Empiezo a publicar una colección de microrelatos, en forma de pequeños diálogos en los que ambos interlocutores son constantes; es inútil buscar la correlación argumental entre unas y otras, porque no la hay. En fin, las subo de dos en dos porque son cortitas.
I. Razón y Fe
[…]
- Oh… creo que ahora daré un volantazo con el coche de los eufemismos, y giraré a la derecha para entrar en la calle demagogia… - exclamó ella de repente, con esa afable ironía que la caracterizaba.
- Vamos, sabes que tengo razón. – contestó él.
- Ni hablar; pensaba que estábamos hablando de ciencia o de filosofía, no de religión.
Él se volvió hacia ella y le dedicó una mirada inquisitiva, con una ceja levantada, mientras inquiría:
- ¿Desde cuándo la razón y la fe no van de la mano?
Ella enmudeció y pareció pensativa. El silencio se alargó, así que fue él quien continuó:
- Si te paras a pensar en el significado de la religión, de cualquiera de ellas, sólo encontrarás uno: explicar las incógnitas del mundo.
- No estoy de acuerdo en absoluto – exclamó ella, indignada – la religión es el báculo de los débiles, como dijo no sé quién. La finalidad más importante es la de aportar seguridad, de difuminar los miedos. Piensa, por ejemplo, en el miedo a la muerte, que es el miedo más fuerte que puede una persona sufrir. ¿Qué hace la religión, sino garantizar que una vez muertos no iremos al limbo o a la eterna oscuridad, sino a una vida fantástica y llena de lujos en ese enorme spa para abuelitas que es el cielo? – él soltó una carcajada y la interrumpió:
- Has incurrido en una contradicción, ¿no te has dado cuenta? – ella negó con la cabeza – hablas de la fe usando la razón.
- Eso es muy obvio.
- Lo que no quita que sea cierto.
Ella sonrió y valoró las palabras de él con una ceja levantada. Tras unos momentos, pareció volver en sí:
- Todo sería más fácil sin necesidad de la fe. Creo que el ser humano sería mucho más curioso, y más crítico, si nunca se hubieran inventado las religiones; no nos habríamos tragado sin más todos los cuentos que cada día se oyen. Preguntaríamos, y necesitaríamos respuestas. Algo más que un simple “porque lo dice la fe”.
- También puedes darle la vuelta a la tortilla, ¿no crees? – dijo él con la cabeza ladeada – sin tanto análisis, sin tanto razonamiento, sin tantos quebraderos de cabeza para dar una explicación plenamente lógica a las cosas…
- Surgirían las religiones – dijo ella, sentenciosa. – sin razón no habría nada.
- Pues tienes razón – dijo él, y ambos rieron.
II. Un puñado de líneas
- “Cuando quise darme cuenta, estaba en lo alto del Himalaya en ropa interior, y gritaba: ¡soy el rey del mundo!; un segundo después, pinté un grafiti enorme y muy, muy ofensivo en la fachada de la casa blanca, atrasé diez minutos el reloj del Big Ben, provoqué el caos en Londres; corrí hasta Tokio y allí compré dos o tres rollitos de sushi y, finalmente, para poner el broche de oro a este día, fui a casa de Stephen Hawking, pero me echó a patadas; por lo visto, dije algo inadecuado. Está claro que no puedo dejarme solo.” – leyó él, casi sin respirar, y dejó los ojos pegados al ordenador una vez hubo terminado.
- Oh… - ella sonrió y a continuación soltó una carcajada tranquila - ¿ y eso?
- Es un microrrelato – respondió él secamente, casi ofendido - ¿qué te parece?
- Me gusta – contestó ella, y enmudeció. Parecía pensativa mientras sorbía despacio su granizado.
- ¿Pero…? – dijo él, con una ceja levantada y el rostro en tensión.
- ¿De verdad has estado en casa de Stephen Hawking? – dijo, muy seria, pero no pudo vencer la carcajada.
Él tuvo dos segundos de duda, y terminó por sucumbir a su risa atiplada y cantarina.
El primero está bien, pero el segundo, lo sabes, lo parte.
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