Lo único desagradable de todo esto es el nudo en el estómago, que no se va. NO SE VA. Y tú, tú también eres desagradable, porque sé que tendré que sacarte de mi cabeza con sacacorchos. Cuanto antes empiece, mejor que mejor.
Era una límpida mañana de finales de marzo, y no había dormido más de cinco o seis horas. Abrió los ojos a las nueve, desayunó con unas sempiternas ganas de vomitar y se enclaustró. Tengo que estudiar, se dijo, pero obedeció a su cuerpo (en parte) y no a su cabeza. Hizo un dibujo de él, , o un boceto, y lo guardó en su cuadernito de piel negra. Fue y vino, se aflojó el cinturón, se tumbó en la cama, soñó despierta (con él), le hizo el amor diez o doce veces en un par de minutos, le dijo: "creo que me he enamorado de tí" y escuchó catorce respuestas distintas, todas al mismo tiempo. Pensó que era horriblemente contradictorio que no pudiera tener sueños durante la noche, que se levantara con el cerebro en blanco; sin embargo, de día no podía controlarse y se encontraba a sí misma cada diez minutos cavilando en posturas extrañas. A las 11.11 abrió los ojos después de amortajarse bajo las sábanas y se sentó en el escritorio (seguía con las ganas de vomitar), escribió, pensó que le amaba (sentía unos deseos irrefrenables de gritarselo a la cara), leyó el texto que había soltado y se regañó a sí misma (¿qué puta basura depresiva es esta?). Pulsó el botón "Publicar Entrada" y se largó, ahora sí.
Estoy cansada, tengo tantas cosas que dar y no hay nadie con los brazos abiertos... Tengo tanto que darte, que no creo que puedas creerme.