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sábado, 28 de marzo de 2020

Alguien decía en Twitter que en estos tiempos es imposible escribir, porque para escribir la vida debe estar entera. Elaboro sin dirección, deslavazada, sin memoria ni atención, pero algo hay que hacer para destaponarnos el alma. Vamos, al menos, a intentarlo. 



En este parámo inmenso y seco,
entre las dunas de arena y las lomas desiertas,
entre túmulos y tumbas deshabitadas y cruces rotas de madera,
en las tierras salvajes de no se qué país y en no se qué año después del apocalipsis
no encontraremos consuelo ni refugio.

Cuando tengamos las manos frías y se llenen los cuerpos de calambres;
cuando caigamos en el barro,
y el barro no sea barro sino arenas movedizas,
y no podamos salir,
y a pesar de mantener los ojos en el horizonte nos sigamos hundiendo,
seguiremos estando solos, no quedará nadie.

Ahora que el universo entero se ha convertido en un erial,
ahora que tienen sentido todos los cataclismos,
que los pesimistas vemos hechos realidad nuestros sueños más inquietos,
ahora que todos los profetas del fin del mundo tenían razón,
y que todos los locos son, de repente, visionarios...

Ahora que la música se ha parado,
que la pirámide ha quedado reducida a una raspa de pescado quebradiza,
que no tenemos WiFi, ni agua limpia,
que ha llegado el temido desabastecimiento a los supermercados...
Ahora que no quedan poetas para hablarnos de la esperanza,
ni músicos que transmitan gratis sus conciertos por internet,
ahora que los museos ya no hacen visitas online
ni podemos escuchar las noticias, porque no queda nadie,

ahora que parecemos abocados a una extinción sin remedio,
sólo nos queda cerrar fuerte los ojos y esperar despertar de esta pesadilla.