Poesía, literatura, pintura, viajes, historia del arte, medicina, política... Un poco de todo y un poco de nada.

viernes, 20 de agosto de 2010

Cabaret V

Y la parte V! con esto acaba el primer capítulo.




V
La habitación era espaciosa, rectangular y muy luminosa. En las paredes laterales había cuatro camas con sus respectivas mesitas de noche. En la pared frontal había dos escritorios que enmarcaban la única ventana de la habitación, grande y sin rejas. Los otros dos escritorios enmarcaban un enorme armario empotrado que estaba junto a la puerta. Una pequeña puertecita blanca, junto a uno de los escritorios de la pared frontal, daba al cuarto de baño.
Jan dio un paso hacia delante, maravillado, cuando reparó en que tres de las cuatro camas estaban ocupadas por montañas de maletas y bártulos. En la cama que estaba justo a su izquierda había sentado un chico alto y desgarbado, pelirrojo y de nariz ganchuda y pecosa. Tras él estaban, supuso Jan, sus padres: una mujer canosa y regordeta de mejillas arreboladas y un hombre que se parecía más a un poste de teléfonos que a cualquier otra cosa que Jan pudiera imaginar.
En la cama de la derecha había una chica rubia y esbelta, convencionalmente bonita y sonriente. Estaba deshaciendo su enorme maleta rosa y sonreía; los bucles de cabello rubio le caían como cascadas por delante de sus blancos hombros. Llevaba una camisa blanca levemente transparente, y el botón superior esta desabrochado. Jan apartó la vista.
La cama de la esquina derecha de la habitación, junto a la de la chica rubia, estaba ocupada por tres maletas color marrón oscuro y una mochila roja, pero la dueña de aquellos efectos no estaba por ninguna parte. En el baño se oyó el ruido del agua y la puerta se abrió. En efecto, era ella. Anne salió del baño atusándose la larga melena negra y miró a Jan con una expresión que nunca olvidaría. Intentó sonreír, pero no pudo; su sonrisa se transformó en una extraña mueca. Se quedó muy quieta en la puerta del baño.
Jan tuvo tiempo de pensar muchas cosas antes de que el chico pecoso reparara en su presencia y lo atosigara a preguntas: Anne estaba especialmente bonita. Llevaba el pelo suelto y echado suavemente hacia atrás, con lo que una amplia onda nacía en su frente y terminaba en un suave tirabuzón alrededor de la mitad de su espalda. Llevaba una camiseta de tirantes roja, con no demasiado escote, y un pequeño colgante plateado con forma de lagartija. Sus vaqueros, ajustados en la cintura y algo más sueltos por debajo de la rodilla, eran oscuros y estaban levemente desgastados. Llevaba unas sencillas zapatillas de deporte negras. Y el nomeolvides blanco, ¿dónde estaba? Los ojos de Jan fueron, al instante, a parar a las pequeñas y perfectas orejas de Anne. Allí estaba la flor, arropada por una traviesa onda de su pelo.
- ¡EH! – la magia se rompió - ¿Y tú quien eres? – dijo el pecoso. – Yo me llamo Alex. ¡Parece que vamos a ser compañeros de habitación! Qué cosas, chico. ¿De dónde vienes? ¿También vas a medicina? ¡Espero que sí, porque tienes pinta de listo! Y yo, sinceramente, voy a necesitar muchísima ayuda este año – soltó una risotada estridente que hizo chirriar los tímpanos de Jan.
El pecoso se levantó de la cama y se acercó a Jan con la mano extendida. Jan se volvió y se la estrechó, exhibiendo una sonrisa amplia y afable, tal y como su madre le había enseñado siempre.
- Encantado de conocerte, Alex. Soy Jan. – bajó los ojos levemente y luego sonrió aún más - ¿Podrías repetirme las preguntas?
- ¿Qué? – Alex soltó una estentórea carcajada - ¡Vaya tío! Me caes bien, chaval. – se volvió y siguió con sus quehaceres.
Jan no tuvo tiempo de volver los ojos hacia Anne cuando la rubia se le acercó y le plantó dos sonoros besos en las mejillas con una sonrisa prefabricada. Cuando la pudo ver de cerca, toda impresión de belleza se borró de la mente de Jan. La chica tenía unos ojos marron chocolate demasiado separados, y sus labios eran demasiado finos. Tenía una cara larga y huesuda, y pudo ver que, probablemente, aquella chica tuviese el pelo castaño y liso como una tabla; las raíces de su melena la delataban. Estaba excesivamente delgada; sus crestas ilíacas asomaban bajo su camisa blanca.
- Soy Sara – dijo, con una insoportable voz atiplada y nasal - ¿Y tú que, guapo? ¿De dónde vienes?
- Esto… - Jan tragó saliva, casi ahogado por el perfume recargado dulzón de Sara – soy de un pueblo de por aquí. Trató de sonreírle y se dirigió a su cama, junto a la de Alex y frente a la de Anne.
Anne seguía parada frente a la puerta del cuarto de baño, con el hombro y la cadera derecha apoyadas contra el quicio de la puerta. Miraba a Jan con una media sonrisa, que él le devolvió hábilmente. Cuando el chico fue a dejar su austera maleta sobre la cama, Anne sacudió ligeramente la cabeza y salió de la habitación, no sin antes desprenderse del nomeolvides y soltarlo, abandonado, sobre la cama.
Jan la observó salir y suspiró, tratando después de disimular cuando vio que Sara y Alex lo miraban con aire inquisitivo.
- ¿Qué le has hecho ya, chaval? – dijo Alex medio riendo. Jan le devolvió una sonrisa con los ojos llenos de lágrimas.

2 comentarios:

  1. No solo me gusta. No. Mejor. Sé que me gustará más lo que vendrá a partir de aquí.

    ResponderEliminar
  2. cierto

    por cierto me da mucha penica Jan

    es de porcelana

    ResponderEliminar