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viernes, 20 de agosto de 2010

Cabaret IV

Vamos con la parte IV


IV

El Señor S. explicó a Jan que el primer número, el 1, indicaba que su habitación era de residencia permanente, y no estudio o aula; el segundo número, el 3, decía la planta en la que estaba la habitación. “Así cualquiera la encuentra”, pensó Jan. Mientras bajaban juntos por las amplias y luminosas escaleras, el señor S. suspiraba en cada escalón mientras contaba a Jan mil anécdotas del Campus. Le explicó que el edificio tenía forma de U de esquinas aplanadas, y que el acceso a los pisos superiores estaba restringido.
Jan no pudo reprimir una estúpida expresión de sorpresa cuando el señor S. le preguntó si quería saber más sobre su historia. El chico asintió, embobado.
- Estudié medicina, aunque no lo creas. Lo mismo que vas a hacer tú. – miró a Jan de reojo y se concentró de nuevo en las puntas de sus zapatos. – Cuando terminé la carrera, todo empezó a ir cuesta abajo y sin frenos. Mis padres venían desde mi ciudad de origen hasta aquí, a mi ceremonia de fin de carrera, cuando tuvieron un accidente de tráfico y murieron los dos.
- ¿Qué…? – Jan no podía creerlo. Sintió una oleada enorme de pena hacia el señor S.
- No me compadezcas, chico. No pude pagarme la residencia, así que empecé a vagar de aquí para allá, de trabajo temporal en trabajo temporal. La verdad es que me arruiné por una estupidez. Conocí a una chica maravillosa, Ana se llamaba, y me enamoré de ella en cuanto la vi. Nunca olvidaré la primera noche que pasamos juntos en mi diminuto y mugriento piso, lo máximo que podía pagarme con el dinero que ganaba. Le hice el amor como si no hubiera mañana; efectivamente, no hubo mañana
- ¿Qué quieres decir?
- Me robó – sentenció el señor S. – se lo llevó todo, la muy zorra. El poco dinero que guardaba, mi única tarjeta de crédito, mis carnets, las escrituras de la casa… Todo. Cuando fui a denunciar, me tomaron por un loco y no me quedó más remedio que abandonar el trabajo, ya que no me quedaba ni un céntimo para desplazarme hasta allí, y tampoco podía presentarme con la ropa sin lavar. Así que acabé, con apenas treinta años, vagabundeando en la calle. Así pasé la mayor parte de mi vida, hasta que mis pasos me devolvieron aquí. Llegué una noche otoñal, hace unos seis años. Sólo esperaba poder dormir un rato bajo techo, pero ocurrió algo más. El Doctor Darrel volvió al campus tarde esa noche, y…
- ¿Quién es el Doctor Darrel? – preguntó Jan, interesado.
- El jefe del departamento de anatomía. Le conocerás muy pronto, te lo aseguro. – sonrió el señor S. – el caso es que el doctor tropezó conmigo, que estaba durmiendo frente al portón. Me reconoció, y me dejó pasar a su habitación. Le conté mi historia, y pareció conmoverle, ya que al día siguiente estaba trabajando aquí como bedel. – terminó S., sonriente. – Hemos llegado, chico.

Una placa de bronce rezaba “1325”. Jan la observó durante unos veinte segundos sin pestañear, así que estuvo a punto de caerse de espaldas cuando un fuerte bastonazo en las costillas le sacó de su ensimismamiento. Se quedó mirando al señor S., intentando recordar si llevaba ese bastón curvado y nudoso cuando lo vio por primera vez. S. Tenía una media sonrisa y lo miraba con aires de superioridad:
- ¿Estás ensimismado? ¡Entra de una vez! – se volvió con dificultad y echó a andar pasillo arriba, murmurando.
Jan tragó saliva y siguió con los ojos al señor S. hasta que hubo desaparecido. Miró una vez más la placa de la habitación y entró.

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