Por haber nacido en una sala estéril, porque las matronas que asistieron a mi madre llevaban guantes de látex y a mí me cubrieron con mantas limpias nada más salir de la placidez del útero materno. Porque, gracias al horrible sistema capitalista, mi madre pudo comprarme ropa cada seis meses (porque crecí deprisa, ya que estaba bien nutrida).
Porque, cuando cumplí tres años, entré en el enorme (jodidamente larguísimo) camino de la enseñanza y las escuelas. Porque conocí a chicos y chicas que, como yo, habían tenido una vida normal. Porque, gracias a los impuestos, tuve profesores y profesoras que tenían una cierta vocación de servicio. Porque aprendí a leer, a escribir, a sumar y restar, a contar hasta cien y a comprender (aunque no demasiado) las matemáticas.
Porque tuve acceso a libros, folios y lápices de colores.Porque pude hacer miles de dibujos muy coloridos y con no demasiada calidad, que luego mis padres guardaron amorosamente en una suerte de síndrome de Diógenes. Porque crecí aprendiendo, estudiando.
Porque nunca tuve que trabajar bajo el sol ni faltar a clase. Porque siempre pude ir al colegio con la ropa limpia y el pelo peinado, con mis libros forrados y cuidados y una mochila nueva cada año. Porque llegaba a casa y la comida estaba ya hecha. Porque la nevera se llenaba sola, por arte de magia. Porque nunca, nunca, nunca tenía que preocuparme de nada.
Porque crecí y cada vez sabía más. Porque comprendí que la nevera no se llenaba sola, por arte de magia, y siempre iba a comprar con mis padres para ayudar. Porque seguía pudiendo ir al instituto con la ropa limpia. Porque empecé a salir, a conocer gente maravillosa. Porque experimenté, me equivoqué y me pasé de largo, pero siempre (o casi siempre) tuve la cabeza para no hacer nada irreversible. Porque conocí gente de todos los colores, de todos los tipos, con todo tipo de ideas. Porque me alejé a tiempo de ellos, y me acerqué a tiempo a otros. Porque encontré a mis amigos.
Porque supe desde el principio cuál sería mi futuro. Porque mis padres han podido, no sin esfuerzo pero con muchas ganas, costearme ese futuro. Porque, aún sin la mayoría de edad, he podido salir de mi ciudad y entrar en un ambiente nuevo, con gente nueva y maravillosa. Porque mis padres han podido comprarme los libros, algo de ropa nueva y también han comprado para mí nueve meses en una habitación compartida, con mi baño, con mis pósters, con mi guitarra. Porque he podido estudiar lo que quiero, lo que amo, lo que me apasiona, a la vez que he conocido personas diferentes con mucho que ofrecer.
Porque, durante todo ese tiempo, nunca ha faltado un plato de comida en mi mesa ni una pila de ropa nueva a los dos o tres días de echar la sucia a lavar.
Por haberme equivocado, lo que me ha ayudado a no equivocarme muchas veces más acerca de las mismas cosas.
[Porque hemos sufrido mucho estos meses, pero con ello somos mejores personas y más amigos. Porque sé que estáis ahí, y eso no se paga con dinero. ]
{Por muchas otras pequeñas cosas; si empezara a enumerar, no acabaría nunca}
Por todo ello, hoy me siento afortunada. Así, es difícil tener un mal día.
Sobre la foto: la ví y me encantó. Refleja algo que debería ser una máxima de vida valiosa: muchas veces, las cosas no tienen el valor intrínseco de ser buenas o malas, o lo que sea, sino que tienen la cualidad que uno mismo quiera darles. El gafotas de la foto elegirá un camino u otro y eso condicionará como será su vida. La variable es el cartel que elegimos, no lo que encontremos por el camino.
Muy buena entrada, muy buena.
ResponderEliminarGracias por todo, Lina.
Me ha encantado Lina. Creo que es una gran reflexión, que poco hacemos hoy día. Porque todos nos quejamos, de lo mal que lo pasamos y de todos nuestos problemas, y posiblemente sea verdad, pero también nos queda la otra cara de la moneda, y es que eso que has escrito arriba sí que lo tenemos.
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