Como una carretera mal construida, te inclinas,
seis carriles de ida y sólo uno de vuelta.
Como un alfarero un poco torpe, padre poco orgulloso
de un ánfora asimétrica que gotea por la base.
Como una guitarra con una cuerda rota,
cogiendo polvo en un rincón, la olvidas.
Como un niño encerrado en pandemia
en su jaula de cristal, con los parques precintados
sin entender por qué el mundo arde.
Y parece que nadie le explica, porque no sabe.
Nunca prioritario. Olvidable.
Opcional.
Imprescindible.
Para tratar de quitarte esa pátina de muerte
y de olor a ropa sucia y a polvo ignorado, buscas:
buscas cada noche en el fondo del armario,
en los bolsillos de los vaqueros que se te quedaron pequeños,
en las mochilas que llevaste a donde un día fuiste feliz,
en la última página de los cuadernos que escribías cuando el mundo olía a flores...
Y no encuentras
nada.