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martes, 4 de febrero de 2020

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Desde que todo empezó el 13 de diciembre llevo dándole vueltas a esto. He pasado por un auténtico carrusel emocional que me ha resultado profundamente agotador, aunque es evidente que he aprendido mucho, muchísimo, sobre mí y sobre la condición humana, sobre la enfermedad, sobre la juventud, sobre los límites del dolor, sobre la muerte.

Sin embargo hay una pregunta que hoy, día 4 de febrero, no soy capaz de contestar. Tengo veintisiete años, y un recorrido vital a mis espaldas que daría para estar hablando varios días sin parar. En alguna ocasión he intentado hacer uno de esos posts en redes sociales en los que la gente recopila sus logros o su evolución en los últimos diez años, y lo he tenido que dejar por no ser capaz de terminarlo, por lo extenso que me quedaba siempre. Nunca he sido capaz de seleccionar los acontecimientos más importantes, porque tengo la sensación de haber vivido desde que nací bajo un foco constante - no recuerdo haberme aburrido nunca. Ni para bien, ni para mal. Siempre he sido una niña estudiosa, pero una de las cosas que peor he hecho ha sido resumir; cuando estudiaba, me aprendía cada palabra, cada punto y cada coma, y sólo era capaz de hacer esquemas cuando todo el texto estaba en mi cabeza, letra por letra. No olvidaba nada. No olvido nada.

Así, la pregunta que sigo siendo incapaz de contestar es: ¿qué quiero contar? ¿cuál es mi dramatis personae? ¿cuál es mi motivo de consulta? Creo que va a ser una pregunta complicada, aunque sí tengo claro que no quiero escribir unas memorias, y no sé hasta qué punto es buena idea escribir una especie de diario en un blog que tiene casi setenta mil visitas. Pero allá vamos.

Esta es mi historia.

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