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domingo, 12 de septiembre de 2010

Charlas VII

¡Dichosos los ojos! Dos nuevas conversaciones.


La Entrevista

- Siéntese, por favor, señor. – dijo ella esbozando una gran sonrisa e indicándole una mullida silla. Luego, se sentó frente a él. Sólo una mesa redonda de madera oscura, un magnetófono y dos tazas de café, un capuccino y uno solo, los separaban.
- Gracias, querida – respondió él con una media sonrisa. – Comencemos, ¿quiere?
- Tutéame – dijo ella, espontánea, y al momento se arrepintió - ¿puedo tutearle yo a usted? – preguntó preocupada. Él sacudió la cabeza en señal de asentimiento.
- Bueno – titubeó ella y comenzó a ponerse nerviosa. –
Encendió el magnetófono con un movimiento torpe, releyó la lista de preguntas y carraspeó.
- Hablemos de tu libro, que se titula: “ El Amor y otros Monstruos de ojos verdes”. Cuéntame cómo nació la idea de esta especie de ensayo filosófico y social.
- Bien … Fue, como muchas otras de mis obras, fruto de una experiencia personal. Tuve una historia amorosa y salí escaldado, nada más. – soltó una risita que luego se oiría clara y sincera en la grabación. – Entonces, por la confusión y la falta de ideas, quise escribir un relato corto o una colección de ellos, pero no pude. Me quedé bloqueado en la narrativa, totalmente atascado. Así que me pasé a género ensayístico.
- Qué curioso – dijo ella, sin parar de pensar que él no la creería cuando le contara que había conseguido una entrevista con su escritor favorito. – y cuéntame, una duda que corroe a muchos de nuestros oyentes: ¿el escritor nace o se hace?
- Por supuesto, se hace. Sin duda. Escribir es como cualquier otra cosa, como arreglar tuberías o como diseñar edificios. Cualquiera puede hacerlo, pero es necesaria una preparación previa y entrenamiento. Un buen escritor se forma por tres cosas: leer muchísimo, casi compulsivamente, escribir mucho, compulsivamente, y buscar ideas e inspiración hasta debajo de las piedras.
- Un buen consejo para nuestros oyentes, desde luego – él sonrio y ella hizo lo mismo. – Dime, ¿qué crees que puede encontrar cualquier lector en tu libro? ¿apoyo moral, entretenimiento?
- Nada de eso. Cualquier lector que coja “El amor y otros monstruos de ojos verdes” encontrará una crónica en prosa de cómo evoluciona la mente humana tras una ruptura, todas esas fases. De hecho, las fases de la ruptura sentimental se parecen bastante a las fases de la muerte: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación. “El amor…” es una especie de guía para navegantes.
- Excelente – dijo ella mientras sonreía – ya, por último, una pregunta general: ¿es más fácil hacer reír o hacer llorar utilizando las palabras?
- Pues… - meditó la respuesta, y mientras pensaba, pareció percatarse de que el café seguía allí y sorbió media taza de una sola sentada. – es tan difícil hacer una cosa como la otra. Lo más complicado es combinar, quiero decir, hacer un libro dramático, una novela con una trama terrible, e introducir tintes cómicos para que el lector sonría de vez en cuando. Todos sabemos contar chistes, y también hablar de la muerte y la soledad.
- Bien. Gracias, muchísimas gracias por tu atención. Ha sido un auténtico placer poder entrevistarte hoy. Espero que tu libro tenga mucho éxito. – dijo ella sonriendo – muchas gracias.
- Gracias a ti, querida. Ha sido un placer para mí. – se levantó en silencio, dejó dos euros sobre la mesa y salió de la cafetería despidiéndose con un gesto de prisa.
Ella apagó el magnetófono, y se quedó mirando la taza tibia de café con una gran sonrisa. Sólo podía pensar en una frase: “él no se lo va a creer cuando se lo cuente, no se lo va a creer en absoluto”.


Danza

- No sé… no termina de convencerme, ¿sabes?
- Pero si no conoces… - replicó ella, pero él la interrumpió algo enervado.
- Ya sé, ya sé, que nunca he ido a ver un ballet ni un espectáculo de danza. Es porque no me inspira nada, ¿tan malo soy?
- No he dicho nada de eso, sólo que… - ella dudó – para mí la danza es algo más. No estoy segura de cómo explicarlo, ¿vale?, pero bailar… Es como hablar con los movimientos.
Ambos se sumieron en un silencio ligero. Los murmullos de la gente que merendaba en la cafetería inundaron el aire que había sobre la mesa de ambos, y cayeron sobre sus cafés. Ella levantó el suyo, un capuccino con una enorme trufa asomando entre la crema, y le dio un sorbo.
- Bah, ni siquiera ésa es una buena metáfora. El habla es un acto tan sencillo que no está a la altura. – ella suspiró y bajó los ojos mientras decía esto. Él la miró de reojo, deseando que no se diese cuenta de que estaba exprimiendo su cerebro con ganas para comprenderla.
Ella desvió la mirada un momento, se estremeció y volvió a mirarle, esta vez con una sonrisa en los labios y los ojos vidriosos:
- Ya lo tengo – sentenció.
Se dobló en la silla, escondiendo la cabeza por debajo de la mesa, y volvió a asomar dos segundos después con su mochila en la mano; era de cuero oscuro, llena de chapas y cascabeles. La abrió y sacó un portátil diminuto, del tamaño de una libreta. Lo abrió sobre la mesa y comenzó a teclear y a mover el cursor de forma frenética. Finalmente, pareció encontrar lo que buscaba y giró el aparato para que él pudiera ver la pantalla.
- Quizás puedas entenderlo si lees esto. – dijo ella. Él se inclinó sobre la pantalla y comenzó a leer en voz alta:
- “El silencio se hizo en el salón cuando empezaron a flotar las primeras notas musicales. La oscuridad se cernió sobre el público y sobre la pasarela, cuando una sombra comenzó a andar por ella, hacia la gente. Todas las miradas estaban puestas en Miyuko. La luz tétrica y tenue que la iluminaba dejaba ver tan sólo su espectacular vestido, de seda color rojo sangre, y bordado con flores doradas, y las facciones de su rostro suavemente pinceladas. Se movía al son de la música, trazando arcos suaves y pequeños con los brazos y las piernas. Sus cabellos, lisos y brillantes, negros como el ébano más puro, oscilaban con ella al son de la canción, que ganaba velocidad por momentos. Su danza destilaba sentimiento en cada movimiento y en cada fugaz mirada dirigida al público. Cuando del techo comenzaron a llover suaves copos blancos, la luz se acentuó en la sala. El rostro de Miyuko quedó iluminado, y todo el público ahogó un gemido. Sus ojos, enormes y almendrados, eran grises como el acero. Sus labios parecían una herida sangrante rompiendo la paz de la tez blanquísima, enmarcada por dos cortinas de cabello negro. El rostro de la muchacha temblaba, goteaba cansancio y hastío por los cuatro costados, y su belleza fría y cruel provocó en sus espectadores respeto, casi miedo. Conforme la canción avanzaba, Miyuko aumentaba la amplitud de sus movimientos y la emoción de su danza. Cuando ésta llegó a su punto culminante, los brazos de Miyuko, temblorosos, se alzaron hacia el techo de la sala, y en ese momento, sólo su rostro quedó iluminado. Lloraba. Parecía estar a punto de consumirse como un trozo de plástico en una hogera. Con la última nota de la canción, Miyuko se dejó caer al suelo de la pasarela sin apenas causar ruido, temblorosa, y la oscuridad volvió a cernirse sobre la sala, que guardó un silencio vacío justo antes de explotar en aplausos. “
- ¿Y bien? – dijo ella con tono esperanzado. Él guardó un silencio sepulcral con los ojos fijos en la pantalla del portátil. La luz azul daba a su cara una apariencia brumosa.
- Como siempre, tengo que darte la razón – dijo él. La sonrisa que esbozó en ese momento hizo que las dos lágrimas que le surcaban las mejillas resbalaran hasta su barbilla, quedando allí colgadas y brillantes como dos pendientes de diamantes.

2 comentarios:

  1. El primero, curioso (((café...))), pero el segundo es una apoteosis extática de... de... Jummm. Cada vez me gustan más las Charlas.

    Por cierto, ella es simplemente adorable.

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  2. Coincido con Rafa, cuando leía el segundo me ha parecido ser un miembro más del público, sentado en primera fila. He imaginado hasta la música.

    Genial.

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