Cada mañana, ella se levantaba muy temprano. Madrugaba desde siempre, no sabía si por costumbre o por deseo de aprovechar el tiempo. El caso es que se levantaba temprano e iba a la cocina. Preparaba el café y lo dejaba listo, caliente, sobre la hornilla. Sacaba el pan del congelador y lo dejaba, soltando volutas de vapor, sobre la encimera. Dejaba preparado en la nevera un platito pequeño, con tres o cuatro trocitos de queso y unos dados de jamón serrano, para las tostadas. Metía la leche a enfriar y dejaba un par de azucarillos junto a la cafetera. Lo último que hacía antes de irse a trabajar era coger la taza de él del armario. La sacaba, quitaba el post-it amarillo del día anterior, en el que se podía leer: "Te quiero", y colocaba uno nuevo, exactamente igual, en el que escribía de nuevo: "Te quiero".
Las palabras se olvidan deprisa. Los actos son los que quedan para el recuerdo, sí, pero es posible hacer que las palabras calen hondo. Lucharé. Por nosotros.

Totalmente de acuerdo con ese último párrafo.
ResponderEliminarEn fin.
Y ya está.
Regálame un paquete de palabras para mí solo :D
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