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jueves, 12 de agosto de 2010

Crónica de una muerte anunciada.

Llamo a tu puerta y empiezo a hervir a fuego lento; también tú.
Abres y te beso en la comisura de la boca. Ya está todo el pescado vendido.
Me das largas, te vas a la ducha, leo tus mensajes, me conciencio. Vuelves y sonríes. Preciosa, como siempre. Preciosa, como nunca.

Intercambiamos palabras, cosas, pocas cosas. Te escucho, sin parar te escucho y tú te desahogas. Sin embargo, estás bien. ¿Qué digo?; mejor que bien.

No sé como, nos metemos en vereda. No sé como llegamos a este punto, pero aquí estamos. Como siempre, como nunca, ambas sabemos hablar más claro pero nos divierte marear la perdiz. Como siempre, como nunca, nos tiramos proyectiles sin ninguna mesura. Ambas sabemos hablar más claro. Podría lanzarme a tu cuello ahora mismo, pero así es más divertido.

Me dices que estás cansada, y te digo que no tienes actividad. Me dices que estás esperando que la actividad venga a tí. Te callo la boca, y ya está todo dicho. ¿Crees que puedes resistire? Yo creía que no, pero me cuesta trabajo traerte al colchón. Sigo yo sola, te beso en la comisura de la boca. Cuando quiero darme cuenta, estoy a horcajadas sobre tí.

Te levantas, bajas la persiana, cierras la puerta, apagas la TV, pones el aire (a 24 grados, no lo olvidaré), bajas un poco más la persiana. Como un gato en una jaula. Me mareas a mí, sólo palabras. Decídete de una vez, te digo. Decídete, cobarde. Eso te toca profundo, y se acabaron las tonterías. Vienes a mis manos, y te recorro de arriba a abajo. Me miras y me dices: ¿qué haces con tanta ropa?.

A partir de ahi, ahora sí, todo está hecho. Después de cuatro años, estamos juntas por fin. Sin ataduras, sin peros, sin dar explicaciones. Libres.


[...]


Me gusta cómo respiras cuando te toco. Tus ojos, siempre cerrados. Me gusta la curva que se forma entre tu boca y tu barbilla; la yema de mi dedo índice encaja ahí perfectamente. También encaja la curva de mi nariz en tu mandíbula. También encaja mi pecho en la última depresión de tu espalda. Tu espalda, tostada y lisa, vasta y suave. Me dices que el aro de mi nariz está frío. Estás medio dormida, y aprovecho para rozarte y recorrerte con el dedo. Suave, templada. A media luz, eres preciosa; también lo eres a luz entera. Te miro tumbada en la cama, boca abajo, con la cabeja enterrada entre almohadas. Suspiras de vez en cuando. Todo está bien; sólo pienso en la suavidad de tu piel. Todo está bien; volveremos a vernos pronto.

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