontró frente a un hombre anciano y desgarbado, con un ojo de cristal y el poco pelo canoso que le quedaba recogido en una coleta. A pesar de la apariencia general, que podía no ser muy agradable, el hombre desprendía una sensación de inocencia y disposición.
- Pues… - Jan vaciló un momento. Al final reparó en el uniforme naranja que llevaba el anciano, y supuso que debía ser un bedel – la verdad es que sí. No encuentro mi habitación, y llevo tres cuartos de hora buscando.
- A ver, ¿me enseñas la ficha? – contestó el hombre. Jan se levantó y se la extendió.
- Es la 1325, no tengo ni idea de…
El bedel levantó los ojos de la ficha con una mirada inquisidora e incrédula. Bajó los ojos a la ficha y volvió a mirar a Jan, esta vez de arriba abajo y analizándole. Al final, soltó una carcajada. Él no entendía por qué, pero si algo había aprendido en la última hora de su vida era que tenía que olvidar todo lo que sabía hasta entonces.
- Tú no eres de la ciudad, ¿verdad?
- No… - respondió Jan – vengo de… - vaciló – un pueblo de por aquí.
- Cómo se nota – el bedel soltó una carcajada, y le extendió la mano a Jan – me llamo Samuel, pero todos me llaman señor S.
- Encantado – Jan le dio la mano – yo soy Jan.
- Vale, Jan. Lo primero que tienes que saber es que estás en la sexta planta y tu habitación está en la tercera. ¿crees que sabrás llegar solo?
- No – Jan soltó una risita – ni hablar.
Samuel miró a Jan en completo silencio durante unos instantes, soltó una carcajada y agarró la maleta del muchacho.
- Anda, acompáñame.

Cabaret II

Seguimos con esta cosa enferma.


II
Un muchacho alto y un poco desgarbado, con la piel sanamente bronceada y una expresión perdida en los ojos, corría por una concurrida calle con un papel en la mano y respirando deprisa. Pensaba: “no llego… no llego… no llego… “Dobló una esquina sin saber ni siquiera donde estaba y se encontró de frente con la enorme verja abierta del Campus Universitario. Entre él y el enorme edificio neoclásico se extendía un jardín brillante y cuajado de flores bajo el sol de septiembre, que además estaba atestado de grupos de alumnos que conversaban muy alegres y se saludaban tras un verano con mil cosas que contarse.
Jan dejó la maleta a su lado y se apoyó en sus rodillas, respirando con dificultad. Cando hubo recuperado el aliento, alzó la miraba, se alisó el pelo rubio pulcramente peinado y la corbata, tomó aire y echó a andar. En un trayecto que se le antojó interminable, empezó a escudriñar a todos los alumnos que se arremolinaban en la entrada. Fue aminorando el paso, cada vez más sorprendido, hasta que se detuvo, rodeado de gente.
Sólo podía pensar que no imaginaba que tanta gente pudiera hacer tanto ruido, Captaba mil voces, mil palabras, mil caras y miradas. A su derecha, dos chavales más jóvenes que él hablaban entusiasmados sobre una alemana que uno de ellos había conocido y de una sueca que había conocido el otro, por supuesto intentando que cada historia sonara más fantástica e increíble que la otra. A su izquierda, oyó una risa cantarina y melodiosa, y se volvió al instante. La dueña de aquel canto, que a Jan le recordó al de su madre, era una chica alta y morena, simplemente preciosa. Estuvo una eternidad mirándola, hasta que al final volvió al mundo real. Se agachó y cogió un nomeolvides blanco que había en un parterre a su lado, se acercó hacia la chica, que estaba rodeada por un grupo de muchachas, y le extendió el nomeolvides en cuanto ella reparó en su mirada. Sus amigas ya habían enmudecido para entonces, y ella lo observaba con mucha curiosidad.
- Hola – dijo – me llamo Jan. Las chicas guardaron silencio, y la morena extendió finalmente la mano, dudosa.
- Yo soy Anne – dudó, y se prendió el nomeolvides del pelo – encantada de conocerte.
- Madre mía, ¿pero tú de donde sales? – dijo una chica muy bajita y con las mejillas gruesas y rojizas.
- Si pareces Jhonny Hooker, pero en versión inocente – una muchacha alta y escuálida, con una cara que recordó a Jan a la del caballo de su padre, se rió de su propio chiste – qué raro eres.
- Callaos, sois unas buitres – Anne sonrió a sus amigas y miró a Jan – gracias por la flor, pero no tenías porqué.
- Pues claro que sí – dijo él – aunque tu luces más que ella.
El silencio se cernió sobre el grupo. La sonrisa de la chica-caballo le resbaló de la cara, la chica bajita soltó una risotada, y la sonrisa relajada de Anne se tornó en una tensa mueca. Todas la miraban, expectantes, esperando su reacción. Jan lucía su expresión más verdadera de angustia y desconcierto, una expresión que gritaba: ¿qué he dicho…? – Cuando Anne abrió la boca para hablar, el reloj marcó las nueve en punto, la muchacha le miró con un atisbo de disculpa en la mirada y esperó a que sus amigas echaran a andar hacia el edificio para dedicarle una sonrisa rápida y seguirlas. Jan se quedó mirando cómo las tablas de la falda de su uniforme ondeaban alrededor de sus piernas y cómo su pelo bailaba con ella, y hasta que todos los alumnos no hubieron entrado en el edificio, no echó a andar, pensando: mal empezamos…

Cabaret I

Me he decidido a desarrollar un proyecto, una idea que tuve hace ya bastante tiempo y que empecé a escribir. Es una de las pocas ideas que he tenido en las que hay planteamiento, nudo y desenlace. Normalmente escribo un párrafo y a partir de ahí... libre albedrío. "Cabaret" es diferente. Espero que os guste.


Capítulo 1: Las raíces de la luna.

I
Jan jamás olvidaría las palabras que le dijo su madre aquella noche, justo antes de marcharse. “Cielo mío, vayas donde vayas, hagas lo que hagas, jamás olvides tus raíces”. Allí, bajo el bochorno del verano campestre, oyendo el cantar de los grillos y arropados por la sucia luna suburbana, besó a su madre en la mejilla, le sonrió y se marchó por la vereda oscura, con todas sus cosas en una maleta y sus sueños en el bolsillo.

Memoria

El teniente dejó caer sus noventa y cinco kilos de peso sobre la austera mesa de acero; el golpe resonó en la habitación cúbica e hizo respingar a Diana.

- Maldita sea, ¿sabes que tengo una mujer e hijos a los que atender? ¿porqué tengo que estar aquí, peleándome contigo, aunque sepa a ciencia cierta que eres culpable? - suspiró y se volvió - ¡Joder!

Diana bajó los ojos y las lágrimas amenazaron con aflorar a sus mejillas de nuevo. Tuvo un flashback muy vívido. Su padre estaba en el salón de casa, dando vueltas a la mesa como un animal enjaulado, su madre estaba de pie en un rincón y ella estaba sentada a la mesa, sola, retorciéndose los bajos de la camiseta. La hbitación estaba llena de un aire pesado, denso, lleno de miedo, que empujaba todos los objetos hacia las paredes. Un nuevo golpe del teniente, esta vez un puñetazo en la pared, rompió el fino vidrio al que se había mudado.

EL teniente la miraba con odio. A ella, que durante un segundo no recordó cómo se llamaba, no se le ocurrió otra cosa que jugar con su piercing labial. Esto fue el colmo para el teniente; se acercó a ella dando amplios pasos que levantaban pequeños remolinos de aire y la zarandeó con violencia:

-Eres una puta asesina, ¿no es así? tú le mataste, maldita zorra... ¡¡Confiesa!! - una mano fuerte arrastró al teniente hacia atrás, tirándole de la camisa.

El salvador era un hombre alto y espigado, canoso y con una mirada vacía. Diana tuvo el absurdo pensamiento de que era ciego. Fulminó al teniente con la mirada, y éste pareció desmontarse. El hombre miró a Diana y dijo:

-Confiesa.

Diana se echó a llorar al instante. Alzó las manos abiertas y se las miró, despacio, y alternativamente. Sintió que no eran suyas, que eran dos apéndices ajenos a su cuerpo. Miró al hombre.

-No puedo... no puedo recordar... - tragó saliva - nada.

viernes, 13 de agosto de 2010

Todo lo bueno se acaba

Tras veinte días, el planeta Tierra ha vuelto a su órbita. El mundo se ha puesto cabeza arriba de nuevo, las aguas han vuelto a su cauce. Una pena, desde luego.

No voy a hacer una lista de todo lo que he aprendido, porque podría estar aquí hasta mañana. No tiene sentido decir que he aprendido a explorar los signos meníngeos, los grupos antibióticos, los tipos de anemia, la exploración del abdomen agudo...

Lo que sí interesa saber tiene más que ver con la práctica cotidiana que con la medicina entendida como diagnósticos y tratamientos. El trato diario con el paciente es lo más importante, sin duda; dar confianza, seguridad y una mano firme a la que agarrarse. Parece que no, pero el médico de familia es la primera línea de defensa, la primera etapa del sistema sanitario, el primer sitio al que todos acudimos cuando nos duele un poco la muñeca o nos ha salido un extraño lunar en el brazo. No quiero parecer más pretenciosa de lo que ya parezco, dado que apenas tengo recursos para hablar de este tema, pero sí diré que no creo que un neurocirujano (por decir alguno) oiga muchas veces frases como las que he oído a lo largo de estos veinte días de prácticas en la consulta: "si me falta usted, doctor, me falta la vida" "no sé como voy a pagarle todo lo que hace por mí", y sucedáneos. Poco más que decir.

Sobre todo, gracias a los dos individuos enfundados en sus batas blancas que me han acogido y ayudado, enseñado todo lo que han podido e invitado a café todas las mañanas (xD). Lo más importante que me han enseñado es que no me equivoqué. Es reconfortante haber encontrado mi vocación, mi sitio en este convulso y cambiante mundo.

jueves, 12 de agosto de 2010

Crónica de una muerte anunciada.

Llamo a tu puerta y empiezo a hervir a fuego lento; también tú.
Abres y te beso en la comisura de la boca. Ya está todo el pescado vendido.
Me das largas, te vas a la ducha, leo tus mensajes, me conciencio. Vuelves y sonríes. Preciosa, como siempre. Preciosa, como nunca.

Intercambiamos palabras, cosas, pocas cosas. Te escucho, sin parar te escucho y tú te desahogas. Sin embargo, estás bien. ¿Qué digo?; mejor que bien.

No sé como, nos metemos en vereda. No sé como llegamos a este punto, pero aquí estamos. Como siempre, como nunca, ambas sabemos hablar más claro pero nos divierte marear la perdiz. Como siempre, como nunca, nos tiramos proyectiles sin ninguna mesura. Ambas sabemos hablar más claro. Podría lanzarme a tu cuello ahora mismo, pero así es más divertido.

Me dices que estás cansada, y te digo que no tienes actividad. Me dices que estás esperando que la actividad venga a tí. Te callo la boca, y ya está todo dicho. ¿Crees que puedes resistire? Yo creía que no, pero me cuesta trabajo traerte al colchón. Sigo yo sola, te beso en la comisura de la boca. Cuando quiero darme cuenta, estoy a horcajadas sobre tí.

Te levantas, bajas la persiana, cierras la puerta, apagas la TV, pones el aire (a 24 grados, no lo olvidaré), bajas un poco más la persiana. Como un gato en una jaula. Me mareas a mí, sólo palabras. Decídete de una vez, te digo. Decídete, cobarde. Eso te toca profundo, y se acabaron las tonterías. Vienes a mis manos, y te recorro de arriba a abajo. Me miras y me dices: ¿qué haces con tanta ropa?.

A partir de ahi, ahora sí, todo está hecho. Después de cuatro años, estamos juntas por fin. Sin ataduras, sin peros, sin dar explicaciones. Libres.


[...]


Me gusta cómo respiras cuando te toco. Tus ojos, siempre cerrados. Me gusta la curva que se forma entre tu boca y tu barbilla; la yema de mi dedo índice encaja ahí perfectamente. También encaja la curva de mi nariz en tu mandíbula. También encaja mi pecho en la última depresión de tu espalda. Tu espalda, tostada y lisa, vasta y suave. Me dices que el aro de mi nariz está frío. Estás medio dormida, y aprovecho para rozarte y recorrerte con el dedo. Suave, templada. A media luz, eres preciosa; también lo eres a luz entera. Te miro tumbada en la cama, boca abajo, con la cabeja enterrada entre almohadas. Suspiras de vez en cuando. Todo está bien; sólo pienso en la suavidad de tu piel. Todo está bien; volveremos a vernos pronto.

martes, 10 de agosto de 2010

[...]

El tiempo sólo deforma el filo del dolor hasta que,
en vez de cortar,
desgarra.


{Tomado de Lisey's Story, de Stephen King}





Cuando sólo puedo pensar en frases de este tipo, tengo dos (o tres) axiomas, véase:

*Estaré ovulando, será por eso. (O bien: estará a punto de venirme la regla)
*Voy a acostarme, mañana estaré mejor (O bien: voy a esperar, seguro que pronto estaré mejor)



En fin, dejémoslo por hoy. Un poco de música:







martes, 3 de agosto de 2010

Medios de comunicación.

Hoy, brevemente, quiero romper una lanza en favor de los medios de comunicación de este ¿maravilloso? país nuestro.

Hace unos días, el 30 de julio, se cumplió un año del atentado de ETA que mató a los guardias civiles Carlos Sáenz de Tejada y Diego Salvá, en Mallorca. Tenían 28 y 27 años, respectivamente. Es el último atentado mortal hasta la fecha.

http://www.elmundo.es/elmundo/2009/07/30/espana/1248955815.html

Hubiera sido muy fácil para los medios comenzar los titulares del día así, con la frase "hoy se cumple un año del atentado de ETA que mató...". Hubiera dado pie a un largo reportaje recordando aquel suceso, a muchas imágenes de manchas de sangre en la acera, a detalles sobre la bomba lapa que mató a estos guardias, etcétera. Hubiera sido mucho más morboso, e incluso hubiera permitido un largo reportaje acerca de los atentados más sangrientos de la banda terrorista en los últimos 15 años.

Sin embargo, no lo han hecho así. En los informativos de dos cadenas nacionales he escuchado, casi textualmente, la cabecera de la noticia de la siguiente manera:
"hoy se cumple un año sin atentados de ETA".
El matiz es significativo, se trata de dónde poner y dónde no poner el acento. Bravo, por una vez y sin que sirva de precedente, bravo.





Fuente: Rueda de prensa de Rubalcaba.
Este vídeo ha tenido muchas menciones en los medios; Rubalcaba no pone el acento donde debe, pero aquellos medios que lo mentan, sí, y eso es lo importante.

http://www.rtve.es/mediateca/videos/20100803/rubalcabaun-ano-sin-atentados/843697.shtml



lunes, 2 de agosto de 2010

Antitauromaquia II


(imágenes de toros ensangrentados hay en todas partes, ¿no?)



Hace unos días publiqué una entrada en el blog acerca de la tauromaquia, acerca de un caso que oí en la televisión. ¿Quién me iba a decir que, tan solo una semana después, iba a encender la televisión y a presenciar la abolición de la tauromaquia en cataluña? Si me lo hubieran dicho, no me lo hubiera creído. Pero es cierto.



Es probable, de hecho creo que así es, que esto sea una decisión política y puramente estética. Cataluña es una comunidad combativa, siempre están en las noticias por esto o aquello, y eso lo sabemos todos. El independentismo catalán es harina de otro costal, de la que algún día hablaré. Lo que es objetivo es que Cataluña está en boca de todos. Los antitaurinos estamos de fiesta, los taurinos protestan. Lo importante es que, por fin, se ha abierto una herida antigua en este país. Se ha abierto la caja de los truenos, cada cual se ha posicionado y, por fin, el debate está en la calle.

En cualquier caso, política e hipocresía aparte, la libertad se ha alzado en el albero catalán. Por fin, los niños de aquella comunidad no tendrán que crecer viendo cómo sus abuelos asisten a sabiendas y con una sonrisa en los labios a un espectáculo dantesco, terrible, cruel y violento. No hablemos del sufrimiento del toro, sino sólo de los visible y objetivo: la sangre del animal impregna la arena. Eso es violencia.

¿Y el argumento sobre la libertad de los taurinos para ir a ver las corridas? Lo siento, pero está cogido con pinzas. También las personas que se entretienen con peleas de perros o de gallos pueden alegar su derecho a ir a verlas. Los asesinos y los psicópatas pueden alegar que tienen derecho a torturar personas humanas, porque con ello se entetienen. No díré más al respecto.

Sólo diré, dejándome llevar por mi vena egoísta y cabrona, lo siguiente: señores toreros, señores banderilleros, señores ganaderos y todos los sádicos que viven del toreo, lloren y lean todos los manifiestos que quieran, que las corridas de toros

YA SON ILEGALES EN CATALUÑA! :)

Aprender a querer



-Este año 2010, se produce en España un asesinato machista cada cinco días. El año pasado, se producía uno por semana. Hasta hoy, dos de agosto, 49 mujeres han muerto por esta causa.

He comenzado a escribir esta entrada con ese párrafo, y he seguido con otros cuatro bastante largos, desglosando las ideas de los jóvenes (según mi experiencia) y los moldes y estereotipos que existen. Sin embargo, no creo que sea lo más adecuado; no tiene sentido hablar del machismo, del sexismo, de la desigualdad, de la dominación, de la sumisión, porque todos sabemos de qué va esto. El mundo está cambiando, pero todo sigue demasiado igual. Esto queda demostrado con los frios números; éstos pueden ser sólo números o convertirse en mujeres con nombre y apellidos, con familia, con deseos, con ilusiones, con miedos, con problemas, con aficiones y con ganas de vivir. Algunas de ellas son:

*Josefa, de 45 años, estrangulada por su marido Juan Manuel
*Joana es apaleada, axfisiada, apuñalada y mutilada por su pareja, con problemas psiquiátricos
*Isabel Barroso, de 26 años, es apuñalada por su expareja dentro de su automóvil, donde dejó que se desangrara hasta morir..
*Carmen, asesinada por su marido. La metió en el coche donde él se suicidó también.
*Antonia, una prostituta con la que el asesino mantenía relaciones habituales, es asesinada y retiene su cadaver en casa hasta el dia 12 en que es descubierto (no contabilizada por Ministerio por su profesión)
*Mª Victoria, de 64 años, apuñalada en plena calle y por la espalda por su ex-pareja.
*Enma, de 47 años, apuñalada por su pareja en su domicilio, por la espalda.
*Fátima, 25 años, asesinada a tiros por su ex-pareja, dentro de un disco-bar.
*Ana, de 49 años, es apuñalada en plena calle por su expareja.
*Guadalupe B.M tenía 41 años, su expareja le asestó decenas de puñaladas al no aceptar la ruptura.
*Farida, 46 años, apuñalada por su marido en plena calle. Ella trataba de iniciar los trámites de separación.


[Ni una más]

jueves, 29 de julio de 2010

Lección de Anatomía











El dolor nace en el bajo vientre, en las fosas ilíacas,
y se irradia
se irradia, se irradia, se irradia.
Recorre el tórax y la espalda
Inunda cada vértebra, cada ligamento, cada costilla.
Se clava en el esternón,
hasta las escápulas y arriba,
arriba, arriba, arriba.
Se cuelga de la clavícula,
a la cabeza del húmero y diáfisis abajo.
Luego al codo, entre los tres,
en el ligamento cuadrado.
Y por la membrana interósea se escurre
a la mano, pudriendo cada hueso del carpo.
Se abre en abanico por los metacarpianos,
hasta la punta de cada falange distal.

El dolor nace en el bajo vientre y se irradia,
abajo, abajo, abajo.
se cuela por el canal medular, recorre el hueso sacro.
En la espina ilíaca pone el amarre y se descuelga por el cuádriceps,
lo usa como tobogán,
Usa el nervio ciático como raíl y aprovecha,
hasta la rodilla y entonces se bifurca.
Rodea la rótula y se agarra con las garras a la tibia,
Se engancha de los gemelos y los desgarra
hasta el tendón de Aquiles, talón abajo,
recorre la planta, el arco plantar, y llega a la punta de los dedos
y allí se besa con el dolor que viene del músculo pedio.

Arriba, arriba, arriba,
a la cabeza. Columna cervical arriba, hasta el atlas
y entra por el foramen magno como una serpiente.
Antes, pone huevos en los cóndilos, en el hueso occipital.
A la vez que repta por las meninges, araña los huesos parietales.
Presiona, intenta escapar por la sutura coronal.
Se cuela por las circunvoluciones cerebrales,
abajo, abajo, abajo.
Corteza cerebral, sustancia gris, sustancia blanca.
Hasta el hipotálamo y al cerebelo.
Y allí se duerme y pudre lo que le rodea.
Antes dejó un vástago, que se aplasta contra el hueso frontal
que tropieza en la eminencia supraorbitaria,
y aprovecha el escalón para clavar sus colmillos en los globos oculares.





Repasando los libros de anatomía

martes, 27 de julio de 2010

Los monstruos de la televisión y sus verdades a medias.

Dato interesante: es la cuarta vez que empiezo a escribir esta entrada en menos de media hora. Visto lo visto, me voy a dejar de tonterías porque se ve que hoy no estoy demasiado inspirada, y dejo un pequeño texto que data del 2 de enero del '09. Se llama Amor.


No quiero verte sin ropa, ni que tú tengas que verme a mí así. No quiero pasar la nochevieja en tu casa, ni quiero conocer a tus padres. No quiero que tú tengas que conocer a los mios, y que te inviten a comer a casa los fines de semana. No quiero ir contigo a comprarte ropa, no quiero hacer planes de futuro contigo... No quiero tener la obligación moral, ni que tú tengas la obligación de hacerme un regalo en nuestro aniversario; no quiero que me compres ramos de flores, que me llames todos los días, no quiero tener que enfadarme porque no me prestas la suficiente atención, ni tener que discutir contigo. No quiero que nos peleemos y "arreglar las cosas" sólo porque llevamos mucho tiempo juntos. Sólo quiero que me hagas todo el daño que tengas que hacerme en el menor tiempo posible, para así llorarte durante los días de rigor y poder pasar página lo más deprisa posible.



Qué dramático, ¿no?. Hay que ver lo mucho que he cambiado en un año y medio. Sólo que hoy estoy un poquitín deprimida.



Algo de música, para aligerar el aire:



Dorian - Cualquier otra parte




Placebo - Meds

lunes, 26 de julio de 2010

Charlas VI

Por ahora, las dos últimas; "operación bikini" está fresquita, recién escrita:



El amago

- Tienes que leer el último libro de este hombre – dijo ella mientras le tendía por encima de la mesita de café un libro de pastas negras gastadas, con el título impreso en letras doradas, que rezaba: BARCELONA INACABADA.
- ¿Barcelona inacabada? Como sea otra de tus novelas gótico-románticas de vampiros adolescentes, ya sabes dónde va a acabar – dijo él, soltando una carcajada.
- Que no, hombre – replicó ella con un suspiro – es una colección de historias cortas de personas muy grises en la Barcelona de mediados del siglo 20 – le miró, esperando la carcajada, pero no llegó, así que continuó – te recordará a tus años en Montjuic, la verdad es que el autor es un maestro de las descripciones.
Soltó el libro sobre la mesita de café y lo empujó hacia él con delicadeza. Éste lo miraba con creciente curiosidad, lanzándole a ella miradas de suspicacia de hito en hito. Tras unos instantes de tensión, él alargó la mano hacia el libro y acarició las pastas con la yema de los dedos. Abrió la mano sobre el libro como para cogerlo por el lomo, la retiró, y finalmente se decidió por un vaso largo de Coca-Cola y se lo llevó a los labios. Otra mirada de suspicacia, y dos carcajadas más.



Operación bikini

Ella volvió de trabajar un poco más temprano ese día; estaba contenta. Mientras subía en el ascensor, se miró en el espejo y se gustó enfundada en aquel vestido de lino verde y ligero. Entró en el piso y dijo, en voz alta:
- ¿Sigues vivo? ¡Espero que lo hayas preparado todo, o no llegaremos a la playa hasta la noche! – no obtuvo respuesta.
- ¿Estás ahí? – repitió – él le contestó desde su habitación, con voz plana: estoy aquí.
Ella entró en el cuarto y lo encontró mirándose al espejo. La cama estaba repleta de maletas y bolsos, y él estaba en bañador y chanclas.
- ¿Qué haces? – preguntó con un tono apremiante del que después se arrepintió. Él le devolvió la mirada, algo agobiada, y se puso una camiseta.
- Estoy harto de la operación bikini de las narices – dijo, algo enfadado – al final vamos a terminar todos con trastornos alimentarios.
- Vamos, no exageres. Tú estás en tu peso, sano y guapetón – dijo ella, mirándole a los ojos y sonriéndole.
- Eso ya lo sé – contestó – pero tengo estrías, demasiado pelo en el pecho y demasiado poco en la cara, los brazos flácidos y mis piernas no están muy torneadas, que digamos. Parece que ahora las playas ya no son playas, sino desfiles de moda o competiciones de halterofilia. – soltó un suspiro y se calzó unos zapatos cómodos para conducir.
- Eh, no te deprimas ahora por eso. – ella se acercó y le cogió suavemente de la barbilla – es el mismo cuento de todos los años, siempre igual. Luego, cuando estamos ya tirados en la arena, jugando a las palas o dando un paseo, todo eso te dará igual. – él alzó los ojos y le sonrió.
- Desde luego, que estúpido soy. Parezco un adolescente acomplejado.
- Con todos los anuncios y la presión mediática que existe sobre el tema de la imagen corporal, a todos nos ha germinado un adolescente miedoso y acomplejado en el fondo del corazón. – él suspiró, y replicó: me resulta bastante molesto, ¿cómo puedo matarlo?
- Yendo a la playa a comerte un enorme bombón helado – contestó ella, riendo con suavidad.

Charlas V

Aquí van otras dos:




Refugiados

Ella estaba demasiado silenciosa aquella mañana. Tenía la nariz enterrada en el humo de su enorme taza de capuccino, y de vez en cuando suspiraba, sacudía la cabeza, o bajaba la mirada. Él la observaba casi con curiosidad, dejando que los minutos gotearan ante ellos. Finalmente, se decidió a preguntar:
- ¿Te pasa algo?
- No – respondió secamente.
- ¿Seguro que no? – él no tenía pensado rendirse.
- Segurísimo.
- ¿Entonces por qué no me miras a la cara?¿te has casado con mi hermano pequeño en secreto, o algo así?
Ella levantó la mirada de la espuma del capuccino lentamente, y terminó fijando unos enormes ojos grises y empañados en él, que se le clavaron. Se le cayó la sonrisa al instante, y extendió una mano hacia ella, mirándola. Finalmente, suspiró, dejó el capuccino y dijo:
- Creo que la gente que monta los informativos son como buitres carroñeros.
- ¿Y eso, porqué?- contestó, sorprendido.
- Esta mañana, mientras me vestía, he visto en cinco canales diferentes las mismas imágenes. – hizo una pausa, y se le volvieron a empañar los ojos – eran de un grupo de cien o doscientas familias Palestinas, que tuvieron que salir de sus casas y trasladarse a – vaciló, ya con la voz quebrada – como unos campos de concentración, porque habían bombardeado sus casas – paró de nuevo – refugiados, vaya.
El silencio se extendió entre ellos de nuevo. Ella había vuelto a enterrarse en el capuccino, y él la miraba con una ceja alzada. Al final, preguntó vacilante:
- Y… ¿cuál es el problema?
- El problema… - había levantado los ojos y lo miraba, rabiosa – el problema es que es inhumano que unas personas tengan que abandonar sus casas, sus vidas, todo lo que han tenido, para intentar sobrevivir. Es horrible.
Él no pudo evitarlo y soltó una risita. Afortunadamente, ella no lo oyó. Él suspiró y la miró con una media sonrisa. Levantó la mirada y le dijo:
- ¿y tú de qué te ríes?
- Eh, no seas borde. – él sonrió, y prosiguió - ¿no te has dado cuenta de una cosa? – ella lo miró y negó con la cabeza – nosotros también tuvimos que huir de nuestras casas y dejar atrás nuestros recuerdos para poder sobrevivir. A nuestra manera, también somos refugiados, ¿no?
Ella abrió mucho los ojos con aquella expresión de sorpresa infantil que tanto la caracterizaba. Una media sonrisa asomó en sus labios, y soltó el capuccino:
- Como siempre, tienes razón.






La peor persona del mundo

- “ Tuve la certeza, esa ardiente certidumbre que a veces me asaltaba, de que aquella mujer me miraba a mí entre la multitud. Tanto su traje como su maleta, sus ojos, su mirada, su cabello, e incluso la ausencia que dejó al esfumarse entre la gente, eran terriblemente grises”. – leyó con una entonación casi perfecta.
Alzó los ojos hacia él, buscando en silencio su aprobación. Él tenía la mirada clavada en la cuartilla que llevaba en las manos, y entonces se miraron y él le sonrió.
- Incluso fuera de contexto, muy bello, como todo lo que escribes – dijo.
- ¿Sí? – preguntó ella con voz implorante - ¿de verdad te gusta?
- Sí, sí… - dudó un momento y levantó la barbilla. Dejó una pausa dramática, de esas que a él tanto le gustaban, y finalmente inspiró y habló: pero… aún así, creo que hay algo ahí que está mal construido. Un par de cosas, de hecho. – terminó con una sonrisita.
Ella siguió sonriendo con los labios, aunque la sonrisa de los ojos se le había apagado. Le miró, resbalándole la sonrisa por la cara, hasta que vio que la misma sonrisa que a ella le había resbalado, le estaba creciendo a él en los labios. Un sentimiento de rabia divertida le asaltó, y replicó:
- Tendré algún error de sintaxis, pero al menos escribo con caligrafía legible. – terminó con sorna. Él la miraba con los ojos muy abiertos.
- Oh… - calló unos instantes con los ojos bajos, y finalmente los levantó luciendo una sonrisa de rendición – eres la peor persona del mundo, ¿lo sabías?