Vuelvo a casa, y ahí estás.
Quieto, tranquilo, esperándome en mi cama. Con el pelo algo más largo y la barba despeinada, con los labios igual de suaves y las manos igual de dulces, ahí estás. Y te doy la vuelta, y gracias, gracias, gracias, no sé a qué dios debo dar las gracias, porque la curva de tu cuello sigue siendo igual de vertiginosa y ahí sigue tu espalda infinita y tu suave costado y tus largos fémures.
Gracias.
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