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viernes, 23 de marzo de 2018

Laocoonte y sus hijos


Ellas, con marcha firme, se lanzan hacia Laocoonte; primero se enroscan en los tiernos cuerpos de sus dos hijos, y rasgan a dentelladas sus miserables miembros; luego arrebatan al padre que, esgrimiendo un dardo, iba en auxilio de ellos, y lo sujetan con sus enormes anillos: ya ceñidas con dos vueltas alrededor de su cuerpo, y dos veces rodeado al cuello el escamoso lomo, todavía exceden por encima sus cabezas y sus erguidas cervices. Pugna con ambas manos Laocoonte por desatar aquellos nudos, mientras chorrea de sus vendas baba y negro veneno, y al propio tiempo eleva hasta los astros espantables clamores.
                                                                                                Virgilio, Eneida



Este formidable e imponente conjunto escultórico, ubicado en los museos vaticanos de Roma, es quizás una de las mejores muestras del dramatismo y perfección técnica de los escultores helénicos tempranos. Aunque su datación es controvertida, se le presupone realización alrededor del siglo II a.C., por varios escultores pertenecientes a la escuela de Rodas. 

La pregunta es, quizás, evidente: ¿qué nos cuenta esta escultura? Con sus casi tres metros de altura, resulta imponente y no pasa desapercibida. La forma piramidal, que le aporta solidez y centra el peso en la mitad inferior, así como la ejecución espiral del cuerpo de Laocoonte, enmarcado por las figuras desproporcionadamente pequeñas de sus hijos (débiles y rotas, vencidas por las serpientes), nos cuenta una escena de dramatismo y muerte. 

Pero, ¿quién es este hombre y sus hijos? ¿Por qué sufren este horrible castigo? 



Laocoonte era hijo de Capis y hermano de Anquises, padre del héroe troyano Eneas. Era sacerdote del templo de Poseidón en Troya. Después de que los griegos abandonasen la ciudad dejando un caballo de madera a sus puertas, Laocoonte advirtió a sus habitantes que no lo metiesen dentro del recinto: 

Temo a los griegos incluso cuando hacen regalos.
                                                                                             Virgilio, Eneida

El sacerdote, furioso arrojó su lanza contra el caballo y, en su desesperación, marchó a realizar un sacrificio a Atenea, pidiendo a su vuelta encontrar el caballo destruido. 

Ésas son mentiras -gritó Laocoonte- y parecen inventadas por Odiseo. ¡No le creas Príamo! [...] Te ruego, señor, que me permitas sacrificar un toro a Poseidón. Cuando vuelva espero ver este caballo de madera reducido a cenizas.
                                                                                         Graves, Los mitos griegos
Sus ruegos no obtuvieron respuesta, y los troyanos cayeron en la infame trampa griega, convencidos y arengados por Sinón, un desertor griego que se había introducido entre sus filas.Abrieron un hueco en la muralla y dejaron entrar al fatídico presente. 
Poco después de hacer Laocoonte su advertencia, dos enormes serpientes marinas llamadas Caribea y Peribea reptaron fuera del mar y atacaron a los hijos gemelos de Laocoonte, enroscándose alrededor de sus cuerpos y dándoles muerte. Laocoonte trató de salvar a sus hijos, pero corrió la misma suerte.

Hablamos, al final, de la justicia en su versión más pura, dura y simple. La obediencia máxima a los dioses bajo pena de muerte y sufrimiento. Esa justicia sencilla y recta que los griegos entendían y dominaba sus vidas y su arte permea hasta nuestros días. 

Os dejo con la magistral versión de El Greco. 



Nunca paréis de leer. 

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