Poesía, literatura, pintura, viajes, historia del arte, medicina, política... Un poco de todo y un poco de nada.

martes, 27 de septiembre de 2011

El seu caminar,

el seu despertar,

la seua forma de parlar.

El seu mal humor,

el seu estar millor,

el seu pèl

i la seua veu.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Jugando con el tiempo

Si pudiera hablar con mis hijos o mis nietos ahora mismo, les diría muchas cosas. Desde mi hipotética experiencia dada por mi hipotética edad, les diría que la vida es larga y deben estar tranquilos, que todos los problemas tienen solución y que nada es inamovible, nada es inevitable, nada es irremediable, nada es insalvable, nada es in-, en resumen. Les diría que estudiasen mucho y con ganas, que leyesen a Antonio Machado, a Tolkien, a Stephen King, a Nabokov. Que leyeran todo lo que les cayese en las manos, que es la única forma de llegar a ser una persona más o menos íntegra. Les diría que fuesen educados con sus mayores, que fuesen buenos con sus hermanos pequeños y que no fuesen crueles con sus compañeros de clase.

Les diría que no llorasen por los amores de adolescencia, que es una época en la que la soledad les hará sentir muertos por dentro y el amor hará que les hiervan las entrañas hasta niveles que creerán que no pueden soportar. Les diría que, a esos amores de adolescencia, no los quisiesen demasiado ni les llorasen, no, que luego terminarán olvidándolos y quedarán como un bonito recuerdo y no como una herida sangrante e infectada. Les insistiría mucho en esto último: les olvidarán, y todo parecerá menos grave, menos urgente, menos doloroso.

Sin embargo, si les dijese todas estas cosas, ¿estaría haciéndoles bien? Nadie escarmienta en cabeza ajena, y no puedo pedirle a una muchacha de dieciocho añitos que se despida de su novio con un beso en la mejilla y un "hasta luego". No. Que llore con nerviosismo, uno de esos llantos que termina por provocar hipo. Que se abrace a él, que le toque, que le huela, que sienta esos últimos momentos a su lado como los últimos segundos de su existencia (aunque no lo sean). Que le agarre las manos con fuerza, que las apriete, que se despida y luego vuelva corriendo a por un último beso. Y, una vez establecida la distancia, que se sienta tan sola como una estrella en el espacio, falta de aire, enfadada, rabiosa con el mundo, demasiado llena de cariño hacia él y demasiado vacía de cualquier otra cosa, demasiado vacía de su compañía. Que se quede sin manos para darle caricias, que se quede sin piel para tomar contacto con la suya, que se quede sin aliento para gritar cuando hagan el amor.

No es lo más sano, no es lo más fácil, eso está claro. Amar así te destroza, te hace sufrir, te destruye. Pero, ¿no es eso amar? ¿depender del otro? ¿necesitarle? ¿sufrirle?. Siendo sincera, les diría a mis hijos y a mis nietos que sí llorasen a esos amores de juventud, que se dejasen sentir destrozados, deprimidos y solos, y otras veces tan llenos de alegría que serían capaces de gritar y contárselo a todo el mundo, hasta de poner un anuncio en el jodido New York Times, con el corazón en un puño cálido y reconfortante, con la cabeza llena de su amado, llena de pájaros, de besos, de olores, con el cuerpo a punto de explotar por los cuatro costados. Llenos de vida. Que no se aganten las lágrimas, aunque crean que van a cortarles las mejillas como cuchillos, ya sean lágrimas de desolación o de alegría.

¿Y por qué? Porque es la única manera de llegar a conocerse, de crecer y madurar, de encontrar sus límites. Y, qué coño, porque así es la vida: jodida y ambigüa, dando una de cal y otra de arena. La vida es corta: hay que amar intensamente, besar despacio, reír bien fuerte y perdonar deprisa. La vida es demasiado bonita como para estar siempre cabreado, y se hace más vida si está uno enamorado.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Estaciones de tren.

Los dos primeros años de carrera, me encantaban las estaciones de tren. El traqueteo, el movimiento de personas, las voces, los chirridos del tren. Las estaciones eran como la orilla de un río: frescas, cambiantes, maduras.

Ahora, cada vez me resultan más melancólicas. Antes, no tenía nada que perder, no dejaba nada atrás. Al menos, nada importante. Ahora, la estación es la despedida, el hasta luego. O el adiós. O significa el inicio de un periodo demasiado corto, el preludio de un adiós que llegará demasiado pronto.

Lo que más odio es llegar, estar de vuelta, y que nadie me espere. Es extraño, pero me siento terriblemente sola al llegar con mi parco equipaje y mi paso rápido, y ver como todos mis silenciosos compañeros de viaje se emparejan menos yo. A mí nadie me espera y, aunque parezca un gesto absurdo, no lo es. No lo es.

En cualquier caso, nevermind. Este año será duro, pero ánimo.

Despedidas

Lloré porque me faltaban manos para acariciarte.
¿Y para qué pueden servir mis manos si no es para tocarte?
Serían todo un desperdicio.
Podría hasta cortármelas.
Suerte que tienes piel donde apretarte.
Suerte que tu corazón sea demasiado grande, y pueda oírlo a través de tu pecho.
Suerte.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Me muero de ganas de masacrar hasta la última gota de tu sudor, y aunque mis tallos de mimbre se quiebren te dejaré besarme hasta que me pongas el pelo al viento. Y es esta gana insana de subirme por tus ramas la que no me deja vivir, ni puedo dejar de reír; porque no sé qué es eso que te sale por los poros, que me droga y me coloca en un piso superior. Dormir de ti o dormir contigo. Si se me permite un alegato final en este juicio amañado, no usaré palabras. Mis argumentos caen como la sábana rosa tan destruida con la que me visto después de comernos el mundo sin movernos del colchón. Brindaré por tí, que causas y a la vez solucionas las más terribles y apasionadas mareas en mi vientre. Brindo por tí, que eres el único que me besa los moratones que me salen en los puños, que eres el único que me sujeta y me pide que no beba más, el único a quien de verdad le importa que mañana por la mañana no tenga dolor de cabeza. El único que me arranca las dudas con los dientes, el único que me besa en la frente. Bébeme, cómeme, bésame, dame todo eso que tienes guardado. Te quiero sin miedo, con ropa y en cueros, te quiero entero.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Vie

Hacer maletas. Salir. Viajar. Volar. Andar. Hacer amigos. Reír. Llorar. Sentir. Decir adiós. Volver a casa.