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miércoles, 11 de mayo de 2022

Sobre las listas de Spotify que ahora te hacen llorar

Yo tenía un amigo que me enseñó el mundo

un amigo que tenía chispas en los ojos y un dolor tan profundo que siempre se le veía en la cara

que no podía con todo y al final se tuvo que largar, 

que se llevó mi maleta grande y todas mis ganas de escuchar música 

y mis ganas de bailar. 


Por esos pelos largos y esa voz cazallera cargué un micrófono barato durante meses

y soñé con que era alguien especial. 

Y me puse bajo un foco un par de veces y grité

lo poco que tenía, lo poco que sabía, lo poco que podía lo dejé

y me quedé sin nada. 


Quisimos ser grandes, o al menos ser felices 

bajo las mismas luces que otra gente más espacial. 

El bolso del concierto todavía huele a Victoria, 

la falda de aquella noche aún no la vuelto a utilizar. 


Nos daba la noche entre humo de tabaco, acordes y hojas sueltas, 

lo que hicimos con Creep nunca se quedó grabado, pero ojalá... 

Ojalá otra tarde de darle vueltas. 

Ojalá otra noche de cambiar cuerdas. 


Hicimos el cierre, dimos el último, dimos las gracias y pa' casa. 

Quién me iba a decir que aquel pasillo era el último, de verdad. 

Terminó la guerra, los pies en la tierra, 

y en esta piel como navaja de reyerta 

ya no queda espacio pa' llevarte a cuestas. 


Y ahora el micro coge polvo detrás de la puerta

junto a un shaker roto y una tracklist arrugá, 

y yo ya no digo que canto porque no es verdad. 

Ya no digo que canto, porque no es verdad. 


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