Aquí van otras dos:
Refugiados
Ella estaba demasiado silenciosa aquella mañana. Tenía la nariz enterrada en el humo de su enorme taza de capuccino, y de vez en cuando suspiraba, sacudía la cabeza, o bajaba la mirada. Él la observaba casi con curiosidad, dejando que los minutos gotearan ante ellos. Finalmente, se decidió a preguntar:
- ¿Te pasa algo?
- No – respondió secamente.
- ¿Seguro que no? – él no tenía pensado rendirse.
- Segurísimo.
- ¿Entonces por qué no me miras a la cara?¿te has casado con mi hermano pequeño en secreto, o algo así?
Ella levantó la mirada de la espuma del capuccino lentamente, y terminó fijando unos enormes ojos grises y empañados en él, que se le clavaron. Se le cayó la sonrisa al instante, y extendió una mano hacia ella, mirándola. Finalmente, suspiró, dejó el capuccino y dijo:
- Creo que la gente que monta los informativos son como buitres carroñeros.
- ¿Y eso, porqué?- contestó, sorprendido.
- Esta mañana, mientras me vestía, he visto en cinco canales diferentes las mismas imágenes. – hizo una pausa, y se le volvieron a empañar los ojos – eran de un grupo de cien o doscientas familias Palestinas, que tuvieron que salir de sus casas y trasladarse a – vaciló, ya con la voz quebrada – como unos campos de concentración, porque habían bombardeado sus casas – paró de nuevo – refugiados, vaya.
El silencio se extendió entre ellos de nuevo. Ella había vuelto a enterrarse en el capuccino, y él la miraba con una ceja alzada. Al final, preguntó vacilante:
- Y… ¿cuál es el problema?
- El problema… - había levantado los ojos y lo miraba, rabiosa – el problema es que es inhumano que unas personas tengan que abandonar sus casas, sus vidas, todo lo que han tenido, para intentar sobrevivir. Es horrible.
Él no pudo evitarlo y soltó una risita. Afortunadamente, ella no lo oyó. Él suspiró y la miró con una media sonrisa. Levantó la mirada y le dijo:
- ¿y tú de qué te ríes?
- Eh, no seas borde. – él sonrió, y prosiguió - ¿no te has dado cuenta de una cosa? – ella lo miró y negó con la cabeza – nosotros también tuvimos que huir de nuestras casas y dejar atrás nuestros recuerdos para poder sobrevivir. A nuestra manera, también somos refugiados, ¿no?
Ella abrió mucho los ojos con aquella expresión de sorpresa infantil que tanto la caracterizaba. Una media sonrisa asomó en sus labios, y soltó el capuccino:
- Como siempre, tienes razón.
La peor persona del mundo
- “ Tuve la certeza, esa ardiente certidumbre que a veces me asaltaba, de que aquella mujer me miraba a mí entre la multitud. Tanto su traje como su maleta, sus ojos, su mirada, su cabello, e incluso la ausencia que dejó al esfumarse entre la gente, eran terriblemente grises”. – leyó con una entonación casi perfecta.
Alzó los ojos hacia él, buscando en silencio su aprobación. Él tenía la mirada clavada en la cuartilla que llevaba en las manos, y entonces se miraron y él le sonrió.
- Incluso fuera de contexto, muy bello, como todo lo que escribes – dijo.
- ¿Sí? – preguntó ella con voz implorante - ¿de verdad te gusta?
- Sí, sí… - dudó un momento y levantó la barbilla. Dejó una pausa dramática, de esas que a él tanto le gustaban, y finalmente inspiró y habló: pero… aún así, creo que hay algo ahí que está mal construido. Un par de cosas, de hecho. – terminó con una sonrisita.
Ella siguió sonriendo con los labios, aunque la sonrisa de los ojos se le había apagado. Le miró, resbalándole la sonrisa por la cara, hasta que vio que la misma sonrisa que a ella le había resbalado, le estaba creciendo a él en los labios. Un sentimiento de rabia divertida le asaltó, y replicó:
- Tendré algún error de sintaxis, pero al menos escribo con caligrafía legible. – terminó con sorna. Él la miraba con los ojos muy abiertos.
- Oh… - calló unos instantes con los ojos bajos, y finalmente los levantó luciendo una sonrisa de rendición – eres la peor persona del mundo, ¿lo sabías?
Je. Estos dos, y sobre todo el segundo, son muy representativos. Adoro el segundo.
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