Poesía, literatura, pintura, viajes, historia del arte, medicina, política... Un poco de todo y un poco de nada.

lunes, 28 de mayo de 2018

A la vuelta de la próxima esquina
estará lloviendo,
esta nube negra y preñada que arrastro, siempre,
tres metros por delante de mí,
nunca se despeja.
Nunca me deja.
Esta inminencia de desastre,
este orgasmo preapocalíptico
nunca llega.
Nunca se resuelve. 

domingo, 27 de mayo de 2018

1

Por el camino empedrado que rodea tu ombligo, me pierdo. Me descolocas las señales y ya no sé si es un stop, si te tengo que ceder el paso, prohibido cambio de sentido o callejón sin salida. Apiádate de esta pobre chófer excesiva, que llevo un coche muy viejo y no sé cuánto tiempo aguantará antes de dejarme tirada.

2

Háblame del cielo de invierno y de la vida. Háblame de ti. Te escucharé, siempre, tu voz, tu forma de cantar, tus silencios. Esta noche cierro la ventana del dormitorio y el silencio se hace sólido, y me acuesto en el mismo espacio que anoche ocupaba tu cuerpo, y te siento respirar aquí mismo. Háblame. Dame un último beso.

3

La vida es una mierda. El mundo es un lugar perfecto para estar jodido. No tenemos trabajo, ni futuro, ni nada. Pero tenemos cerveza, y juegos de palabras tan ridículos que nos hacen llorar de la risa, y tenemos cada uno dos pares de piernas y brazos, y nos reímos mientras hacemos el amor. El karma es una putada. El mundo podrá quitártelo todo, pero yo no voy a dejar de hacer el payaso, para que nunca pueda quitarte la sonrisa.


Gracias por darle sentido a esta casa vacía vestida de domingo por la tarde,
gracias.
Gracias por dejar la marca de tus rizos sobre mi almohada,
y tu figura recortada en el sofá.
Gracias por tu olor en las sábanas,
gracias por el desorden.
Gracias por dejar tu voz resonando por el salón,
y por tu risa,
y por dejarme hacerte compañía.
Gracias por dejarme entrar. 

sábado, 26 de mayo de 2018

Tu esquela

Cariño, te escribo estas líneas para contarte
que escribo tu esquela
cada mañana. 
Que ojalá nunca hubieras pasado por mi casa, dejando ese hueco absurdo en el centro del colchón.
Que si no hubieras existido, los guantes que llevo en las manos serían mucho más gruesos, más abrigados,
que mi cuenta de Facebook tendría muchas menos fotos,
y mi cuenta de banco, más ahorros,
que tendría muchas menos heridas, menos arañazos.
Que, como la Edad Media a la ciencia, fuiste a mi vida un lastre:
quinientos años de retraso,
quinientos años sin poesía.
Que si no hubieras existido, sería mucho más estúpida,
amaría mucho más fuerte,
sería más inocente, más pequeña
y estaría más entera.
Bailaría más largo,
y oiría más música,
y también conocería menos esquinas de la cara oculta de la luna.
Y menos esquinas de esta cama infinita de sábanas negras.
Que si no hubieras estado de pie frente a la librería, yo
reiría más fuerte, fumaría más,
y que ahora, como en un reloj surrealista, o como en la vida de Benjamin Button,
el tiempo va hacia atrás
y cada día que pasa cumplo un año menos.
O eso quiero pensar.

domingo, 20 de mayo de 2018

Tu existencia es un oxímoron continuo,
y mi existencia es un escudo, un arma arrojadiza, y,
sin tí,
puramente contradictoria. 
En esta peligrosa mañana de domingo, me miro al espejo y veo a una chica guapa.
Veo veinticinco años, veo las ojeras y la cicatriz sobre mi labio, y veo también el cabello negro y brillante, desordenado, inocente, veo los ojos marrón cálido y la sonrisa plácida. Veo el exceso bajo la barbilla y las arrugas en la frente, pero también la nariz fina y la frente alta. Veo una cara agradable.

Es fácil alcanzar la paz cuando El Maravilloso Hombre Inseguro te dice continuamente que eres hermosa. Cuando usa la palabra "guapa" casi como una interjección o una sustitución de tu propio nombre: "guapa, ¿cómo estás?", "buenos días, guapa", "que descanses mucho, guapísima", y otros tantos. Como unas diez o doce veces diarias. Lo nunca visto, joder.

Sonrío.

Por fin.

Giro la cabeza y, oh, mierda, ahí está. La versión en miniatura de mí, retorcida y malévola, sentada en mi hombro balanceando los pies. Me mira y dice con su voz hiperaguda y chirriante: "¡no eres guapa, estás GORDA!". Y se echa a reír como una maldita psicópata en miniatura. Pongo los ojos en blanco tan fuerte que me hago cosquillas en el cerebro con mis propias pestañas, y la lanzo al otro extremo de la habitación distraídamente. Ojalá se haya espachurrado contra la pared y se haya muerto, la maldita. Me entra la risa al imaginar un mosquito aplastado contra la luna de un coche. Pero no ha habido suerte. La siento escalar por mi espalda con sus garras en miniatura, perseverante, inasequible al desaliento, incluso la muy perra aprovecha para morderme mientras asciende. Y, finalmente, se vuelve a sentar en mi hombro, se pone de pie y pega su nauseabunda boca a mi oreja derecha, y empieza a hablar con su voz bitonal y estrafalaria: "¿no te das cuenta? ¡Sólo te dice guapa porque no se acuerda de cómo te llamas! Es una fórmula de cortesía. ¿O acaso creías que lo pensaba de verdad?" Le entra la risa, y se cae hacia atrás sobre mi hombro soltando carcajadas. Suelto un resoplido y, antes de poder volver a intentar asesinarla, está hablando de nuevo: "¡tanto que te miras al espejo! ¿Acaso no te has visto? ¡Eres REPUGNANTE! ¡Tu familia se ríe de tí! ¡Tu antiguo novio te dejó porque estás gorda, y se aseguró de decírtelo bien claro! ¡Todo el mundo te mira cuando vas por la calle!". De nuevo le entra la risa. Me cabreo. Me está tocando las narices. La cojo de la cabeza entre mis dedos índice y pulgar, apretando fuerte en sus orejas, y la levanto delante de mis ojos. Patalea desesperada y agita sus diminutos puños sucios frente a mi cara. Balbucea algo así como: "¡te voy a machacar! ¡abusona!". Ahora soy yo la que se ríe.

La dejo en el suelo con cuidado, aunque sujetándola con el dedo índice para que no se escape. Coloco mi pie sobre ella y la piso, aprieto, la crujo, siendo su cráneo romperse en mil pedacitos bajo mi zapato. Algo gelatinoso se escapa por los lados. Ahora sí que parece un mosquito aplastado.

Suspiro, relajo los hombros. Volverá dentro de un rato, pero al menos tendré unos momentos de paz. Una pequeña victoria.

Suena mi móvil. Un mensaje de texto, por supuesto, del Maravilloso Hombre Inseguro, cómo no. Sólo contiene una palabra: "guapa".

sábado, 12 de mayo de 2018

Hermana, yo sí te creo

Sábado, 12 de mayo, 4:45 de la madrugada, Málaga. 
Vuelvo a casa. 
¡Vaya horas!, pensaréis, ¿dónde va una mujer sola a las cinco de la mañana un sábado? Si es que lo van pidiendo... 
Salgo de trabajar. Desde el viernes a las 8:00 de la mañana, cuando me puse la bata y el fonendo al cuello y empecé la jornada, hasta ahora, han pasado 20 horas y más de cincuenta pacientes. Salgo por la puerta de urgencias con la mochila al hombro y aún con el pijama blanco puesto, con su tímido toque de color en forma de escudo verde del Servicio Andaluz de Salud, porque hoy no he tenido fuerzas para quitarme el uniforme. 

Me duelen las piernas, los tobillos, la espalda, me duele la cabeza, estoy algo acatarrada y no he parado de toser en todo el día. Estoy deshidratada, llevo seis o siete horas sin beber agua. Al menos hoy he podido cenar algo. Estoy rendida, agotada, vapuleada. Soy una sombra. 

Voy pensando en ellos, como siempre. Voy pensando en los pacientes, en sus caras, en sus dolores y en sus analíticas catastróficas, rezando por no haber cometido muchos errores esta noche y por haber ayudado, al menos, a uno de ellos. Sí, rezando, porque cuando se trabajan veinte horas seguidas, el cometer o no errores depende casi únicamente de cómo de fuerte seas capaz de rezar. 

Subo la calle arrastrando los pies, giro a la derecha y veo la esquina de mi casa de lejos. Por suerte, vivo cerca del hospital. Apenas hay trescientos metros de calle, pero encuentro en mi camino un muro. Un grupo de personas, al principio me parecen una turba enfurecida, y luego parpadeo y me doy cuenta de que son seis o siete hombres (quizás ocho, o diez). Están sentados alrededor de un banco y sobre él, algunos de pie, y hasta hay uno que hace equilibrios imposibles sobre una papelera, como un funambulista borracho. El móvil de uno de ellos llena el aire fresco de la noche de una música machacona. Hay botellas por el suelo, bolsas de pipas, alguna chaqueta colgada. Uno se ha quitado la camiseta. 

Me han visto. 

Empieza a sonar música de película de miedo. Algunos vuelven la cara hacia mí, y gritan cosas. No les entiendo. No se mueven de donde están, gracias al cielo, pero gritan cosas. Oigo: "guapa", "dame tu teléfono", "vente para acá" y, lo más ridículo de todo, una frase demasiado compleja y muy mal construida sobre que a uno de ellos le duelen los testículos y necesita un reconocimiento médico. 
Me estoy empezando a cabrear. Levanto la barbilla y aprieto el paso. No les miro, pero no bajo los ojos. Que no huelan el miedo. Siguen gritando, pero no se mueven. Gracias al cielo. Me alejo, y los gritos se van apagando. Se ríen. Llevo las llaves en la mano, apretadas. Cuando llegue a casa veré las marcas de los dientes de la llave en la palma de mi mano. Abro el portal casi de una patada, como un placaje, con el corazón a cien y sabor a hojalata en la boca. Malditos cabrones. Tengo un cabreo de mil demonios. 

Cierro la puerta de casa y echo la llave. Suelto el bolso, me quito (por fin) el uniforme y me tumbo en la cama. Esta noche he tenido suerte, porque no se han movido y sólo querían gritar. Otras como yo no han tenido tanta suerte. Pienso en ellas. Aún oigo a los hombres reír y gritar, me llegan sus rugidos flotando por la ventana. 

Pienso en ellas. Ojalá hubieran tenido, como yo, tanta suerte. 

HERMANA, YO SÍ TE CREO. 



jueves, 10 de mayo de 2018

Buenas intenciones

Voy a aprender a sacarme los ojos esta noche y me voy a implantar dos microcámaras de vídeo  para tener testimonio fotográfico de cada una de tus sonrisas, y poder verlo y rebobinarlo por los siglos de los siglos, amén.
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Voy a aprender a mudar la piel como los lagartos, y guardaré en un cofre de fibra de carbono cada centímetro cuadrado en que tus dedos me tocaron y me apretaron y me atrajeron y me apretujaron y me quisieron más cerca.
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Voy a aprenderme de memoria cada vuelta de tus rizos y cada tendón de tus piernas y cada hueco de tu espalda y cada uno de tus lunares y todas las facciones de tu cara y cada relieve de tus brazos y me lo aprenderé todo tan fielmente que podré esculpirte en piedra con los ojos vendados.
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Voy a aprender física por tí, para darte tu velocidad igual a espacio partido por tiempo tiempo tiempo tiempo tiempo. Me pondré una bata blanca y barba de científico para explicártelo todo, sólo por hacerte reír.
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Voy a aprender a registrar en algún tipo de cápsula, o joya, o grabación, o rincón de mi cerebro, la vibración de tu susurro cantando en mi oído, y cada vez que has escuchado una canción tonta de amor y me has mirado directamente al fondo de los ojos.
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Voy a guardar en el cofre de las pequeñas cosas felices cada día que te vea, como esos besos rápidos que me das en los semáforos, o cómo no quieres que me separe de tí en la calle, cada sesión de cosquillas, cada polvo, cada masaje, cada vez que me has dicho guapa (y han sido muchas), cada uno de tus calcetines de rayas de colores, cada foto intercambiada, cada gota de sudor, cada cena juntos.
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Voy a aprender a apreciar más tus silencios que tus palabras, y que hoy ha sido la primera vez que tú me has preguntado: "bueno, ¿y cuándo nos veremos otra vez?", y los abrazos desesperados, y las siestas sobre mi pecho, y que te guste lo que sea que haya preparado para cenar.
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Voy a aprender a callarme.
Y voy a aprender a no hacer preguntas para las que ya conozco la respuesta. 

domingo, 6 de mayo de 2018

No sé qué me pasa, tengo una burbuja, una bola de chicle detrás del ombligo que se infla y revienta y se infla y revienta y se infla y revienta y no me deja dormir.
La burbuja me ha despertado esta mañana de domingo, un poco tarde, si se me permite la crítica;
ya hay luz en la calle, y gente, y niños, y perros que ladran, y motos, y hasta alguien que arrastra algún tipo de carro, o un cadáver de madera, quién lo puede saber. Un auténtico sinsentido.
En esta estúpida mañana de domingo pienso en pocas cosas, y todas son tú. Me preguntas qué plan tengo para hoy, y me invento alguna excusa de mierda, para que no te enteres de que todo lo que haré  se va a basar en darle vueltas a tus rizos con la mente y en pasearme por tu espalda con las manos en el aire, como si fueses un piano en medio de una zona de guerra.
Esta absurda mañana de domingo, este paréntesis innecesario en el fluir del calendario, estas veinticuatro horas sin pies ni cabeza, quizás, pasen más rápido si las lleno contigo.

sábado, 5 de mayo de 2018

50.000 visitas

50.000 visitas, 8 años de vida, 226 entradas (con esta, 227).

¡Muchas gracias a todos!

jueves, 3 de mayo de 2018

Año nuevo

Todos los días son año nuevo si lo piensas con ilusión.
Todos los días son año nuevo si pasaste la noche anterior pensando en suicidarte.
No os preocupéis, amigos lectores y amigos entre el público, este texto no es autobiográfico.
(Aunque podría serlo).
Anoche, a las 1 30 de la madrugada, estoy tirada en la cama con los ojos abiertos como platos y pesados como yunques, pensando en qué pasaría si cogiese el coche y lo aparcase en medio de las vías del tren. Sé lo que pasaría, pero lo sigo pensando, luchando obstinada contra el sueño.
Anoche, a las 2 30 de la mañana, me encuentro de pie en medio del pasillo, con los muslos goteando y mi fantasma de cabecera hablándome al oído. No sé qué hago aquí. Debería estar en la cama.
Me meto en la cama y la cama me quema, como me quema la piel abierta. Me queman los ojos. Me quema mi cuerpo. Me quema la piel cuarteada, las cicatrices, las malas decisiones.
Finalmente, me queman más los ojos que todo lo demás y termino por dormirme.

Todos los días son año nuevo cuando te despiertas nauseoso, confundido, preguntándote cómo es posible que no se te haya parado el corazón mientras dormías.
Todos los días son año nuevo cuando no ves más allá de las ocho de la tarde.
Todos los días son año nuevo cuando estás colgado de un árbol, sorprendido ante tanta violencia.

Cuando todos los día son año nuevo, un año artificial que empezó hace un año y un día y terminó anoche, sea uno de enero, cinco de mayo o quince de octubre, qué importa, el tiempo pasa más deprisa. Cada uno de mis años contiene trescientos sesenta y cinco años en uno, menuda muñeca rusa, ¿no? Cuando cada día es año nuevo, también, es difícil hacer balance, pero no imposible.

El año pasado fue el año de las lágrimas,
De las velas aromáticas,
El año de las listas de cosas que hacer,
De la cama vacía,
Y de la cama llena,
El año de la psicoterapia,
De las benzodiacepinas,
El año de la desesperación,
El año de la paciencia,
De las mascotas,
El año del amor,
De los tatuajes,
El año de las piernas firmes
Y de las agujetas,
El año de los vikingos,
De la locura,
De hacerte el amor.
El año de las malas decisiones
El año del insomnio
Y de los vómitos
Y del suero fisiológico
Y de las transfusiones
Y del coma inducido
El año del cautiverio.
El año de la supervivencia.

Ojalá el año que hoy empieza sea... Sea. Que sólo sea. Ni malo, ni bueno, ni mejor, ni peor. Sólo, que sea. Y que yo esté aquí para poder despedirlo, de nuevo, esta noche. 

miércoles, 2 de mayo de 2018

Cambio de armario

Estamos ya casi en mayo,
los días son cálidos y las noches aún de invierno,
pero se acerca el cambio:
las flores,
los festivales.
Quizás todo esto sea, al fin,
una catarsis.
Quemar tu pasaporte caducado,
sacar de mi casa los zapatos que olvidaste,
lavar por fin las sábanas en las que dormiste
la última noche,
desordenar los poemas que escribiste en la puerta de la nevera,
leer poesía y no recordarte,
escribir como una loca
(lo habrías odiado).
Leer cualquier cosa y no recordarte,
casi desafiante.

Ya no estás en casa.
Nunca me aprendí tu número de teléfono,
y por fin se me está olvidando el sonido de tu voz.

Rumiando por la casa, vagando por los cajones
y entre las sábanas
me he dado cuenta de que te llevaste muchas cosas.
Pero sólo
has dejado
de mí
lo mejor.