Poesía, literatura, pintura, viajes, historia del arte, medicina, política... Un poco de todo y un poco de nada.

jueves, 19 de octubre de 2023

 Have you ever dedreamed your dreams? 

Have you ever been put face to face with the consequences of your actions, with the painful realisation that all the things you did were good for nothing, that you failed? 

Are you ready to pack some clothes, to move your houseplants and your pets ('cos they are the only living things left there)? I said: are you ready to forget that beautiful shelf you assembled together, all those figurines, that corner in which you both placed all the treasures you brought from your travels, the posters from that time you went to see The Lord of the Rings at the cinema, that little stud thing to hang your keys from that you both celebrated finding, the little painting of that chubby cat you bought in Paris? Are you ready to assume that you failed and must bow down and go away?

Oh boy do I hate myself for being so clingly towards actual material stuff. Maybe because I've felt at home here and I'm coming back to a place that always felt like . Because closing the windows and shutting the doors mean letting this dream go to rot. And maybe because it's been a desperate cry to try to get me to root somewhere, to tangle me to a solid ground so I wouldn't float off again. 

Anyway, here I am, actually floating away and letting go of everything again, chewing on my failure and still feeling outside of my body because things are changing and why would anyone want to come after me and chase me and why would I be something other than a burden for once. 

Neverming. I've got some houseplants to move. Bye bye, dreamland. 

sábado, 4 de junio de 2022

 “Alone”

From childhood’s hour I have not been
As others were—I have not seen
As others saw—I could not bring
My passions from a common spring—
From the same source I have not taken
My sorrow—I could not awaken
My heart to joy at the same tone—
And all I lov’d—I lov’d alone—
Then—in my childhood—in the dawn
Of a most stormy life—was drawn
From ev’ry depth of good and ill
The mystery which binds me still—
From the torrent, or the fountain—
From the red cliff of the mountain—
From the sun that ’round me roll’d
In its autumn tint of gold—
From the lightning in the sky
As it pass’d me flying by—
From the thunder, and the storm—
And the cloud that took the form
(When the rest of Heaven was blue)
Of a demon in my view—

domingo, 15 de mayo de 2022

Nada

 Como una carretera mal construida, te inclinas, 

seis carriles de ida y sólo uno de vuelta. 

Como un alfarero un poco torpe, padre poco orgulloso

de un ánfora asimétrica que gotea por la base. 

Como una guitarra con una cuerda rota, 

cogiendo polvo en un rincón, la olvidas.

Como un niño encerrado en pandemia

en su jaula de cristal, con los parques precintados 

sin entender por qué el mundo arde. 

Y parece que nadie le explica, porque no sabe. 

Nunca prioritario. Olvidable. 

Opcional. 

Imprescindible.  

Para tratar de quitarte esa pátina de muerte 

y de olor a ropa sucia y a polvo ignorado, buscas:

buscas cada noche en el fondo del armario, 

en los bolsillos de los vaqueros que se te quedaron pequeños, 

en las mochilas que llevaste a donde un día fuiste feliz, 

en la última página de los cuadernos que escribías cuando el mundo olía a flores... 

Y no encuentras

nada. 



miércoles, 11 de mayo de 2022

Sobre las listas de Spotify que ahora te hacen llorar

Yo tenía un amigo que me enseñó el mundo

un amigo que tenía chispas en los ojos y un dolor tan profundo que siempre se le veía en la cara

que no podía con todo y al final se tuvo que largar, 

que se llevó mi maleta grande y todas mis ganas de escuchar música 

y mis ganas de bailar. 


Por esos pelos largos y esa voz cazallera cargué un micrófono barato durante meses

y soñé con que era alguien especial. 

Y me puse bajo un foco un par de veces y grité

lo poco que tenía, lo poco que sabía, lo poco que podía lo dejé

y me quedé sin nada. 


Quisimos ser grandes, o al menos ser felices 

bajo las mismas luces que otra gente más espacial. 

El bolso del concierto todavía huele a Victoria, 

la falda de aquella noche aún no la vuelto a utilizar. 


Nos daba la noche entre humo de tabaco, acordes y hojas sueltas, 

lo que hicimos con Creep nunca se quedó grabado, pero ojalá... 

Ojalá otra tarde de darle vueltas. 

Ojalá otra noche de cambiar cuerdas. 


Hicimos el cierre, dimos el último, dimos las gracias y pa' casa. 

Quién me iba a decir que aquel pasillo era el último, de verdad. 

Terminó la guerra, los pies en la tierra, 

y en esta piel como navaja de reyerta 

ya no queda espacio pa' llevarte a cuestas. 


Y ahora el micro coge polvo detrás de la puerta

junto a un shaker roto y una tracklist arrugá, 

y yo ya no digo que canto porque no es verdad. 

Ya no digo que canto, porque no es verdad. 


lunes, 18 de abril de 2022

Las gárgolas del monasterio de San Juan de los Reyes, en Toledo

 Bueno, intentemos retomar el blog después de dos o tres años de sequía, así, de forma natural, que no se note... 


Bueno, pues hemos estado de viaje, y ha sido bien bonito y provechoso. Os digo también que yo pensaba que había descubierto una joya escondida e ignota en el claustro de este monasterio del siglo XVI, y resulta que hay hasta tesis doctorales sobre las gárgolas que lo decoran, que son una auténtica maravilla. Hasta Bécquer las pintó y las plasmó: 

“Un día entré en el antiguo convento de San Juan de los Reyes. Me senté en una de las piedras de su ruinoso claustro y me puse a dibujar. El cuadro que se ofrecía a mis ojos era magnífico. Largas hileras de pilares que sustentan una bóveda cruzada de mil y mil crestones caprichosos; anchas ojivas caladas, como los encajes de un rostrillo; ricos doseletes de granito con caireles de yedra que suben por entre las labores, como afrentando a las naturales; ligeras creaciones del cincel que parecen han de agitarse al soplo del viento; estatuas vestidas de luengos paños que flotan, como al andar; caprichos fantásticos, gnomos, hipogrifos, dragones y reptiles sin número que ya asoman por cima de un capitel, ya corren por las cornisas, se enroscan en las columnas, o trepan babeando por el tronco de las guirnaldas de trébol; galerías que se prolongan y que se pierden, árboles que inclinan sus ramas sobre una fuente, flores risueñas, pájaros bulliciosos formando contraste con las tristes ruinas y las calladas naves, y por último, el cielo, un pedazo de cielo azul que se ve más allá de las crestas de pizarra de los miradores a través de los calados de un rosetón.”

(Carta IV Gustavo Adolfo Bécquer)

Yo ya no soy estudiosa de nada, así que no me extenderé. Pero las gárgolas siempre han sido un elemento que me ha generado increíble curiosidad, y parece que por más que leo nunca sé suficiente sobre ellas, sobre el simbolismo que las rodea y sus significados. Me pierdo mirándolas y pensando en si nuestros yoes medievales las hicieron así con un afán sólo lúdico o decorativo, si no son más que una forma compleja de adornar o una especie de broma a través de los siglos. 

Dos obras excelentes para empezar a entender sobre gárgolas son el de Dolores Herrero y el de Alejandro Vega. A ellos os remito, y os dejo para imaginar las fotos que saqué esta semana santa en este claustro tan sorprendente. La iglesia del monasterio, anexa al claustro, otra visita sorprendente, quizás para otra entrada. 


Monje con barba estratégica

Un ángel con un pergamino 

Dragón - perro con alas

El gaitero

Un búho majestuoso

León alado

Dragón

El monje con barba, cruz y manos unidas. Maravilla

El bufón cabeza abajo. Simplemente delirante

El aguador

Ojo al detalle de la pierna derecha

Otra perspectiva del monje

Atención a las manos y al volante de la cintura

Arcos

Un rincón sombreado

Capiteles

Detalles de volutas

Otro rincón monacal

Más capiteles

Ritmo en la estructura




¡Gracias por volver! 

Hasta la próxima 



REFERENCIAS 

- Dolores Herrero: https://doloresherrero.com/ 

- Alejandro Vega Merino, 2007: https://toledo-escondido.com/libros/2%C2%BA-las-gargalos-de-san-juan-de-los-reyes/ 

domingo, 6 de marzo de 2022

Increíble.

 En estos días que nos ha tocado vivir (malditos días); aunque, a quién quiero engañar, hace meses o quizá años que lo pienso... 

Me siento en el suelo con las piernas cruzadas y observo anonadada y absolutamente incapaz de comprender, como si fuese una niña de cinco años observando a un político extranjero dar un mítin, o un alienígena de Ómicron Persei V contemplando una clase de historia del arte, digo, que me siento y observo y no comprendo cómo el resto del mundo sigue viviendo y no parece ver la nube que se nos cierne. "In awe", como dirían nuestros malditos primos americanos, les miro ver películas, reír, cocinar tartas y opinar sobre el último disco de su banda favorita, compartir fotos de gatitos, tomar copas tan tranquilos en una discoteca, y juro que no entiendo qué les pasa, si están ciegos o sólo se tapan los ojos como el monito de whatsapp. 

Porque yo hace meses que barrunto, y en las últimas semanas a veces no puedo ni dormir, que qué sentido tiene pensar en el mañana y decidir si ésta persona es la que quiero para siempre o si me compro una casa en el campo o en el centro, o si ahorro para viajar el año que viene, cuando quizás no haya año que viene. Cuando quizás el año que viene estemos contemplando cielos verdes y aire ionizado, cuando quizás cualquier noche nos despierte de nuestro apacible sueño europeo un sol nuclear y el ruido de las bombas llame a nuestra puerta... Y si el invierno nuclear no nos salva, tranquilos, que dentro de treinta años el aire será irrespirable y vuestras casitas en la playa habrán sido arrasadas, y el verano no será una época de solaz y asueto sino meses de huir de un sofocante calor que no nos dejará vivir, como quien huye ahora del fuego de las bombas. Y lo peor de todo esto es la apabullante y tremenda sensación de incertidumbre y a la vez de inevitabilidad. 

Todo eso pienso cada día. No me explico cómo consigo dormir, la verdad. Es increíble.  

lunes, 21 de septiembre de 2020

Recuerdos

Te fuiste de casa un viernes diecinueve de enero de dos mil dieciocho, exactamente seis años, seis meses y diecinueve días después de conocerte. Desde entonces no hemos intercambiado palabra, pero sigo acordándome de tí. 

No te quiero, por supuesto que no te quiero, dejé de quererte muchos meses antes de que escapases por la puerta de atrás, es tan evidente que me avergüenza tener que aclararlo. Pero salimos de la adolescencia juntos, experimentamos esa rarísima transmutación de ser estudiantes con beca y cervezas de fin de semana a pasar a ser adultos funcionales con trabajo, piso y oposiciones, te sujeté y te levanté y te salvé de la locura, todo eso lo hicimos juntos, y eso no se olvida fácilmente. 

Así, esta noche fresca de finales de septiembre, sentada en la terraza de mi nuevo piso, de mi nueva vida y de mi nueva yo, con un libro entre las manos y mirando de reojo al amor de mi vida, paladeo esta amarga y absurda culpa por no haberme olvidado absolutamente de tí; esta culpa irreal, como si pudiese entrar en el registro de mi memoria y eliminar todo rastro de tu existencia. A veces lo deseo con fuerza. 

No puedo dejar de recordarte porque me tropiezo con las cicatrices que me dejaste todos los días. Es curioso, cómo las abuelas identifican sus heridas con arreglo al tipo de dolor que les evocan: "me duele la rodilla de la artrosis, debe ser que va a llover" o "me escuece la cicatriz de la vesícula, eso es que viene ya el otoño". Pues de igual manera te siento algunos domingos por la tarde. Pienso en tí cada vez que lloro, cada vez que la imagen que me escupe el espejo está al revés y deformada, cada vez que recuerdo aquellos meses oscuros en los que no salía de casa para nada que no fuese trabajar, cada vez que mi mente me juega malas pasadas, cada vez que estoy de mal humor (con o sin razón, me viene a la cabeza cuando me hacías la luz de gas)... Y, curiosamente, cada vez que leo un libro. 

Sí, cada vez que leo un libro o escribo poesía (o cualquier cosa). Me dejaste un legado muy dispar y muy doloroso. Al principio, escribir poemas e ir a los certámenes a leer era casi un acto subversivo, un corte de mangas a distancia destinado especialmente para ti. Recitar frente a aquellos micrófonos con olor a cerveza era un placer maravilloso potenciado aún más por la sensación de saberme haciendo algo que tú habrías odiado porque nunca supiste hacer. Con el paso de los meses dejé de necesitarlo, pero conservo aún la rabia latente de sentir que mi corte de mangas nunca te llegó, que nunca me escuchaste. Hoy, me queda sólo el dolor mínimo pero continuo, cada vez que paso una página, de volver a un terreno común. De estar haciendo algo que hacía contigo. Se me arruga la nariz al pensarlo y me da casi repugnancia. Podría sentir esta misma sensación cada vez que tomo café o que duermo una siesta (cosas que también compartíamos), pero no es así porque tal y como una vez te describió mi madre: "ese muchacho sólo sabía hacer una cosa en la vida: leer". 

sábado, 28 de marzo de 2020

Alguien decía en Twitter que en estos tiempos es imposible escribir, porque para escribir la vida debe estar entera. Elaboro sin dirección, deslavazada, sin memoria ni atención, pero algo hay que hacer para destaponarnos el alma. Vamos, al menos, a intentarlo. 



En este parámo inmenso y seco,
entre las dunas de arena y las lomas desiertas,
entre túmulos y tumbas deshabitadas y cruces rotas de madera,
en las tierras salvajes de no se qué país y en no se qué año después del apocalipsis
no encontraremos consuelo ni refugio.

Cuando tengamos las manos frías y se llenen los cuerpos de calambres;
cuando caigamos en el barro,
y el barro no sea barro sino arenas movedizas,
y no podamos salir,
y a pesar de mantener los ojos en el horizonte nos sigamos hundiendo,
seguiremos estando solos, no quedará nadie.

Ahora que el universo entero se ha convertido en un erial,
ahora que tienen sentido todos los cataclismos,
que los pesimistas vemos hechos realidad nuestros sueños más inquietos,
ahora que todos los profetas del fin del mundo tenían razón,
y que todos los locos son, de repente, visionarios...

Ahora que la música se ha parado,
que la pirámide ha quedado reducida a una raspa de pescado quebradiza,
que no tenemos WiFi, ni agua limpia,
que ha llegado el temido desabastecimiento a los supermercados...
Ahora que no quedan poetas para hablarnos de la esperanza,
ni músicos que transmitan gratis sus conciertos por internet,
ahora que los museos ya no hacen visitas online
ni podemos escuchar las noticias, porque no queda nadie,

ahora que parecemos abocados a una extinción sin remedio,
sólo nos queda cerrar fuerte los ojos y esperar despertar de esta pesadilla.

lunes, 17 de febrero de 2020

Poemas del último año

Por algún extraño motivo, los poemas que he escrito en los últimos meses han ido a parar a una nota de Google Keep. No puedo remediarlo, soy incapaz de mantener un cuaderno en físico para nada que no sea dibujar. Espero que me perdonéis y aquí tenéis una recopilación de los últimos; algunos, leídos en Slams de poesía con no poco éxito. Aquí los dejo, como un boceto o un borrador algunos de ellos, otros como ideas. Pero si no están en el blog, aunque no estén terminados, es como si no estuviesen en su sitio. 

TU VIDA ES TUYA

Esta mañana me he dejado olvidadas
Colgadas en la percha del vestuario del trabajo,
Entre mi uniforme y mi adolescencia,
Las ganas de vivir.
En este frenesí de ocho a tres,
Dicho así, seguido y sin parar y sin separar los labios,
En este frenesí de ocho a tres
Me he olvidado de mirar las nubes,
De tragar el café
Y lo conservo, lo bailo en la boca hasta al menos las doce de la mañana,
Me he olvidado de peinarme,
De mirarme al espejo, de rezar
Me he olvidado de tocarme donde duele.
En esta semana interminable, de emergencia climática, de sentencias judiciales, de feminicidios,
En esta semana insensibilizada e insensible
Me he olvidado de pasar la escoba por el salón y de barrer las manecillas del reloj
Que se cayeron
No sé ya ni cuando.
En este año de frenesí de ocho a tres,
Apenas he pisado la playa, he viajado poco y he bebido menos vino de la cuenta.
Me he olvidado
De gritar, de pedir tregua,
De bajarme de esta cinta transportadora que me arrastra,
De la casa al trabajo
Y del trabajo a casa.

Yo he olvidado para qué servía todo esto,
Cómo se utilizaban los músculos de la cara,
Y ahora estudio, qué ironía, para volver a aprender que la vida, que el futuro, no era esto.
Yo, que he olvidado muchas cosas,
Pero sí que he recordado rebuscar el sentido de la vida entre mis libros y mis méritos, y en lugar de eso he hallado un corazón repleto de migajas, y he escuchando diez mil veces a gata cattana decir que la gloria sería morir a los setenta en una islita griega,

Si yo me he convertido en un manojo de amnesia, guerrera perfecta del capitalismo, útil, sumisa, guardiana del black friday, de los balances, de las agendas de míster wonderful, de las rebajas, de meditar, del yoga y de llorar los domingos por la tarde,
Si yo he podido hacer todo eso,
Tú, no olvides,
Que la vida no tienes que ganártela,
Que tu vida, ya es tuya.


JAÉN, PARAÍSO EXTRATERRESTRE

Jaén, levántate brava, sobre tus piedras lunares
No vayas a ser esclava
con todos tus olivares.
Jaén, levántate brava, entre las hileras de olivos,
que me duele tu paro y tu hastío como si fueran míos.
Jaén, limpia las piedras de tus catedrales
y limpia las calles de polvo, Jaén
Jaén, dale la vuelta a la frente arrugada, relaja los hombros
que se te pasa la vida por delante, se te van los jóvenes, se te va el tiempo por los desagües, Jaén.
Jaén, que te desangras por esa arteria abierta que es la vía vacía del tranvía,
Que te pierdes en veredas entre pueblos que aún viven en sepia,
Que te olvidas de esos hombres de manos callosas que aún van a la iglesia montados en un burro,
Cómo sería, Jaén, que en cada uno de tus castillos hubiera cada viernes una fiesta,
que tuviésemos turistas,
industria,
que tuviésemos trabajo.
Cómo sería, Jaén, que una milagrosa lluvia de interés y de dinero nos devolviese la sonrisa, la vida y el futuro.
Cómo sería poder volver a tus brazos 
sin sentir esta pena tan inmensa. 
 

MOLINO ALTO NÚMERO TREINTA Y OCHO


Nací y crecí en una casa muy antigua
Un molino, datado según reza la placa en la fachada, en el año 1513.
Corrió de mano en mano, hasta llegar casi por accidente, a las manos temblorosas de mi madre. Aquella casa larga y antigua y con demasiadas historias que contar.
Aquella casa umbría como el cieno, con olor a humedad, la fresca huésped verdosa que nunca pudimos echar de una vez por todas.
Ruidosa, crujiente en invierno, árida en verano,casa rodeada de limones y naranjos, poblada de gatos y ratones,
Casa oscura como boca del lobo, con aquella teja que hacía las veces de lámpara escalera abajo.
Casa con vida propia, sonora en invierno, postigos retumbantes e inclementes sin pensar en los niños asustados que éramos ;como aquella noche en que, solos, fuimos a atacar a un misterioso fantasma melodioso, armados con un taburete y la flauta dulce del colegio, y al final resultó que sólo era nuestra gata.
Casa de paredes de a metro y medio, inamovibles, paredes que no dejan pasar el calor en verano, ni dejan salir el frío en invierno. Casa tiritante desde septiembre hasta mayo.
Casa severa, imponente. Las piedras de molino rotas y esparcidas por el patio, como los dientes de un gigante dormido y enterrado en la arena. Dientes manchados de los higos que caen cada verano al ritmo del sonar de las chicharras.
Casa de ventanas diminutas. Casa de hambre. Casa de muebles de madera oscura, de mesas tan pesadas, de puertas que siempre hacen ruido a la hora más intempestiva, casa... Casa de barrotes con ventanas, ventanas como orificios roídos en los muros, como huesos que conforman una jaula poblada de bestias. Casa sin pestillos en las puertas, para así nunca jamás poder dormir tranquilos.
Después de tantos años vuelvo a esta perra casa, y no encuentro más que carcasas vacías
En aquella caja de latón de caramelos, no hay más que envoltorios brillantes y acusadores, y entre mis libros encuentro planchadas las flores del patio.
Las hormigas se han llevado el piano de la entrada, y aquellos sillones de terciopelo verde ya no valen para nada.
A la guitarra se la comió la podredumbre
Y en la chimenea hace quince años que nadie asa ni un puñado de castañas.
Y, escurriéndose por el gotelé abajo, la mano de hierro, la calma sumisa, el silencio estratégico, la tensa calma.
Y entre todos los armarios, debajo de todas las paredes he rascado y rebuscado y no consigo encontrar el nido de las cucarachas... El agujero de donde mana esta pena infinita y cierta. Esta pena contradictoria, este añorar lo que nunca se tuvo, este esperar aún que llegue lo que nunca se supo. Este síndrome de Estocolmo revertido, esta foto vieja en negativo. Esta pena en color sepia.


ODA A MIS CARNES INESTABLES - SEGUNDA PARTE

Camino por la calle y siento como a cada paso
mis coronarias se atascan
con los errores del pasado,
cómo mis intestinos se dilatan, y me ensancho
soy dolorosamente consciente del espacio que ocupo
y camino por la calle y casi escucho
el estampar de mis pies contra el suelo, y tengo miedo
de que algún vecino me denuncie por provocar desprendimientos en su casa
cuando subo la escalera. [...]


PLAN DE ATENCIÓN INTEGRAL AL MÉDICO ENFERMO

El colegio de Médicos de Málaga ofrece un servicio gratuito e integral de atención al médico enfermo.
Me sorprende cómo somos capaces de simplificar un fenómeno tan complejo.
Cómo atenderme a mí cuando aparezco enfundada en mi bata blanca, que a las cuatro de la madrugada pesa tanto que me dobla el cuello hacia delante, en la habitación cuatrocientos veintiseis, a certificar una muerte.
Como esa sensación de estar tan fuera de sitio
como un pulpo en un garaje
como una cría de veintiséis años tomándole el pulso a un cadáver
Cuántos talleres hacen falta para aprender a comunicarle a Miguel Ángel,
que tiene veintiséis años, como yo, y me habla de usted,
que dentro de cinco años estará en silla de ruedas... [...]


miércoles, 12 de febrero de 2020

(Inciso)

Estoy escribiendo esto aún en pijama, con el corazón latiéndome rápido en el pecho y casi hiperventilando. Acabo de tener mi primer escarceo con la parálisis del sueño, y las acciones que he hecho después de salir de la cama casi corriendo han sido, por este orden: lavarme la cara, tomarme una tila y abrir el ordenador para empezar a escribir esto. Seguramente lo retoque o quizás no llegue a nada, pero es cierto que hace días que estoy teniendo unas pesadillas muy cinematográficas, y ésta desde luego se lleva la palma. Lo que sigue es cien por cien real, absolutamente, no hay nada exagerado ni añadido, no he usado metáforas. Lo prometo. 


Miércoles de mediados de febrero en Málaga.

El engranaje inexorable del hospital sólo me ha permitido dormir dos horas y cincuenta minutos esta noche. Como siempre, es un sueño extremadamente pesado aunque muy superficial. Cuando termina mi jornada de guardia, tras dieciséis o dieciocho horas seguidas de ver pacientes, casi siempre sobre las cuatro de la madrugada, caigo en el catre del dormitorio de guardia como un peso muerto, y a veces me duermo con la luz encendida o con el busca en la mano. Sin embargo, siempre tengo la sensación de tener un ojo medio abierto, y cuando suena la alarma un puñado irrisorio de horas después, tengo la impresión de haber cerrado los ojos apenas medio segundo. Siempre me divierte mirar el deprimente número que mi pulsera cuentapasos asigna como "nota" a mi sueño de esa noche; suele ser un suspenso absoluto, pero hay una frase en letra pequeña que dice algo así como "Duermes mejor que el cinco por ciento de usuarios". No es consuelo lo que encuentro, sino un sentimiento de pertenencia: ¡insomnes del mundo, unidos por la Huawei MiBand 3!

Esta mañana me desperté de manera especialmente penosa, a las siete y media, con dolor en todo el cuello y la espalda y una sensación de estar moviéndome a cámara lenta que siempre me resulta extremadamente desagradable. La mañana no iba a ser larga: café, relevo, entregar el busca, otro café, y a casa.

Son las diez de la mañana. Salgo del hospital y sólo puedo pensar en mis sábanas. En un bocadillo o un simple vaso de agua fría, y en dormir hasta por lo menos las seis de la tarde. Me huele la ropa a sudor, a muerte, a humo, a lejía, me huele a cansancio y a destrozo. Me duelen los pies y la cintura. Me duele el cuello. No puedo pensar bien.

Consigo llegar a casa, tardo lo que se me antojan cuarenta minutos en subir dos tramos de escaleras, y el pequeño piso que comparto con mi novio me recibe en semipenumbra. Huele a ropa limpia y a leche con Nesquick en el aire. En realidad, en el piso vivimos cuatro seres: los dos pequeños peludos que tenemos como mascotas me reciben alegres; la coneja, mordisqueando su jaula para hacer ruido y mirándome insistente, y la cobaya con su característico cuicui que inunda el aire en segundo plano. Consigo construir ese prometido bocadillo, que me sabe a ambrosía y a maná, que me cae en el estómago como el jugo de la misma cornucopia, a pesar de que no es más que un poco de pan tostado. Mientras me preparo para meterme en la cama pienso en las pesadillas tan vívidas y tan horriblemente cinematográficas que he estado teniendo esta última semana; algunas las he olvidado, pero rezo porque no se repita la última, en la que me pasé toda la noche sumida en una especie de crucero del terror en medio del océano, en el que la gente moría misteriosamente, los niños caían por la borda, la comida se transformaba en ratas y la noche y el día se sucedían rápidamente en un sinfín de tormentas eléctricas y rayos. Me convenzo a mí misma de que hoy dormiré sin sueños.

Me arrastro literalmente hasta la cama, y me doblo bajo el edredón nórdico. Se me antoja que mis piernas son de mimbre y mis brazos son palillos de madera, frágiles y quebradizos, como si pudiese plegarlos y meterlos debajo de la almohada para quitármelos de en medio. Sin embargo la cabeza... la cabeza es otro asunto. La cabeza me pesa por lo menos cien kilos, y la almohada viscoelástica la devora y la envuelve con cariño. En un momento dado olvido dónde tengo los brazos. Me giro hacia un lado, la cabeza empieza a levitar por sí sola, la cintura retorcida en una posición cómoda, y empiezan a llegar esos familiares pensamientos absurdos que conozco y que siempre preceden al sueño. Me resultan hasta divertidos, porque los recibo en duermevela y los acepto, reflexiono sobre ellos, aunque comprendo su absurdo. A veces me vienen a la mente imágenes de animales absurdos, como elefantes con orejas de perro, o ratoncillos de colores fluorescentes, o erizos que en vez de tener espinas tuviesen pelo rizado. Otras veces me imagino sentada en un sillón haciéndome preguntas absurdas y evocando la respuesta en una especie de holograma frente a mi, como ¿qué ocurriría si a la gente calva le creciese césped en la cabeza cuando llueve?, o ¿y si, igual que toser en alto es algo normal y aceptado, fuese igual de normal y aceptado tirarse pedos en público?

Esos pensamientos dan paso suavemente a un sueño primero plácido y luego cada vez más inquieto. Hay ruido en la calle, así que no es demasiado profundo. Sin embargo, como no podía ser de otra manera, vuelvo a soñar.

Estoy caminando por la calle, paseando por la acera de una bonita calle junto al mar. El asfalto adoquinado está despejado. A mi derecha se yergue un edificio de grandes dimensiones, de piedra amarillenta, que proyecta una sombra oblicua; es una iglesia o quizás una catedral. La calle describe un giro hacia la izquierda, cuesta abajo, y al final de la cuesta se adivina el brillo iridescente del mar. Se me ocurre que quizás estemos en algún pueblo italiano, en alguna ciudad de Sicilia o de la costa griega. Aunque apenas hay gente en la calle y no hay demasiado ruido en el aire... quizás, después de todo, no estemos en Italia.

Ante mí, a unos cinco o diez metros, una mujer de altura sobrehumana mira hacia la base del muro que sustenta el porche de la iglesia. Es una anciana de al menos dos metros y medio de altura, extremadamente delgada y pálida. Tiene la cara vuelta hacia el edificio, pero la veo de medio perfil: enormes arrugas le cruzan las mejillas y sobre los ángulos de las mandíbulas se le acumulan bolsas de piel de color cetrino. Los labios son pequeños y muy apretados en el centro de la cara. La nariz muy fina, casi como una fisura o un quiebro, punzante y desigual como una rama rota. No le veo los ojos. Le caen finas hebras de pelo blanco amarillento por los hombros y la espalda. Lleva un vestido rojo oscuro de tirantes gruesos, rasgado en su parte inferior, que revela unos hombros huesudos como ramas y unos brazos desproporcionadamente largos. Las manos son extrañas, blancas y nudosas, pero parecen tener más dedos de la cuenta. No podría decirlo. Los muslos y rodillas que se adivinan bajo las faldas son apenas unos alambres quebradizos. Pareciera estar hecha de arena, y poder romperse con un chasquido de dedos.

Vuelve la cara hacia mi y me observa con una expresión severa y de enfado. Abre la boca en una mueca torcida, y emite un par de gritos en un lenguaje que no entiendo, quizás sea alemán. Yo estoy parada, congelada por el terror de aquel ser tan poco correspondiente, tan distónico, y salgo de mi letargo para correr hacia un lateral de la calle. La mujer gira el cuello para seguirme con la vista y emite otro grito, otra exclamación en alemán, alza los brazos y dirige la cara hacia la iglesia. Frente a ella, en la base del muro, veo una gran oquedad en la piedra cruzada de gruesos barrotes de hierro negro. Una ventilación de algún sótano, o quizás un desagüe, o un ventanuco de alguna mazmorra o almacén. La mujer recorre rápidamente con la vista la iglesia de arriba a abajo, lanza otro grito y se arroja de cabeza hacia las barras. No puedo mirar: me cubro los ojos con las manos y le doy la espalda a la escena. Aún así, la veo perfectamente a través de mis manos. La cabeza impacta directamente contra uno de los barrotes y provoca un ruido sordo y seco de hueso fracturado. Comienza a sangrar. La mujer cae al suelo como una muñeca pequeña, amontonados sus brazos y piernas como los de una marioneta abandonada en un rincón.

Me acerco despacio atravesando la calle desierta, y cuando voy a poner el pie en la acera a unos metros de la mujer, comienza a moverse. Parece que se recompone, como si una mano invisible volviese a montar una muñeca deshecha. Sus codos y rodillas giran en ángulos anormales y crujen hasta que tiene de nuevo una forma parecida a la humana. Se vuelve hacia mí. En uno de esos rápidos viajes inexplicables de los sueños, estamos ahora unos cien metros más arriba de la misma calle, y la mujer se está encaramando a un árbol bajo. Yugulo rápidamente el impulso de ir a ayudarla, de disuadirla de esa pirueta que no comprendo, por la mirada de soslayo que me lanza y que de nuevo me paraliza de miedo. La mujer se agarra con los brazos entrelazados de una rama baja, y comienza a escalar apoyando los pies en el tronco. El vestido rojo le cae y le roza con el suelo tras ella, lo arrastra y se rasga. Cuando ya está completamente colgada del árbol como un mono, suelta los brazos de forma brusca con una sonrisa socarrona en la boca, y cae al suelo cabeza abajo, aún colgada del árbol por sus piernas que hacen un extraño nudo en la rama. El peso de su propio cuerpo vence la fuerza de sus piernas esqueléticas que se sueltan del árbol. Su cabeza impacta lo primero contra la acera, y su cuello largo y nudoso se quiebra en un ángulo imposible, con un ruido de chasquido. Queda mirándome de frente, con el cuello doblado en un ángulo escalofriante y una sonrisa espasmódica en los labios. Tiene los ojos muy claros, o quizás sean cataratas. Le caen los brazos y las piernas desordenadas alrededor del cuerpo. Está muerta, y yo me voy de ese extraño pueblo italiano.

Estoy de vuelta en mi cama, acostada sobre mi lado derecho, mirando la pared del dormitorio. Las manos entrelazadas frente a mi. Lo primero que pienso es que no es mi cama, que estoy mirando una foto de mi cama, que estoy dentro de un croma de mi propia cama. Las manos me hormiguean. Las muevo. No me obedecen. ¿Quizás las he movido? Creo que no. Se me están durmiendo los dedos de las manos. Tengo los ojos abiertos, creo. Me siento el corazón golpeando en el pecho, no demasiado rápido pero sí especialmente intenso. No me importa demasiado esta nueva situación según la cual parece ser que no puedo moverme, sino que acabo de presenciar la muerte de una especie de mujer árbol alemana en un idílico pueblo. Quiero gritar: ordeno a la voz que salga de la garganta, enciendo el fuego para que el gorgoteo empiece a hervir y suba hasta mi boca, pero no sale nada. La orden no llega. No grito. No emito ningún sonido. No puedo girarme en la cama. Sigo queriendo gritar; no quiero volver a ese sueño y encontrarme cara a cara con la mujer árbol y su cuello quebrado, y quizás un destacamento de policías italianos en pantalón corto tomando notas en sus cuadernos y recogiendo pruebas de la escena del crimen. Quiero despertar, salir de la cama, correr fuera de la cama. Quiero sentarme sobre el suelo frío y escapar del maldito colchón viscoelástico, que ahora me parece casi un lecho de arenas movedizas. Sigo sin poder gritar: me escucho en la cabeza y en la garganta, pero no grito. Las manos aún no se mueven.

Pienso que quizás sigo dentro del sueño. ¿Y si aún estoy soñando, pero no puedo moverme? Pienso que quizás podré encontrar la paz con este nuevo ataúd en que parece haberse convertido mi cama si me dejo caer de nuevo en los brazos de Morfeo... O quizás estoy tan cansada que necesito dormir, dormir de verdad, dormir sin sueños. En cualquier caso, relajo la cabeza y todo se funde a negro. El croma se apaga. La foto se quema. Apagan las luces, y me voy. Mi almohada se abre como una trampilla a un pozo sin fondo, desaparece en un vórtice negro, y mi cuerpo se vuelve de repente liviano y me escurro dentro del pozo. Por suerte, mi equilibrio, mi cerebelo o quizás simplemente mi instinto de supervivencia, interpretan ese pozo como un pozo de verdad y, para protegerme de una infeliz caída que me llevaría sin duda hacia la muerte, consiguen finalmente despertarme.


Me siento en la cama rápidamente, como un resorte. Ahora sí, estoy fuera del croma: mi cama es mi cama, mis sábanas, el ruido de la calle, el frío del suelo en los pies. Salgo casi corriendo de la cama y la observo desde el quicio de la puerta, algo desordenadas las sábanas pero nada más, aparentemente pacífica, ajena al terror que acaba de albergar. En este momento sólo pienso en que nunca jamás quiero volver a dormir. Nunca, nunca, nunca jamás quiero volver a dormir.

sábado, 8 de febrero de 2020

2 - delirios

Los delirios auténticos son aquellos en lo que aquel que delira consigue convencer al que tiene enfrente de que sí, efectivamente, hay un alienígena en la habitación parado justo en el quicio de la puerta, con cuernos azules y una larga lengua morada, y que esa arruga de la chaqueta en su hombro es en realidad un duendecillo, y que ese pitido rítmico que ambos podéis escuchar es el lenguaje secreto del duendecillo diciéndole al delirante que queme el edificio hasta los cimientos. 

Pero, ¿son delirios cuando la historia está perfectamente organizada y sustentada sobre sólidos cimientos, cuando no tiene fisuras, cuando la probabilidad de que el duendecillo esté sentado en el hombro es realmente del ochenta y cinco por ciento? ¿Son delirios? ¿Es pensamiento catastrófico? Evidentemente que lo es, pero bien organizado. 

No es especialmente difícil empezar a desmontar el delirio del duendecillo. Resulta una maniobra muy visual: basta con coger la mano del delirante y ponerla en su hombro, y podrá palpar aire y nada más que aire. Las primeras cuarenta y siete veces dirá que el duendecillo se ha resbalado, que estaba ahí hace un momento, o incluso creerá que realmente es incorpóreo. Pero al final el delirio se fisurará y terminará quebrando. 
Ahora, imaginad que el delirante se lleva la mano al hombro y ¡puf!, ahí está el duendecillo. Le toca una pata, otra pata, y llega a meterle un dedo en la nariz. Y en ese momento el duendecillo desaparece. Las siguientes veces que lo busque lo hará convencido y ansioso, y tras quince intentos frustrados, empezará a desistir; sin embargo, al décimosexto intento volverá a palpar los dedos de las manos del duendecillo y la hoguera del delirio se avivará de nuevo. Y así hasta el infinito. 

Quizás todo lo que acabo de ordenar tan educadamente no sea más que una maniobra muy bien organizada para justificar mis delirios. Quizás sea, ¿cómo lo llaman?, tirar el dardo y pintar la diana. Seleccionar, de los miles de millones de conchas de la playa, las tres que son rojas e iridescentes y colocarlas en un museo, y organizar a su alrededor una exposición y una muestra cultural sobre cómo las conchas rojas son características de nuestra playa en cuestión. En resumen, tergiversar, magnificar, distorsionar. 
Ahora, imaginemos que las conchas rojas son venenosas. ¿No montaríamos un operativo de protección civil alrededor de esas conchas? ¿No intentaríamos encontrarlas y aislarlas del resto para evitar daños? Finalmente, hablamos de lo mismo: de prioridades. De a qué otorgamos o dejamos de otorgar importancia. De qué lugar de la escala asignamos a cada elemento. 



O quizás simplemente hoy estoy siendo incapaz de asumir la incertidumbre. Quizás hoy estoy siendo muy, muy, profundamente incapaz de comprender que me han diagnosticado una enfermedad crónica de la que no se conoce la causa ni una cura efectiva; y, aunque es probable que pueda llevar una vida normal, y es extremadamente poco probable que me vaya a morir de esto, también hay un pequeño margen de que no sea todo como en los sueños húmedos del jodido míster Wonderful, y que todo termine muy mal. O peor, que no termine, que se eternice y nunca acabe y me esperen años de espera y sufrimiento como brasa a medio quemar. Quizás hoy estoy siendo incapaz de hacer nada que no se agarrarme a esos números rojos porque, joder, tengo muchos defectos: no sé aparcar el coche, me pongo de mal humor cuando tengo hambre, odio fregar los platos y soy muy pesimista. Es lo que hay. Venía en el paquete. 

Hoy he intentado decapar de pintura una miniatura de plástico en la que estaba trabajando, y al sumergirla en acetona he estropeado algunos detalles, entre ellos los detalles más finos de la cara. Y me ha parecido una metáfora odiosa de cómo me siento: como si me estuviese disolviendo. Como nadando en una piscina infinita de alquitrán caliente. 

martes, 4 de febrero de 2020

1

Desde que todo empezó el 13 de diciembre llevo dándole vueltas a esto. He pasado por un auténtico carrusel emocional que me ha resultado profundamente agotador, aunque es evidente que he aprendido mucho, muchísimo, sobre mí y sobre la condición humana, sobre la enfermedad, sobre la juventud, sobre los límites del dolor, sobre la muerte.

Sin embargo hay una pregunta que hoy, día 4 de febrero, no soy capaz de contestar. Tengo veintisiete años, y un recorrido vital a mis espaldas que daría para estar hablando varios días sin parar. En alguna ocasión he intentado hacer uno de esos posts en redes sociales en los que la gente recopila sus logros o su evolución en los últimos diez años, y lo he tenido que dejar por no ser capaz de terminarlo, por lo extenso que me quedaba siempre. Nunca he sido capaz de seleccionar los acontecimientos más importantes, porque tengo la sensación de haber vivido desde que nací bajo un foco constante - no recuerdo haberme aburrido nunca. Ni para bien, ni para mal. Siempre he sido una niña estudiosa, pero una de las cosas que peor he hecho ha sido resumir; cuando estudiaba, me aprendía cada palabra, cada punto y cada coma, y sólo era capaz de hacer esquemas cuando todo el texto estaba en mi cabeza, letra por letra. No olvidaba nada. No olvido nada.

Así, la pregunta que sigo siendo incapaz de contestar es: ¿qué quiero contar? ¿cuál es mi dramatis personae? ¿cuál es mi motivo de consulta? Creo que va a ser una pregunta complicada, aunque sí tengo claro que no quiero escribir unas memorias, y no sé hasta qué punto es buena idea escribir una especie de diario en un blog que tiene casi setenta mil visitas. Pero allá vamos.

Esta es mi historia.

domingo, 2 de febrero de 2020

¡Estamos de vuelta!

En estos seis meses me ha cambiado la vida. Cuando uno se pregunta por dónde empezar a contar una historia, la respuesta que primero viene a la cabeza es "desde el principio", aunque esa no siempre tiene por qué ser la respuesta correcta.

jueves, 20 de junio de 2019

"Con sutura" - el vídeo cómico de los residentes de Urología del HUCA

Me voy a permitir hacer una pequeña reflexión sobre el vídeo cómico que han hecho unos residentes del Hospital Universitario Central de Asturias, que desde hace unos días está causando revuelvo en la comunidad médica.

El vídeo en cuestión es este:


https://www.youtube.com/watch?v=MLy6zQ5Vv2Q


Se trata de una versión humorística de una canción actual, que ha suscitado denuncia por parte de la Asociación de Usuarios de la Sanidad Pública del Principado de Asturias (ASENCRO). No he encontrado como tal una página web oficial, pero en su página de Facebook se puede hacer una una idea muy aproximada de lo que son.


Vaya por delante que a mí el vídeo me parece feo y con poca gracia. Y que mi opinión es mía y de nadie más. Dicho esto, ahí voy:


1. EL VÍDEO (Inserte aquí risa malévola, música de drama, niños llorando y explosiones).

En el vídeo, no aparece por supuesto ningún paciente. Tampoco se ve con claridad que se esté haciendo un mal uso de las instalaciones del centro (todo depende de qué entendamos por mal uso, pero no parece que hayan dañado ni estropeado ninguna instalación), ni del material (llevan sus uniformes, y es cierto que emplean sábanas, gorros y mascarillas, que es material desechable/reutilizable que está en los pasillos a disposición de cualquiera).

El lenguaje del vídeo es coloquial, es argot NORMAL Y CORRIENTE. Las frases que quizás llamen más la atención sean, por orden de aparición en el vídeo: "nunca había sondado ninguna churra", "es para las viejas que se mean", "este tio va pa la sepultura" y "en urgencias no palpamos huevos".

De hecho, citando textualmente el comunicado, "dejarles claro que minga, huevos y resto de lindezas no se usan dentro del espacio público que es el HUCA". Novedad: ahora las normas de uso del lenguaje dentro del hospital también las dictan los pacientes.


2. LA ASOCIACIÓN (inserte aquí a Maud Flanders diciendo: "¿¿es que nadie piensa nunca en los niños??")
https://es.wikipedia.org/wiki/Susana_P%C3%A9rez-Alonso

ASENCRO es una asociación sin subvenciones de ningún tipo, que ejerce su labor sin retribución económica y realiza labores voluntarias, así como cede aparatos médicos y otros bienes a la sanidad asturiana. Es algo así como un defensor del paciente, pero sin ánimo de lucro, por resumir.

Como no he encontrado un sitio web, sino sólo una página de Facebook, no puedo remitirme a sus estatutos. Su frase introductoria es "SANIDAD PUBLICA: TU LA PAGAS, TU LA USAS, DEFIENDE TUS DERECHOS... PAGINA EN DEFENSA DE LA SANIDAD PUBLICA Y DE LOS DERECHOS DE LOS USUARIOS Y ENFERMOS".

(Algún día podríamos hablar de los DEBERES de los enfermos, ¿no?)


Lo dicho, como no puedo dar datos oficiales, he buscado algunas de las últimas actuaciones mediáticas de ASENCRO. Para muestra, un botón:

[Recuerdan] al Sindicato Médico que «nosotros, los ciudadanos, les pagamos sus sueldos, peonadas, complementos y guardias». Y añade: «Hablar de sueldos dignos comparándolos con los de la ciudadanía en este momento, hablar casi de esclavitud, nos parece, como mínimo, fuera de lugar».

(El contexto: una protesta de ASENCRO por una huelga médica convocada en Asturias en 2012. Ya no sólo no tenemos derecho a reírnos, sino tampoco a hacer huelga). https://www.lne.es/…/asociacion-usuarios-pide-…/1333992.html


En su página de Facebook hay muchísimas publicaciones estos últimos días sobre el vídeo, muy variopintas. Muchas de ellas citan de forma muy romántica el juramento hipocrático. Yo personalmente, que me he formado especialmente en biotética, creo que ASENCRO necesita urgentemente formación especializada en dicha materia. El juramento hipocrático quedó desfasado allá por los años 70, cuando se inició la corriente "autonomista" del paciente. El citado juramento es extremadamente paternalista, casi tanto como la actitud de ASENCRO para con los médicos.

Hay una carta, titulada con toda precisión "Berridos", de la directora de ASENCRO, en la que se queja de la forma en que se llama a los pacientes en las salas de espera (a berridos).

" Es corrupción el mal desempeño de la función encomendada, pervirtiendo ese cometido en y soy el que manda y tu a mí no me puedes decir nada, o te mando al rincón… Se acentúa ese comportamiento moralmente corrupto cuando se trata de establecimientos sanitarios. Ahí, las personas no es que vean sus derechos pisoteados, que también, ahí habitualmente los cedemos de manera mansa por miedo. "
https://mas.lne.es/cartasdeloslectores/carta/30382/berridos.html

Como si los médicos fuésemos torturadores. A ver si esta señora no ha entrado a un hospital asturiano, sino a un sanatorio inglés del siglo 17. Querría decirle que yo, como médica, ojalá tuviese un sistema electrónico para llamar a los pacientes y mantener su anonimato. Que de hecho cuando estoy de guardia de noche y no hay mucha afluencia, suelo acercarme a los enfermos y preguntarles en voz baja, para no gritar su nombre. Esta mujer ha debido tener alguna experiencia horrenda con algún médico, y lo vierte sobre todos los demás. Cómo lo siento.

Una publicación reciente sobre el vídeo: "Ya han tenido suficiente castigo con un país entero conociendo lo sucedido". ¿Huelo culpabilidad? ¿Cubrirse las espaldas ante una posible demanda por injurias o calumnias por parte de la OMC? Porque si ellos pueden jugar a denunciar día sí y día también, nosotros también podemos. No quedaría títere con cabeza si nos ponemos a ello.


Me resumo: ¿idiotez supina? ¿falta de interés por informarse? ¿odio al médico, por motivos personales o desconocidos? ¿querulancia patológica? ¿o todo junto? Juzguen ustedes.


3. LA REFLEXIÓN

El vídeo, como he dicho, es tela de feo y tiene muy poca gracia.

Pero me parece extremadamente serio que vivamos en una sociedad tan mojigata e histérica, que no sea capaz de escuchar las palabras churra o huevo sin echarse las manos a la cabeza. Los propios pacientes vienen a urgencias diciendo que "les duele un huevo, les ha salido una cosa en la punta de la churra". Y lo de las viejas, ¿si dijésemos "las viejitas que se hacen pis", nos parecería menos mal? Por favor, que alguien me explique por qué este lenguaje es ofensivo y a quién falta al respecto exactamente. Según el comunicado de ASENCRO, el vídeo constituye un "escarnio" para los pacientes. Estaría bien que explicasen por qué, ya que estamos hablando de TÉRMINOS COLOQUIALES. En el propio comunicado se dice que "huevo no es una expresión médica aceptable"; quizás, estos chavales estaban intentando hacer una expresión INFORMAL, no estaban elaborando un vídeo divulgativo.

No me cabe en la cabeza que el "escarnio" resida en nada más que en el lenguaje porque, como ya he dicho, en el vídeo no aparecen pacientes ni se están empleando ni dañando espacios del hospital, y los materiales que se emplean son los uniformes de los residentes, unos gorros y mascarillas quirúrgicas y unas sábanas verdes de quirófano lavables. Por favor, que expliquen dónde está el escarnio y la falta de respeto.

Quizás el centro de toda mi reflexión sea el siguiente: los médicos somos algo más que médicos. Cuando nos vamos a nuestra casa, dejamos de serlo, y podemos fumar, estar gordas, tener depresión, nos puede gustar apalear gatos o hacer cuadros en óleo con mierda. Entiéndase la ironía. No nos pueden, y no lo conseguirán, no nos pueden pedir la perfección moral en todo momento. Estamos hablando de chavales que, desde que tienen 16 años, están estudiando hasta 14 y 16 horas diarias (mi caso), para luego entrar con 18 en una carrera EXTREMADAMENTE DURA, que tardan 6 años en terminar en el mejor de los casos. Entre los 18 y los 24, la mayoría de chavales están de fiesta, haciendo viajes, o estudiando su carrera que, por supuesto, con 21 o 22 han terminado. Nosotros, no. Nosotros terminamos y nos metemos en una oposición extremadamente dura (no por el ratio de opositor / plaza, sino porque el temario es LITERALMENTE INFINITO). Estamos un año más estudiando para esto (ya van por 7), y luego empezamos un periodo de especialización que es DURÍSIMO, y que dura 4 - 5 años, en el que tenemos mucha responsabilidad y una enorme cantidad de obligaciones más allá de ejercer una atención médica todo lo impecable que nuestra inexperiencia nos permite (cursos, congresos, talleres de formación, escribir artículos, puntuar para la bolsa, hacer guardias). El periodo de formación de un médico dura 10 años o más. Para abreviar: hemos dedicado nuestra vida al servicio del paciente, y hemos dedicado (aunque a veces me pregunto si no hemos desperdiciado) nuestra juventud para ayudar a las personas.

Nos vemos con 25 años a las 3 de la mañana en una puerta de urgencias con la vida de una persona en nuestras manos. No estamos preparados para ello. Nunca se está preparado para ello, aunque se pasen 40 años de profesión. Y los pacientes se nos mueren, y nos llevamos a casa las caras y los nombres, y la enfermedad, y la mirada que nos echaron, y a veces hasta se nos queda en la memoria el número de historia. Esto NADIE que no haya pasado por eso lo va a entender, y no lo pretendo. A lo que voy, es que o buscamos salidas cómicas, o nos relajamos, o NOS VOLVEMOS LOCOS. O salimos con compañeros y amigos médicos y hablamos de "la loca que ví el otro día en la Urgencia" o "no veas qué paciente más pesado tuve el otro día", o nos suicidaríamos todos. La carga emocional de esta profesión es, en ocasiones, insoportable.

No nos pueden pedir la perfección moral, ni tampoco nos pueden dictar nuestros valores morales. Sólo faltaría. Bastante tenemos con aguantar malas caras por parte de los pacientes, insultos, incluso agresiones físicas, comentarios TODOS LOS DÍAS del tipo "niña, chist, chist, niña, ¿el médico cuando viene?" o "tú haces lo que yo te diga, que tu sueldo lo pagan mis impuestos" (cosa que no es cierta, y además me sorprende: a los bomberos o a los policías no les pedimos esto, ni a los funcionarios de la administración. En fin).

Por supuesto, y muchos pensarán cuando me lean, que los médicos somos un colectivo privilegiado y estamos protegidos por el corporativismo. Ante lo primero, lo suscribo: somos un colectivo privilegiado desde el punto de vista de la SALUD. Yo estoy en mi casa con fiebre y vómitos, y conozco los signos de alarma, y sé que no tengo que ir a urgencias. Y se me pasa. Y me duele la cabeza, y sé qué tomarme, y se me pasa. No tengo que pasar por la incertidumbre, el miedo, ni largas horas en urgencias esperando que el médico me vea.

Sin embargo, mi sueldo base sobrepasa por poco los 1000 euros. Sí, han leído bien, con el 24 % de IRPF que pago, se queda en unos 900 y algo. Mi hora de trabajo se paga a unos 8 - 9 euros. A una amiga que viene a limpiar a mi casa le pago un poco más. Por supuesto que haciendo guardias se eleva, pero por supuesto aquí no voy a denunciar el absurdo y la barbarie de la guardia médica, porque este texto va destinado a aquellos que no son médicos, y cualquiera que no haya pasado por una guardia o por un saliente, no lo va a entender. Por tanto, resumiendo, quizás desde el punto de vista salarial no seamos tan privilegiados. Y cuando queráis hablamos de los horarios de trabajo, y de los salientes.

Y sobre el corporativismo, maravillosa suerte que lo tenemos. Quizás en ASENCRO no hayan tenido tiempo de leerse el código deontológico, pero en él figura que el acto médico es un CONTRATO DE MEDIOS, NO UN CONTRATO DE RESULTADOS. Esto quiere decir que yo me comprometo a poner en marcha todos los procedimientos tanto diagnósticos como terapéuticos que estén en mi mano, en su más alto nivel, para perseguir la curación o mejoría, pero NO PUEDO y NO DEBO comprometerme a los resultados. Por suerte, contamos con colegios médicos y una legislación que nos protege. Si se nos aplicase la misma ley que a un fontanero o a un carpintero, condenaríamos con la misma fiereza una inundación doméstica que una negligencia médica. Creo que el absurdo está claro.

La condena no puede jamás ser proporcional al daño causado, ya que por ello cualquier médico cuya actuación culposa derive en la muerte de un paciente, debería también ser condenado a muerte. Ya son las condenas por negligencia extremadamente duras, ¿no? ¿O queremos reinstaurar la ley del Talión, o la pena de muerte?

ASENCRO ha pedido a las administraciones sanitarias que "tomen medidas". No cargan contra los residentes directamente, aunque los atacan en todas sus intervenciones. Cobardía, quizás. En una publicación reciente en su página de Facebook dicen "no queremos que los despidan". ¿Entonces qué quieren, señores? ¿A qué tipo de medidas se refieren? Sean valientes, al menos, y ejerzan su caza de brujas tal y como pretenden, sin amenazas veladas ni paternalismo.

En fin, por concluir: mientras el "corporativismo salvaje" nos protege, y menos mal, porque nadie más nos protege en esta sociedad, sólo nosotros mismos; mientras el corporativismo salvaje nos protege de las soflamas de "ofendiditos" hay tiempo de escarniar, descabezar, injuriar e insultar a unos chavales que están ahí por vocación y que lo único que querían era dar un poco de humor a una profesión tan dura como esta.

A los resis, todo mi ánimo y apoyo.

Y a ASENCRO, y a la sociedad en general, a los pacientes, una advertencia: no mordáis la mano que os da las medicinas. Que somos vocacionales, no somos tontos. Que a este paso vais a conseguir aniquilar la vocación de los nuevos médicos en menos de seis meses, a base de convertir cada acto médico en una pelea y en un momento de peligro para el profesional. Nosotros podremos reaccionar haciendo medicina defensiva o teniendo un guardia de seguridad o una cámara de grabación en cada consulta, pero los que más vais a perder sois los pacientes. Vais a perder al médico que se acerca y os coge la mano porque tiene miedo de que le soltéis un bofetón, y al médico que os da un consejo con empatía y cariño, como si fuéseis su padre/abuelo, por miedo a que le deis la vuelta y le denunciéis. Y podría seguir.


Dejadnos en paz de una vez. Ya está bien. Ya vale.




EL COMUNICADO ÍNTEGRO: https://www.lne.es/…/viejas-mean-huevos-sonda…/2488815.html…

viernes, 19 de abril de 2019

Estertor

Con todo por hacer, me quedaré contigo
Por el último suspiro que exhalo, por cómo mis mejillas picadas sólo tienen sentido
cuando duermen en el cuenco de tu mano,
por el escalofrío.
Por el reflejo de succión,
por el reflejo de apretarte con mis muslos.
Por el estertor, por la flama,
Por todo lo que nos queda por hacer,
me quedaré contigo.

viernes, 5 de abril de 2019

Canto a mis carnes inestables (Poetry Slam Málaga 5/4/19)

Con este poema he quedado finalista en la Slam de abril. Me han aplaudido y hasta se ha levantado la gente. Creo que ya me puedo morir tranquila. 

La música de mi infancia fueron los gritos de los niños en el patio del colegio,
la nariz arrugada de mi madre ,
su barbilla altiva,
apuntándome como una flecha,
su mirada de decepción silenciosa.
Tengo marcada en los bajos de la espalda, la cicatriz
de la mano de aquel niño
que me sacaba del estrecho pasillo del autobús del colegio
a empujones,
a patadas.
Tengo grabada en la barbilla
la redondez de mi espalda,
y cómo me pasé cien mil noches
buscando el ángulo de mi propia mandíbula.
Y otras cien mil noches
buscando en los bolsillos de los vaqueros de la talla treinta y ocho, de mi amiga, la perfecta, a ver dónde estaba la gracia.

Las hojas del calendario
y los libros de secundaria
fueron cayendo y rebotando, haciendo eco
en este infinito estómago mío,
entre estas largas caderas fui guardando
el deseo,
los besos,
el frío,
las flores que se abrían a mi paso,
lo devoré todo.

Me entretuve cada noche
en ensayar esta sonrisa de escaparate
en ser la más agradable, la más risueña
sin quejas ni caras serias;
Porque ninguna de las montañas que escalé,
ninguno de los monstruos que vencí valdría para nada,
mientras mi IMC no estuviese en un rango "razonable", "saludable",
Aprendí a vivir pidiendo disculpas,
compensándoos por tener que contemplar
este cuerpo superlativo y desagradable.


Y a ti, que me dijiste que me amabas durante seis años, y una tarde de enero hiciste las maletas y te marchaste
diciéndome que ya no me querías
y que ya no me besabas
porque estaba más gorda.
Cuánto desprecio hace falta,
cuánta basura debías tener en el alma,
a tí, te digo,
que yo,
yo podré encorsetar estos muslos como troncos,
cerrar esta cintura planetaria,
podré ponerme dura, y sudar,
hacerme diminuta,
constreñirme,
comprimirme,
abreviarme.
pero tu misoginia,
tu gordofobia,
tu puta intolerancia,
eso no se puede sudar en un gimnasio.

Estoy cansada de escuchar
historias de superación,
transformaciones increíbles,
fotos del antes y del después,

Contemos, por una vez, historias de mujeres gordas que van a la luna,
que escriben libros,
que ganan nobeles.
Mujeres gordas que corren, que saltan, que juegan a baloncesto,
mujeres gordas que ríen, que besan, que follan, que aman,
mujeres gordas que son felices.
No es tan descabellado pensarlo, no es una locura tan enorme…
Porque esto, esto no es un error, no es algo roto que arreglar, no es una aberración ni una vergüenza, no es una enfermedad.
Esto no es más que un cuerpo,
un cuerpo y nada más,

nada más y nada menos, que un cuerpo.