Los dos primeros años de carrera, me encantaban las estaciones de tren. El traqueteo, el movimiento de personas, las voces, los chirridos del tren. Las estaciones eran como la orilla de un río: frescas, cambiantes, maduras.
Ahora, cada vez me resultan más melancólicas. Antes, no tenía nada que perder, no dejaba nada atrás. Al menos, nada importante. Ahora, la estación es la despedida, el hasta luego. O el adiós. O significa el inicio de un periodo demasiado corto, el preludio de un adiós que llegará demasiado pronto.
Lo que más odio es llegar, estar de vuelta, y que nadie me espere. Es extraño, pero me siento terriblemente sola al llegar con mi parco equipaje y mi paso rápido, y ver como todos mis silenciosos compañeros de viaje se emparejan menos yo. A mí nadie me espera y, aunque parezca un gesto absurdo, no lo es. No lo es.
En cualquier caso, nevermind. Este año será duro, pero ánimo.
Pero cuanto más te alejas de la estación, más te acercas a las cosas buenas :D
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