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Todo hombre es un suicida en potencia. Desde aquel que se
pregunta con curiosidad de qué color será la nada hasta el que anhela el paroxismo del descanso, pasando por
aquel harto y convencido de una ordenación cósmica contra él (que finalmente
sólo emana de sí mismo), todo hombre es un suicida en potencia.
Pero no todo hombre comprende que no podrá despertar de ese
descanso, por eso no todo hombre es un suicida consumado.
Quizás resida ahí la tendencia natural a la autodestrucción
humana, y quizás alcance ahí su máximo grado de estupidez: en ese instante
previo al apagarse, ese súbito haz de lucidez que muestra lo irrefrenable del
camino escogido. Por eso, todo suicida consumado es un suicida arrepentido, aunque ya poco importe.
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Ser mujer en occidente es una batalla constante entre el derecho a serlo y el privilegio de serlo. Que el feminismo
moderno no olvide que el derecho y el privilegio ni se engrandecen ni se anulan
el uno al otro.
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