Poesía, literatura, pintura, viajes, historia del arte, medicina, política... Un poco de todo y un poco de nada.

lunes, 26 de julio de 2010

Charlas III

Dejo otras dos por aquí, éstas un poco más sombrías que las previas:






Guerra


Él estaba sentado en el taburete de la barra de la cafetería, reclinado sobre un platito de gominolas de colores y una taza humeante de té de vainilla. Ella entró en el bar y vio su espalda, se acercó y se sentó a su lado.

- ¿Un buen día? – preguntó, con una sonrisa, mientras le hacía una seña al camarero. Él asintió.
- Un buen día, sí. – siguió abstraído en su café.
- ¿estás seguro? – dijo ella, entrando en su burbuja con algo de brusquedad. Un mechón de su pelo rozó el platito de gominolas.

Él se volvió hacia ella y le dedicó una media sonrisa. Se frotó los ojos, dio un sorbo al té y se metió una gominola en la boca.

- Hoy, fui a ver a mi madre a su casa del campo. Mi padre estaba en el bosque, de pesca, con sus amigos, y cuando llegué mi madre estaba leyendo una carta de mi hermano.
- ¿Tu hermano, el que se fue al ejército? – preguntó ella.
- Exacto, hace dos años ya que se marchó – contestó él. Dio otro largo trago al té y se volvió en la silla hacia ella, mirándola a los ojos. Continuó – mi madre estaba descolocada. Me dejó leer la carta, y… - enmudeció.
- ¿Qué decía? – inquirió ella.
- Pues… mi hermano hablaba de cómo le va en el último sitio al que lo han destinado. Dice que ha conocido muchos tipos de personas, hombres nobles y hombres sin escrúpulos. Dice que ha visto cosas terribles. – tragó saliva – en un pasaje, decía que hace unas semanas estaban en la capital y fueron a detener a un jefe terrorista a su propia casa. Contaba que, cuando entró a la casa, toda la familia estaba allí y tuvo que arrastrar al hombre afuera. Tuvo que arrancarle a su hijo de los brazos.
- Oh… - suspiró ella – eso es terrible.

Él asintió, y volvió a beber de su té. En esto, el camarero trajo para ella una taza muy ancha de café humeante, con tres centímetros de crema y una trufa en el centro. Él tragó saliva.

- Lo peor no es eso, ¿sabes? – continuó él – lo peor es que parecía que había perdido… su humanidad. Parecía frío, como si estuviera contando un cuento y no esa… atrocidad. Parecía no estar afectado, no sentir.
- No exageres, quizá sea sólo una impresión tuya, ¿no crees? – dijo ella – quizás… - él la interrumpió.
- No. No exagero. Ha cambiado. Todo lo que ha visto, la sangre que ha manchado sus manos, los muertos que ha tenido que tapar, le han cambiado.
- Es posible. – admitió ella - ¿cuándo volverá?
- El próximo año – contestó él, ausente. - ¿Crees que se habrá vuelto como ellos? – preguntó, de súbito.
- ¿Como ellos? – dijo ella, alzando una ceja - ¿Un monstruo, quieres decir? ¿Un hombre cruel? ¿Qué te hace pensar eso?

Él se encogió de hombros, como respuesta. Se irguió en el taburete, sonrió al camarero y le pidió la cuenta. Ella aún no había tocado su café. Él suspiró y dijo, decaído:
- La guerra cambia a las personas. Nunca será el mismo que era, nunca volverá a ser el chaval ilusionado que se marchó. Lo sé. Lo intuyo.
- Sólo espero que te equivoques – dijo ella, mientras cogía con dos dedos la trufa de su café y se la ponía a él en los labios. Él la mordió, la saboreó, y contestó:
- Yo también.





Fantasmas

Ella estaba tumbada en el sofá, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza y la mirada fija en el techo, cuando él entró en el piso con pasos lentos:

- ¿Alguien en casa? – preguntó
- No – dijo ella con tono neutro – inténtelo de nuevo más tarde.

Él soltó una risotada mientras se quitaba la gabardina y la colgaba en el perchero, sacándose cada zapato con la punta del pie contrario sin quitar la mirada de los pies enfundados en calcetines de rayas que asomaban por un lado del sofá.

Se acercó a ella y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas. Antes de darle tiempo a decir algo o a pensar, ella se recostó de lado en el sofá y lo atravesó con una mirada preocupada mientras decía:

- Mi madre ve fantasmas.
- ¿Fantasmas? – fue lo único que él alcanzó a decir él - ¿cómo que fantasmas?
- Ve a mi padre paseando por la casa, reflejado en los espejos y los vasos, en los jarrones… - continuó ella con tono cansado. – Me preocupa. ¿Crees que puede ser…?

Ella enmudeció y se le perdió la mirada en algún punto sobre la cabeza de él, que la miraba con expresión divertida. En vista de la poca atención que le prestaba, suspiró y habló:

- ¿Demencia senil, o algo así? No lo creo. Tu madre es mayor, y se siente sola.
- Vamos, menuda excusa. La soledad no fabrica entes corpóreos y tangibles – pronunció estas últimas palabras con especial desprecio.
- No se trata de eso. Todos necesitamos creer en algo.
- No me sueltes frases hechas, que no les veo sentido, ya lo sabes. Mi madre nunca ha creído en Dios, ni en Alá, sólo en ella misma. Nunca ha necesitado nada de eso.
- ¿Sabes por qué?

Ella negó con la cabeza y él sonrió con displicencia, como si no quisiese decir lo que iba a decir.

- Porque ella siempre ha entendido el curso del mundo, a su manera. Siempre ha tenido claro que todo acto tiene consecuencias y que la única forma de forjar un futuro medio decente es trabajar y esforzarse. Pero ahora… se ha topado con un concepto más complicado.
- La muerte… - le atajó ella. Él asintió con los ojos cerrados.
- La muerte es un concepto demasiado amplio para que cualquiera de nosotros podamos entenderlo. Y, como sabemos tú y yo, a las personas nos encanta creer que lo entendemos todo.
- Y… ¿qué pasa cuando no entendemos algo?
- Que nos sentimos como si estuviésemos andando sobre la cuerda floja, como flotando en el abismo.
- Y entonces, fabricamos anclas. Cosas que nos ayuden a mantenernos firmes.

Él asintió con los ojos cerrados. Ella se sentó en el sofá y esbozó una sonrisa. Se levantó como un resorte y se puso un vestido de lana púrpura sobre las medias negras, unas botas, y, conforme salía por la puerta, se volvió y dijo con una sonrisa:

- Yo seré su ancla.

1 comentario:

  1. ¿Están puestas en orden cronológico? Cada vez las veo más maduras, bastante geniales.

    Te recomiendo 'La delgada línea roja', una de las mejores películas bélicas que he visto, con un contenido filosófico y estético impresionante.

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