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jueves, 22 de julio de 2010

La Dalia Negra {PARTE II}

Seguimos con la Dalia:




E

La verdad es que sí que había algunas cosas extrañas en el cuerpo. Yo estaba pensando en llamarles, pero tenía que hablar con mis superiores y no sabía si se reirían de mí... Aunque ya lo pone en el informe, la causa aparente parece una contusión en la cabeza, en la región parietal, que causó un traumatismo craneoencefálico y una rotura y posterior hundimiento del hueso parietal, que invadió el cortex motor hasta una profundidad que alcanzó el telencéfalo y el cuerpo calloso... el golpe fue causado por un objeto contundente, de una anchura considerable y un peso grande; de ser ligero, no podría haberse hundido demasiado profundo. Sí, una auténtica carnicería. Murió en el acto, aunque hay heridas superficiales muy posteriores al momento de la defunción.

Este es más o menos el contenido del informe... pero hay más. Hay otra contusión post-mortem en la cabeza, en la región occipital, que causó una herida amplia pero superficial... Lo interesante es que estaba llena de trozos de cristal... Yo sólo soy un subordinado, así que no hago conjeturas. Solamente que la contusión en el occipital se produjo más de dos horas después de la muerte, así como las heridas del resto del cuerpo. Además, había una serie de rozaduras recientes y abiertas, aunque previas a la muerte, en las manos. Dentro de las heridas hemos encontrado restos de tierra. Sí, de tierra, como si hubiera estado trabajando en el jardín a manos desnudas o con una herramienta sucia... Y creo que no hay más. El resto es puro trámite biológico.


A

“La última vez que recuerdo, yo estaba desnuda” pensé, y después me eché a reír con demencia en vista de lo absurdo de la frase. El hombre alto seguía en la esquina de la habitación, mirándome, y seguía habiendo pelo sobre mi cara. Los trajeados parecían haberse ido.

Alguien entró. Otro hombre alto, que me miró de reojo y, a una señal, volví a sentirme como un saco de ratas muertas del que el hombre alto (el más alto de ambos) quería deshacerse pronto.

Mi nuevo compañero era pálido y tenía miedo, como yo. Llevaba una grabadora, y se sentó frente a mí. Me miró, me miró, volvió a mirarme, y encendió la grabadora. Me quedé embelesada con el piloto rojo, una luz intensa y pura en una habitación llena de mugre, y él se dio cuenta y tumbó la grabadora. Le miré.

Tu marido está muerto, me dijo el muy cabrón. Muerto, repitió infinitas veces. Dejé caer la cabeza sobre la mesa, y sólo alcancé a decir: mentira. Esa voz no era mía, ni de coña. Mentira, repetí, esta vez más alto, hasta que terminé gritando con voz rancia. Él no se inmutó. Nada. Volví a bajar la cabeza, y pensé en el Hombre de Vitrubio.

Una voz de mujer dijo en mi cabeza: quería colocar una escena como “el Hombre y la Mujer Vitrubianos”, pero está demasiado rígido... Pues que se quede así. ¿Y la maldita dalia, donde estará...? – la voz enmudeció. Levanté los ojos y me di cuenta de que había dicho aquellas palabras en voz alta. No era yo. No fui yo.

Terminé el interrogatorio gritando “no fui yo”, y atada a la silla con bandas de tela oscura. Dejé de moverme, ¿para qué? El hombre de la grabadora me miraba con compasión y disfrute a partes iguales.

Era rubia, era rubia. Era una mujer rubia y con más curvas que yo. Le había puesto un café cuando vino preguntando por él, y estuvimos hablando. El café estaba algo amargo. No paso nada más después.


B

¿Y esto es lo que ha dicho la chica? – preguntó absurdamente, como siempre. Asentí y pensé: joder, si vas a preguntar por todo lo que te diga... Victoria miraba al rubio trajeado con recelo desde un butacón en el rincón de mi despacho. Le guiñé un ojo y sonrió. Dejé caer algo de sarcasmo para intentar aliviar el peso que había entre mis dos pulmones – eso es de fumar, como dice mi mujer – y el sarcasmo resultó. El rubio trajeado dejó caer su expresión de omnipotencia y tuvo una idea, una idea estúpida que no se me había ocurrido a mí, una idea que podía resolver muchas preguntas.

Victoria salió corriendo con la orden firmada por el Comisario de policía de realizar un análisis sanguíneo y de tóxicos a la acusada. El rubio trajeado volvió a subir su expresión de omnipotencia, y esta vez fui yo quien tuvo la idea. Salí del despacho casi corriendo con la dirección donde vivía la hermana del muerto, y debajo, la de la hermana de ella.


F

No me podía creer lo que estaba pasando... Mi hermano era un buen hombre, siempre la quiso mucho a ella y le dio lo que necesitaba... ¡Jamás me contó que hubieran discutido, ni que tuvieran ningún tipo de problema! De todas formas hacía varios meses que no hablaba con él... No sé lo que pudo pasar...

Siempre me pareció que ella estaba un poco desequilibrada, que era un poco paranoica y celosa... Pero no me imagino lo que pudo pasársele por esa cabecita morena y medio hueca para hacer lo que hizo... mi hermano era un cielo...

Maldita loca...


G

No, no, no, no, no... Ella no pudo matarle... pero si mi hermana siempre fue una persona tranquilísima... jamás se ponía nerviosa, jamás se descontrolaba... No es posible...

Sí... hablé con ella la tarde anterior... ¡pero no noté nada raro! Simplemente la llamé porque me había contado que él quería plantar unas flores, dalias negras, en el jardín, y como a mí se me da bien esto de la jardinería, quería saber si necesitaban mucho sol o agua... La llamé para preguntarle como iban y me dijo que él estaba plantándolas junto a la valla del jardín, y que estaban preciosas... Parecía alegre por aquello... Sería sobre las seis de la tarde, cuando hablé con ella... No hablamos de nada más, me colgó porque me dijo que alguien había llamado a la puerta...


B

No serían más de las ocho cuando llegué a la Comisaría, enfurecido, y con una sensación de estupidez en el cuerpo que me daba gana de empezar a golpearme la frente con una pared. Victoria, con su tradicional energía, estaba ya en su mesa trabajando, ordenando informes y recopilando datos y testimonios del caso que nos ocupaba. Me acerqué a la mesa y mi “buenos días” se transformó casi sin quererlo (casi) en un: los de administración de recursos internos son gilipollas. – Ella alzó los ojos almendrados y continué - ¿nadie ha mandado una orden de registrar los teléfonos móviles y el ordenador de ambos? – Victoria se tapó la boca con una mano y abrió aún más los ojos. Sacudí la cabeza y fui hacia mi despacho, cogiendo antes la parte del dossier ya elaborado, mientras Victoria arreglaba el mundo por teléfono, como siempre. Antes de entrar, la llamé.

Asomó la cabeza cinco minutos después, con la noticia de que los teléfonos y el ordenador estaban camino de la Comisaría, y que cuando los hubieran destripado nos mandarían el informe. Le dije que pasara, sintiéndome cansado a pesar de que llevaba una hora levantado, y señalé el dossier. Se encogió de hombros y dijo: no está acabado... – me volví, y contesté – ¿podemos contar con una pizarra blanca y dos bolígrafos? Creo que si vemos lo que tenemos hasta ahora algo más esquematizado, todo estará algo más claro. – ella asintió e hizo ademán de levantarse, cuando otro de los ayudantes en el caso entró sin llamar. Llevaba una bolsa de plástico oscura, y estaba pálido. Y tembloroso. Me acerqué a él, notando el pulso cada vez más acelerado.

Tenemos el arma del crimen.


¿Que tenemos qué? – no daba crédito. El chaval asentía repetidamente, entusiasmado: es una herramienta de jardín, un azadón grande, y está manchado se sangre por la parte en la que se une al mango. Hay huellas y un poco de sangre del muerto en el mango, y el resto de sangre también es suyo. – respiró hondo, y Victoria le interrumpió, leyéndome el pensamiento: ¿no hay huellas de nadie más? – el chaval se volvió hacia ella como si no la hubiera visto hasta entonces, y asintió consternado: eso es lo más extraño. Hay otras huellas, en el mango, de una tercera persona aún sin identificar. No son de la acusada; no hay ni rastro de ella en el azadón. – Caviló – además ella no podría haberlo levantado, es demasiado pesado. – los tres nos quedamos en silencio. El chaval sacudió la cabeza y se marchó, dejando el azadón en el congelador para muestras de sangre o restos biológicos que teníamos en la parte trasera de la comisaría.

Victoria se sentó en el butacón que antes ocupaba, con las manos en el regazo y la mirada en el suelo. Supe que sentía y pensaba lo mismo que yo: agobio, impotencia... había aparecido una nueva variable cuyo valor no podíamos dilucidar, cuya naturaleza no conocíamos... nuestra única pista y acusada fiable estaba en estado de shock... aunque aún quedaban los móviles y el ordenador.

Tras unos minutos de silencio espeso y vacío, me levanté de la butaca y me froté las manos. Sonreí a Victoria y salí del despacho, anduve el pasillo hasta la celda donde estaba la acusada en apenas unos segundos y entré sin llamar. Pensé que algún guarda de seguridad respondería por la falta de vigilancia, y cerré la puerta tras de mí. La oscuridad era casi absoluta en la habitación, excepto por la luz mortecina y grasienta que se colaba por la ventana circular de la puerta. Un bulto oscuro se agitó en un rincón, se incorporó y aparecieron dos ojos en él. Era ella, aún más desmejorada de lo que estaba cuando la vi por última vez, aunque la expresión de sus ojos era más viva; mejor dicho, menos muerta.

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