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jueves, 4 de agosto de 2011

Mirando hacia atrás, mirando hacia delante

Hace un par de años (el 28 de enero del 2009), no recuerdo exactamente motivada por qué, escribí un pequeño texto en el blog que tenía por aquel entonces, el Cuaderno de Bitácora. Es éste:

Volverás.
Volverás una tarde. Lo sé. Casi puedo verte llegar con las manos en los bolsillos, la frente marchita y los ojos cansados y delatores. Volverás, con el pelo canoso, y otra vez querrás que te perdone y que nos vayamos juntos de vacaciones. Volverás a mí cuando ya no te quede nada, pero ya no estará mi fe ciega en tí ni mi inocencia. De mí, no quedará nada; al menos nada de lo que viste. Habré escrito un libro, me habré casado, tendré dos hijos redonditos y educados, seré médico y tendré ropa buena y elegante, y seré feliz. Y lo que más te dolerá será lo más evidente: habré sobrevivido a tu ausencia, a esto que ahora no me veo capaz de sobrepasar, habré sobrevivido a tus años de silencio, a tu falta. Habré sobrevivido a esta trampa que me has tendido, y rimaré mejor que ahora, y habré crecido, y hablaré mejor que ahora, y escucharé mejor que ahora, y seré mejor que ahora, pero tú seguirás atado dentro de tu gran mentira y, cuando te des cuenta, ya no podrás salir.

Pero tú nunca te has preocupado de entender mi verdad, entonces ¿porqué debería preocuparme yo de escuchar tu mentira?

A tí, a tus mentiras, a los años de silencio, a las discusiones, a este juego de escondernos el uno del otro, a los reproches, a tus intentos de cambiar la historia, a ser utilizada por tí y tu mundo paralelo... a todo eso sólo le digo una palabra:

Adiós.






Hoy, las cosas han cambiado. Estas líneas de arriba fueron un medio para conseguir un fin: un intento de olvidar, de pasar página, de quemar los recuerdos. Hoy, las cosas son distintas. No necesito escribir unos párrafos cabreados y llenos de desesperanza para intentar dejar de llorar y que las heridas dejaran de escocerme. Lo he conseguido yo sola, a fuerza de sacudir la cabeza y andar hacia delante.

No queda rencor, no queda odio, no queda soledad, no queda añoranza. Sólo una distancia de millones de kilómetros, un precipicio insalvable, un vacío, un agujero negro, un abismo cuyos bordes no volverán a juntarse. Indiferencia.

Tranquilidad. Paz.

Hoy sí puedo decirlo con la boca bien abierta, y decirlo no implica pataleos ni escenas dramáticas: Adiós.

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